Pocos pueden presumir de tener una visión tan global de un deporte como la que posee Isaac Sanz del hockey sobre patines. Antes de comenzar su carrera como entrenador hace tres temporadas en el equipo de su ciudad, el Club Patín Mieres, Sanz fue jugador y árbitro. «Empecé a patinar en Mieres cuando tenía cuatro años -recuerda-. Después estuve en el Oviedo Booling y en el Club Patín Langreo hasta que, a los veintitrés, decidí dedicarme solo al arbitraje, aunque llevaba pitando desde los dieciocho». Pocos pueden presumir de tener una visión tan global de un deporte como la que posee Isaac Sanz del hockey sobre patines. Antes de comenzar su carrera como entrenador hace tres temporadas en el equipo de su ciudad, el Club Patín Mieres, Sanz fue jugador y árbitro. «Empecé a patinar en Mieres cuando tenía cuatro años -recuerda-. Después estuve en el Oviedo Booling y en el Club Patín Langreo hasta que, a los veintitrés, decidí dedicarme solo al arbitraje, aunque llevaba pitando desde los dieciocho».
Pocos pueden presumir de tener una visión tan global de un deporte como la que posee Isaac Sanz del hockey sobre patines. Antes de comenzar su carrera como entrenador hace tres temporadas en el equipo de su ciudad, el Club Patín Mieres, Sanz fue jugador y árbitro. «Empecé a patinar en Mieres cuando tenía cuatro años -recuerda-. Después estuve en el Oviedo Booling y en el Club Patín Langreo hasta que, a los veintitrés, decidí dedicarme solo al arbitraje, aunque llevaba pitando desde los dieciocho».
Sanz no esconde el motivo por el que cambió el stick por el silbato: el dinero. Pese a que su decisión vino motivada por una cuestión económica, no tardó en cogerle el gusto a un oficio, el de árbitro, que le permitió vivir experiencias alrededor del mundo, alguna tan pintoresca como cuando tenía que pitar un partido de Copa de Europa en Nantes, Francia, y le extraviaron la maleta en la que llevaba el uniforme de árbitro: «Llegué al aeropuerto y mi equipaje no estaba por ningún lado. Como viajábamos en el día, no había forma de que me llegase la equipación, así que tuve que arbitrar con un polo y un pantalón de chándal del Decathlon, sin la serigrafía ni los parches oficiales. Daba mucho el cante, porque mi compañero sí que iba perfectamente uniformado. Resulta que la maleta estaba en París, me la mandaron cuatro días más tarde».
«Al ser el hockey sobre patines un deporte minoritario, los árbitros alternamos competiciones de regional con partidos de élite. Una vez me tocó pitar un partido de veteranos en Madrid que fue muy muy conflictivo y a la semana siguiente estaba arbitrando la final de Copa, que se emitía en televisión nacional», explica Sanz, que llegó a dirigir encuentros en la otra punta del globo. «Me seleccionaron para pitar la Copa Asia de China en 2010 -relata-. Todos los árbitros eran asiáticos menos un italiano y yo. El idioma era un problema, no solo en la pista. Para coger un taxi, por ejemplo, teníamos que enseñarle en la pantalla del móvil al conductor dónde queríamos ir. Con los jugadores me comunicaba con el lenguaje de signos. Lo bueno es que, como no los entendía, no protestaban mis decisiones porque sabían que no iba a servir de nada».
De aquella Copa Asia, celebrada en la ciudad de Haining, a 125 kilómetros de Shanghái, a Isaac le llamó poderosamente la atención la exagerada fluctuación en el número de asistentes al pabellón: «En la ceremonia de inauguración estaba casi todo lleno, había unas cuatro o cinco mil personas. Me llamó la atención, porque China no es ni mucho menos una potencia en hockey sobre patines. Pero al día siguiente, y fue así en el resto de partidos, solo fueron cien personas. Hasta que en la ceremonia de clausura se volvió a llenar otra vez».
Después de 23 años de ejercicio, Sanz abandonó el arbitraje hace cuatro años por culpa de dos hernias discales que le impiden correr -«aunque puedo llevar una vida normal»- y decidió probar suerte como entrenador. No le está yendo nada mal. Ascendió con el Club Patín Mieres en 2023 a OK Bronce, la tercera categoría nacional, donde quiere seguir consolidando a un histórico que, fundado en 1955, aspira a recuperar el esplendor de épocas pasadas en las que, cuando el club jugaba en primera división -conocida ahora como OK Liga- se daban cita cada domingo más de dos mil personas en el Visiola Rollán.
«Vamos poco a poco -advierte el técnico-. Tenemos una plantilla muy joven, con cuatro jugadores entre los dieciséis y los diecisiete años y otros dos de dieciocho. Apostamos por la cantera. Estamos en una etapa de consolidación en la categoría, pero no nos cerramos ninguna puerta. Sabemos que con una plantilla tan joven no es realista pensar en ascender. Lo intentaremos en dos o tres años, cuando nuestros jugadores tengan el punto de madurez necesario. Pero, al ser chicos de aquí, la gente se identifica con ellos. Eso es fundamental».
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