‘Hermanos de leche’: así se alimentan ‘a la carta’ los bebés prematuros

La Unidad de Nutrición Personalizada del Hospital Gregorio Marañón de Madrid es pionera en adaptar la nutrición a las características de cada niño Leer La Unidad de Nutrición Personalizada del Hospital Gregorio Marañón de Madrid es pionera en adaptar la nutrición a las características de cada niño Leer  

Filip tenía tanta prisa por nacer que llegó al mundo 10 semanas antes de lo previsto, con dos meses y medio de antelación y apenas 1,6 kilogramos de peso. Sus padres lo esperaban para el próximo 12 de julio, pero la primera vez que vio la luz, el calendario marcaba 8 de mayo.

«Intentaron parar las contracciones pero no hubo manera. Filip quería nacer ya», recuerda su madre, Roxana Miron, que se emociona al revivir el momento. El pequeño no estaba todavía totalmente preparado para dejar el vientre de su madre, pero afortunadamente un alambicado sistema de cuidados le esperaba fuera para intentar suplir las exigencias de tanta prisa.

También en cuanto a la alimentación. En el Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid, el centro donde Filip nació, una unidad de nutrición personalizada se ocupa de que cada bebé tenga la dieta más adecuada al momento de su desarrollo. Y gracias a un sistema pionero de donación de leche materna pueden proporcionar a los bebés prematuros un alimento a la carta en esas primeras semanas en las que son muy vulnerables. «Este no es un banco de leche al uso», explica Manuel Sánchez Luna, jefe del Servicio de Neonatología del hospital madrileño.

«Es una unidad de nutrición personalizada y una de sus particularidades es que permite administrar a niños que nacen de forma prematura leche de madres donantes, pero no cualquier leche, sino leche donada por madres que también han tenido a sus bebés prematuramente». La alimentación se ajusta en cada caso a su edad gestacional, sus días de vida y su situación nutricional, señala el especialista.

Antes se pensaba que la leche de una madre que había tenido a su bebé en la semana 24 o 26 de gestación era una leche inmadura, que no servía, continúa el especialista, pero varias investigaciones han demostrado que «no solo no es así, sino que es una leche especialmente preparada para que ese bebé de 24 semanas la absorba y la tolere mejor y obtenga una mayor protección, ya que tiene una serie de componentes que son totalmente distintos a las de una leche para un niño nacido a término», añade el neonatólogo.

Cuando le ofrecieron la posibilidad de que su bebé tomara leche donada por otra madre en sus mismas circunstancias, Roxana Miron no lo dudó. «Sabía que era lo mejor, el mejor medicamento que podía darle en ese momento», asegura. Hace varias semanas que ella también empezó a hacer lo propio. Su producción de leche ya es alta, así que ha querido «dar lo que mi niño recibió», ayudar a que otros bebés salgan adelante. «Durante unos días, hasta que yo empecé a producir suficiente leche, Filip comió leche de otra mamá así que yo he querido hacer lo mismo y donar mi leche».

Ese círculo virtuoso, en el que quienes reciben también donan en cuanto les es posible, es el que permite el autoabastecimiento del sistema, tal y como explica Mamén Sánchez, neonatóloga y una de las responsables de la Unidad de Nutrición Personalizada.

En madres de niños prematuros puede ser complicado lactar en los primeros días tras el parto, pero con una adecuada estimulación, muchas consiguen, en un corto espacio de tiempo, producir no solo la leche que su bebé necesita para alimentarse, sino también un cierto excedente, aclara Sánchez. Así, una madre que al principio necesita de donaciones para todas las tomas de su bebé, pasa en poco tiempo a una época de transición en la que solo necesita ese extra en algunos momentos del día y, finalmente, a una etapa en la que produce de sobra para su bebé y para otros. Ahora mismo, en la unidad del centro hospitalario hay un stock de casi 115 litros de leche cruda, que todavía no se ha pasteurizado y otros 55 ya tratados, listos para entregar, después de haberse sometido al tratamiento necesario y a análisis microbiológicos que garanticen su seguridad.

Cada uno de los lotes está perfectamente clasificado y etiquetado tanto según la edad gestacional (menor de 28 semanas, nacido entre la semana 28 y la 32, entre la 32 y la 37 o más allá de la 37); como también en función del tipo de leche (calostro si se produce entre el parto y los seis primeros días de vida; transición, hasta los 21 días y leche madura). «Esto nos permite buscar la leche que encaja específicamente con cada bebé», señala Sánchez, quien subraya que en las primeras semanas de un bebé prematuro, «está demostrado que la leche materna es un factor terapéutico, es una pauta de prescripción médica más». La evidencia científica muestra que su utilización se traduce en «menores estancias hospitalarias, menor mortalidad, menores infecciones y mejores resultados en neurodesarrollo a medio y largo plazo», señala.

«También se han demostrado mejores resultados en retinopatías, displasias broncopulmonares… Y por supuesto la enterocolitis, una de las complicaciones más graves. Las evidencias son aplastantes para no dudar nunca en que la primera opción sea la leche propia y, la segunda, una leche donada que sea lo más parecida posible a cada caso. A las madres de niños prematuros que deciden libremente no lactar se les aconseja que el bebé reciba leche donada en sus primeras semanas por todos sus beneficios», añade la neonatóloga, para quien en especialmente esta etapa la leche es «verdadero oro líquido». Por eso, cada mililitro se cuida y se trata con mimo en esta unidad en la que «no se desperdicia ni una gota», apunta Henar Muñoz, enfermera especializada en Neonatología. «Tenemos un plan de contingencia para que no se pierda nada por el valor que le damos a la leche y por el reconocimiento a las madres que hacen un esfuerzo para donar la leche que les sobra», añade.

Un sistema informático señala en todo momento la situación de las existencias e indica, mediante un código de alarmas, si hay leche que debe utilizarse antes de que se cumpla su fecha de caducidad, que se fija en tres meses. También se controla concienzudamente que toda la leche que llegue a los receptores sea siempre microbiológicamente estéril y se hace un estudio de sus cualidades nutricionales, para suplementarla si es necesario. Desde su inauguración en 2018, han pasado por la unidad casi 1.800 receptores y 800 donantes, ocho de ellas reincidentes.

«Algunas de estas madres que repiten son mujeres que a lo mejor tuvieron un primer niño prematuro y al tener otro bebé quieren volver a contribuir», señala Muñoz. Cualquier leche es bien recibida, aclara, porque aunque los niños prematuros son el paciente estrella de esta unidad, el banco también da servicio a otros pequeños que, aunque hayan nacido a término o sean más mayores, también tienen necesidad de recibir leche materna por alteraciones intestinales, malformaciones digestivas, problemas cardiacos, etcétera.

Cada donante, explican, suele proporcionar alimento para dos o tres receptores, que se intenta que siempre sean los mismos. Así, cuando esa madre deja de donar, se le informa en una carta de la cantidad de leche que ha donado y de cuántos niños han podido beneficiarse de ella. El sistema es altruista y se garantiza el anonimato de las donaciones, por lo que las madres saben el número de bebés que se han alimentado gracias a su donación pero nunca su identidad, recuerdan Sánchez y Muñoz.

«Es muy emocionante saber que tu hijo tiene varios hermanos de leche en la misma unidad en la que está ingresado. Hermanos por la leche que ha recibido y también por la leche que tú estás donando», dice Roxana Miron, conmovida. Asiente a su lado Rosario Carrasco, la madre de Mario, que también nació antes de lo esperado. En vez del 13 de julio que estimaban los cálculos, el pequeño llegó al mundo 12 semanas antes, el 23 de abril, con 980 gramos -menos de un kilo- de peso. «Agradeces mucho que tu bebé pueda tomar la leche que otra madre ha donado», señala, también emocionada al recordar todo lo vivido en las últimas semanas. «Es muy duro. Estás muerta de miedo y todas las expectativas que tú tenías sobre el embarazo, el parto y los primeros días del bebé no se cumplen. Cuando vienen y te dicen que es posible que al principio no puedas darle tu leche a tu hijo te sientes muy mal, así que la posibilidad de que pueda recibir lo más parecido a lo que tú le darías te da mucha tranquilidad», señala.

Ella también tiene claro que, si puede, también donará. «No dudaría ni un momento en poder dar lo que Mario ha recibido», subraya. Tanto Rosario como Roxana pasan, junto a sus parejas, prácticamente toda la jornada en el hospital madrileño. Van a primera hora y se van a última, día tras día, desde hace semanas. Filip y Mario ya no son «esos bebes tan pequeñitos y sumamente flaquitos» que eran cuando nacieron. Sus madres saben exactamente los gramos que pesan ahora ambos: 2,480 gramos el primero y 1,900 el segundo. «Van engordando poco a poco y es bonito pensar que ha sido por la solidaridad de otras madres», coinciden ambas. «Algún día les contaremos todo esto», suspiran. Lo extraordinarios que fueron sus primeros días de vida y los hermanos de leche con los que compartieron los primeros cuidados.

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