En la hora del adiós, ahora sí definitivo, se acaban los adjetivos a la hora de hablar -de escribir en este caso- de don Rafel Nadal Parera, el tenista que en las dos últimas décadas ha conseguido que los aficionados al deporte de la raqueta, e incluso los que no lo son, hayan vibrado como pocas veces viéndole moverse en una pista. En la hora del adiós, ahora sí definitivo, se acaban los adjetivos a la hora de hablar -de escribir en este caso- de don Rafel Nadal Parera, el tenista que en las dos últimas décadas ha conseguido que los aficionados al deporte de la raqueta, e incluso los que no lo son, hayan vibrado como pocas veces viéndole moverse en una pista.
En la hora del adiós, ahora sí definitivo, se acaban los adjetivos a la hora de hablar -de escribir en este caso- de don Rafel Nadal Parera, el tenista que en las dos últimas décadas ha conseguido que los aficionados al deporte de la raqueta, e incluso los que no lo son, hayan vibrado como pocas veces viéndole moverse en una pista.
Su impresionante carrera, jalonada con 92 títulos, que se dice rápido, empieza y acaba con una derrota en la misma competición, la Copa Davis. En 2004, en su primer gran acontecimiento, preludio del primero de sus catorce títulos en Roland Garros, perdió en su debut en octavos ante el checo Jiri Novak, competición que acabó levantando la Ensaladera ante Estados Unidos. El martes se despidió bajando los brazos ante el holandés Van de Sandschulp. Un tenista, Nadal, muy diferente al de hace no tanto, fuera de forma, lento en los movimientos laterales y ausente su mortífera derecha que tantas alegrías ha dado y se ha dado.
El paso de Nadal por nuestras vidas pasará como el de un transformador global del deporte
Posiblemente haya sido una equivocación su elección para disputar el primer punto, en lugar de Roberto Bautista, clave en la clasificación del equipo español para la fase final, recientemente ganador en Amberes e, indiscutiblemente, más en forma que el mallorquín.
Pero una vez visto el desenlace es muy fácil decirlo. En cualquier caso, y como muy bien dijo Carlos Alcaraz, su sucesor, “Copa Davis hay cada año, la despedida de un tenista como Nadal solo se produce una vez en la vida”.
Entre estos veinte años ha pasado de todo, muchas más victorias que derrotas, pero el paso de Nadal por nuestras vidas pasará como el de un transformador global del deporte. Más allá de sus gestas deportivas, lo que se recordará del tenista -nunca extenista- de Manacor es su actitud, en el deporte y en la vida. Su cultura del trabajo, su negativa a rendirse ante las adversidades, y han sido muchas, demasiadas para cualquiera que no sea él. El respeto siempre a los rivales tanto en las victorias como en las derrotas y, sobre todo, a la profesión que tanto le ha dado.
Con su retirada hay ya un antes y un después en su deporte. Ya nada será igual
Nunca un mal gesto en la pista, siendo consciente de que en el deporte unas veces se gana y, la mayoría de las veces, se pierde. Esta premisa, que parece tan simple, no la entiende todo el mundo de la misma manera. Y ejemplos hay para regalar.
La culpa de que Nadal haya sido una persona tan querida, no solo en España sino allá por donde va, respetado por sus compañeros y rivales, es por la lección que ha recibido desde pequeño de su familia, que siempre le ha tratado como uno más. “Cuando está en casa no es el número uno”, decía su madre Aina Maria, que le ha educado en los valores del respeto y los buenos modales.
Tras dos intensas décadas de Nadal en nuestras vidas, se hará difícil, por no decir imposible, seguir de la misma manera un partido de tenis. Con su retirada hay ya un antes y un después en su deporte. Ya nada será igual. Sus gestas, sus eternas manías, su comportamiento dentro y fuera de la pista, su entrega, el respeto a sus rivales, sea un número uno u otro perdido en la clasificación. Eso ya no volverá. Queda en el recuerdo, como un legado infinito. Se va el más grande, el más querido. Se acaba de ir y ya se le echa de menos.
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