Un estudio español muestra que casi la mitad de los pacientes en UCI recibieron opioides y menos del 10% se hizo consumidor crónico Leer Un estudio español muestra que casi la mitad de los pacientes en UCI recibieron opioides y menos del 10% se hizo consumidor crónico Leer
Los pacientes que han pasado por una UCI, sobre todo aquellos que han sufrido estancias prolongadas, tienen un alto riesgo de desarrollar dolor crónico. Aunque hay factores que explican esta evolución, una parte del problema residiría también en el tratamiento recibido durante su estancia en críticos, donde los opioides siguen siendo piedra angular para controlar el dolor agudo. ¿Se está administrando más de lo necesario? ¿Qué impacto tiene esa exposición sobre la salud física y mental del paciente una vez que deja el hospital?
El consumo crónico de opioides tras un ingreso en UCI es una complicación infradiagnosticada, con implicaciones potencialmente graves para la recuperación de los pacientes y para la gestión de riesgos desde el punto de vista clínico y de salud pública. Para dimensionar su impacto en nuestro medio y establecer posibles factores asociados, el grupo de trabajo de Sedación, Analgesia y Delirio de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc) ha impulsado el estudio Oceanía (Opioids Consumption After AdmissioN to Intensive cAre), un trabajo multicéntrico nacional que ha seguido a cerca de 1.800 pacientes en su recuperación posterior a una estancia en UCI.
«Lo que pretendemos es dimensionar cuántos pacientes que han requerido opioides durante su estancia en UCI continúan tomándolos de forma prolongada una vez dados de alta», explica Sara Alcántara, coordinadora del citado grupo de trabajo e intensivista del Hospital Universitario Puerta de Hierro, de Madrid. «Sabemos que el uso prolongado de opioides puede derivar en dependencia, aumento de la mortalidad, disminución de la calidad de vida y reingresos evitables, pero no teníamos claro si eso también estaba ocurriendo en nuestro entorno ni en qué magnitud», añade.
De los pacientes analizados en el estudio, cuya recogida de datos fue en 2023, el 48,3% recibieron opioides durante el ingreso en UCI. Al alta de UCI, en torno a un 9% conservaba este tratamiento; y el 8,2% los mantuvo tras el alta hospitalaria. De los que completaron el seguimiento, el 8,6% fueron etiquetados como consumidores crónicos. Al final, un 4,1% de los que pasó por críticos y precisó esta medicación, se ‘enganchó’ a ella.
El perfil de estos consumidores crónicos es el de una mujer de entre 56 y 75 años, consumidora previa de opioides prescritos por dolor crónico, que tuvo ventilación mecánica durante cuatro días, pasó una media de 11 días en la UCI, fue tratada con fentanilo, midazolam y dexmedetomidina y dada de alta de la UCI y del hospital con el opioide. Según los resultados de Oceanía, el consumo crónico de opioides se asoció además con peor calidad de vida autoreportada por el paciente a los 3 meses y mayor prevalencia de dolor. «Conocer las pautas más frecuentes de analgesia en los servicios de Medicina Intensiva, así como sus consecuencias sobre los pacientes puede contribuir a la creación de protocolos estandarizados y basados en la evidencia que ayuden a disminuir la morbimortalidad del paciente crítico y la aparición de cuadros como el síndrome postcuidados intensivos», explica Alcántara.
El estudio Oceanía se ha desarrollado en 30 UCI españolas que forman parte del grupo de trabajo, con una metodología observacional y prospectiva. La población incluida está formada por pacientes adultos que recibieron tratamiento con opioides durante su estancia en la UCI y que sobrevivieron al ingreso hospitalario. El seguimiento se ha extendido durante seis meses tras el alta, con recogida estructurada de variables clínicas, farmacológicas y de evolución funcional.
Entre los objetivos principales figuran determinar la proporción de pacientes con consumo crónico de opioides (definido como uso continuado más allá de 90 días tras el alta), identificar factores asociados (clínicos, farmacológicos, sociodemográficos, etc.) y explorar las posibles consecuencias funcionales y en calidad de vida.
Además de datos extraídos de la historia clínica, los investigadores han incorporado cuestionarios validados aplicados directamente a los pacientes -al alta, al mes y a los seis meses- para evaluar intensidad de dolor, calidad de vida (a través de escalas como EQ-5D), grado de dependencia funcional y estado emocional. «Hasta ahora, la mayoría de los estudios que evaluaban la evolución post-UCI utilizaban exclusivamente encuestas por correo o contacto telefónico. Nosotros hemos querido obtener una información más completa y precisa, mediante entrevistas dirigidas y una recogida homogénea en todos los centros», apunta Alcántara.
Aunque el manejo del dolor agudo en la UCI está protocolizado en la mayoría de servicios, el tránsito hacia el dolor crónico sigue siendo una zona ciega en muchos casos. «Durante la estancia en UCI hay una justificación clínica clara para el uso de opioides, pero una vez superada la fase aguda, no siempre se revisa adecuadamente la necesidad de continuar con estos tratamientos. Muchas veces se da el alta hospitalaria o el traslado a planta con pautas abiertas o con medicación inercial, lo que puede favorecer la cronificación del consumo», señala la intensivista.
En ese sentido, Oceanía podría aportar información clave para establecer estrategias de desprescripción seguras y eficaces, así como para identificar subgrupos de pacientes con mayor riesgo de cronificación. «Por ejemplo, pacientes con estancias prolongadas, comorbilidades previas, necesidad de ventilación mecánica prolongada o politraumatismos pueden tener perfiles de riesgo distintos. Este estudio nos permite analizar esas variables de forma detallada», afirma Alcántara.
La fase de recogida de datos se ha cerrado y el grupo se encuentra ahora en proceso de análisis estadístico. «Estamos explorando, entre otras cosas, el impacto de la duración del tratamiento con opioides en UCI, el tipo de opioide utilizado, la presencia de sedación profunda o delirio, y la relación entre intensidad del dolor al alta y mantenimiento del tratamiento en domicilio», resume la especialista.
Asimismo, se están revisando los datos relativos al tipo de prescripción al alta, si fue emitida por el intensivista o en planta, y si incluía pautas de revisión o retirada. «Una de las debilidades actuales del sistema es la ausencia de circuitos claros para la revisión de la medicación tras el alta de UCI. Con frecuencia, estos pacientes pasan por varios niveles asistenciales sin una valoración estructurada de su tratamiento analgésico», advierte.
Los resultados de Oceanía podrían sentar las bases para desarrollar recomendaciones clínicas específicas sobre la retirada de opioides tras la estancia en UCI, así como para promover intervenciones dirigidas a evitar la cronificación del dolor en este contexto. «En el grupo ya estamos discutiendo posibles estudios futuros, por ejemplo, para evaluar el impacto de estrategias analgésicas multimodales no opioides o el uso de técnicas regionales en UCI, y su relación con el dolor persistente», anticipa Alcántara.
Además, los investigadores se plantean explorar en fases posteriores la relación entre dolor crónico y salud mental tras la UCI, así como la influencia del soporte familiar y social en el proceso de recuperación. «Tenemos una cohorte muy amplia, con información de gran calidad, que nos va a permitir hacer subanálisis relevantes», concluye la intensivista.
En un momento en el que el riesgo de iatrogenia por opioides preocupa cada vez más a escala global, Oceanía representa una contribución esencial para entender cómo y por qué puede iniciarse ese consumo crónico también en el ámbito de los cuidados intensivos. Y, sobre todo, para prevenirlo.
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