Muchos padres se concentran en insistir, negociar o incluso imponer reglas para que sus hijos coman más frutas y verduras o adquieran hábitos saludables, como hacer deporte o utilizar menos tiempo los dispositivos electrónicos. Sin embargo, una nueva investigación publicada en la American Journal of Preventive Medicine y cofirmada por la psicóloga Laura D. Kubzansky, psicóloga y profesora de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard, sugiere que la clave no está tanto en lo que ocurre en la mesa, sino en cómo los niños aprenden a relacionarse con los demás.
«Resulta que el secreto para que nuestros hijos adquieran hábitos saludables a largo plazo tiene poco que ver con la comida y más con cómo tratan a los demás«, señaló Kubzansky, en la rueda de prensa en la que presentaron los resultados del estudio. A priori, la idea de que enseñar a los niños a ser amables y serviciales pueda influir en su dieta a largo plazo puede sonar como una intuición más que como un hecho. Sin embargo, su investigación respalda esa relación con datos sólidos.
La clave para que los niños coman de todo no tiene que ver con la comida
El proyecto de Kubzansky utiliza un análisis que siguió durante más de 20 años a miles de niños nacidos en el Reino Unido. En diferentes etapas (a los 5, 7 y 11 años), los padres informaron si sus hijos ayudaban, compartían o mostraban gestos de cuidado hacia los demás. Posteriormente, cuando estos adolescentes tenían 14 y 17 años, se evaluó su consumo de frutas y verduras mediante cuestionarios.
«En nuestra investigación, descubrimos que los niños que mostraban de forma constante comportamientos prosociales (es decir, actos de amabilidad, cooperación y cuidado hacia los demás) a cualquier edad son más propensos a mantener hábitos alimenticios saludables en la adolescencia y, especialmente, un mayor consumo de frutas y verduras», matiza.
«El secreto para que nuestros hijos adquieran hábitos saludables a largo plazo tiene poco que ver con la comida y más con cómo tratan a los demás».
Kubzansky, Escuela de Salud Pública T.H. Chan (Harvard)
Su trabajo es novedoso por las perspectiva: la experta dirige el primer programa de investigación a largo plazo sobre el impacto a largo plazo de la «prosocialidad» en la salud. «Fomentar la prosocialidad en la infancia (la empatía, la amabilidad y tratar bien a los demás) puede ser una estrategia prometedora para que, años después, esos niños mantengan hábitos alimenticios saludables en una etapa en la que se establecen patrones que pueden durar toda la vida», señala Kubzansky.
Por qué la amabilidad puede ayudar a que los niños coman más frutas y verduras
La investigadora principal, Farah Qureshi, de la Universidad Johns Hopkins, explica que el hallazgo invita a replantear cómo se aborda la salud infantil: «Con demasiada frecuencia, nos centramos en lo que va mal en la vida de los jóvenes, pero lo que nos dicen una y otra vez es que están cansados de ese discurso. Quieren que prestemos más atención a lo que va bien, incluyendo lo que aportan a sus familias y comunidades».
Qureshi recuerda que, en adultos, ya se había demostrado que comportamientos como el voluntariado se asocia con una mejor salud general
. «Queríamos comprender si este tipo de comportamientos también benefician a los jóvenes, centrándonos en una gama más amplia de actos prosociales como la cooperación y la bondad», añade.
La doctora Julia K. Boehm, de la Universidad Chapman y también coautora del trabajo, detalla los posibles mecanismos detrás de esta relación: «Los comportamientos prosociales, como ser considerado con los sentimientos de los demás, compartir o ayudar si alguien está herido o molesto, pueden influir en la salud al fortalecer los lazos sociales y mejorar el funcionamiento psicológico».
Según Boehm, estas cualidades promueven «un mejor estado de ánimo, un propósito, sentimientos de competencia y una mayor capacidad para lidiar con el estrés». Y todo ello, añade, «puede influir en las decisiones relacionadas con la salud, como demuestran nuestros últimos hallazgos».
El estudio se distingue por el tamaño de la muestra, su diseño longitudinal y el ajuste de múltiples variables que podrían influir en los resultados. No obstante, los autores reconocen que no es posible descartar por completo la influencia de la crianza o de ciertas características del entorno familiar.
Para Kubzansky, estos resultados invitan a ampliar la mirada sobre la promoción de la salud: «Las intervenciones basadas en los activos pueden abrir la puerta a estrategias nuevas y creativas que involucren a los jóvenes apelando a sus fortalezas inherentes, incluidos los valores compartidos en torno a la amabilidad y la cooperación».
Más allá de la nutrición, los autores subrayan que este tipo de hallazgos refuerza la importancia de cultivar habilidades sociales positivas desde la infancia. Qureshi lo resume así: «Vivimos una época de división, en la que la empatía puede parecer infravalorada. Este estudio nos ofrece un importante recordatorio sobre el poder de la bondad y la compasión, no solo para quienes las reciben, sino también para quienes las ofrecen».
En la práctica, la investigación apunta a que educar en valores como la cooperación y la empatía no solo construye comunidades más solidarias, sino que también puede influir en conductas tan concretas y relevantes para la salud como la elección de alimentos. Tal y como señala Boehm, «enseñar a los niños a cuidar de los demás puede terminar traduciéndose, años después, en que ellos también se cuiden mejor a sí mismos».
Fuente: Estudio “Kind Kids, Healthy Teens: Child Prosociality and Fruit and Vegetable Intake”, publicado el 11 de agosto de 2025 en American Journal of Preventive Medicine.
Un estudio de 20 años que ha seguido a miles de niños descubre que la clave para que coman más sano no está en la mesa, sino en cómo se comportan fuera de ella
Muchos padres se concentran en insistir, negociar o incluso imponer reglas para que sus hijos coman más frutas y verduras o adquieran hábitos saludables, como hacer deporte o utilizar menos tiempo los dispositivos electrónicos. Sin embargo, una nueva investigación publicada en la American Journal of Preventive Medicine y cofirmada por la psicóloga Laura D. Kubzansky, psicóloga y profesora de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard, sugiere que la clave no está tanto en lo que ocurre en la mesa, sino en cómo los niños aprenden a relacionarse con los demás.
«Resulta que el secreto para que nuestros hijos adquieran hábitos saludables a largo plazo tiene poco que ver con la comida y más con cómo tratan a los demás«, señaló Kubzansky, en la rueda de prensa en la que presentaron los resultados del estudio. A priori, la idea de que enseñar a los niños a ser amables y serviciales pueda influir en su dieta a largo plazo puede sonar como una intuición más que como un hecho. Sin embargo, su investigación respalda esa relación con datos sólidos.
La clave para que los niños coman de todo no tiene que ver con la comida
El proyecto de Kubzansky utiliza un análisis que siguió durante más de 20 años a miles de niños nacidos en el Reino Unido. En diferentes etapas (a los 5, 7 y 11 años), los padres informaron si sus hijos ayudaban, compartían o mostraban gestos de cuidado hacia los demás. Posteriormente, cuando estos adolescentes tenían 14 y 17 años, se evaluó su consumo de frutas y verduras mediante cuestionarios.
«En nuestra investigación, descubrimos que los niños que mostraban de forma constante comportamientos prosociales (es decir, actos de amabilidad, cooperación y cuidado hacia los demás) a cualquier edad son más propensos a mantener hábitos alimenticios saludables en la adolescencia y, especialmente, un mayor consumo de frutas y verduras», matiza.
«El secreto para que nuestros hijos adquieran hábitos saludables a largo plazo tiene poco que ver con la comida y más con cómo tratan a los demás».
Kubzansky, Escuela de Salud Pública T.H. Chan (Harvard)
Su trabajo es novedoso por las perspectiva: la experta dirige el primer programa de investigación a largo plazo sobre el impacto a largo plazo de la «prosocialidad» en la salud. «Fomentar la prosocialidad en la infancia (la empatía, la amabilidad y tratar bien a los demás) puede ser una estrategia prometedora para que, años después, esos niños mantengan hábitos alimenticios saludables en una etapa en la que se establecen patrones que pueden durar toda la vida», señala Kubzansky.
Por qué la amabilidad puede ayudar a que los niños coman más frutas y verduras
La investigadora principal, Farah Qureshi, de la Universidad Johns Hopkins, explica que el hallazgo invita a replantear cómo se aborda la salud infantil: «Con demasiada frecuencia, nos centramos en lo que va mal en la vida de los jóvenes, pero lo que nos dicen una y otra vez es que están cansados de ese discurso. Quieren que prestemos más atención a lo que va bien, incluyendo lo que aportan a sus familias y comunidades».
Qureshi recuerda que, en adultos, ya se había demostrado que comportamientos como el voluntariado se asocia con una mejor salud general
. «Queríamos comprender si este tipo de comportamientos también benefician a los jóvenes, centrándonos en una gama más amplia de actos prosociales como la cooperación y la bondad», añade.
La doctora Julia K. Boehm, de la Universidad Chapman y también coautora del trabajo, detalla los posibles mecanismos detrás de esta relación: «Los comportamientos prosociales, como ser considerado con los sentimientos de los demás, compartir o ayudar si alguien está herido o molesto, pueden influir en la salud al fortalecer los lazos sociales y mejorar el funcionamiento psicológico».
Según Boehm, estas cualidades promueven «un mejor estado de ánimo, un propósito, sentimientos de competencia y una mayor capacidad para lidiar con el estrés». Y todo ello, añade, «puede influir en las decisiones relacionadas con la salud, como demuestran nuestros últimos hallazgos».
El estudio se distingue por el tamaño de la muestra, su diseño longitudinal y el ajuste de múltiples variables que podrían influir en los resultados. No obstante, los autores reconocen que no es posible descartar por completo la influencia de la crianza o de ciertas características del entorno familiar.
Para Kubzansky, estos resultados invitan a ampliar la mirada sobre la promoción de la salud: «Las intervenciones basadas en los activos pueden abrir la puerta a estrategias nuevas y creativas que involucren a los jóvenes apelando a sus fortalezas inherentes, incluidos los valores compartidos en torno a la amabilidad y la cooperación».
Más allá de la nutrición, los autores subrayan que este tipo de hallazgos refuerza la importancia de cultivar habilidades sociales positivas desde la infancia. Qureshi lo resume así: «Vivimos una época de división, en la que la empatía puede parecer infravalorada. Este estudio nos ofrece un importante recordatorio sobre el poder de la bondad y la compasión, no solo para quienes las reciben, sino también para quienes las ofrecen».
En la práctica, la investigación apunta a que educar en valores como la cooperación y la empatía no solo construye comunidades más solidarias, sino que también puede influir en conductas tan concretas y relevantes para la salud como la elección de alimentos. Tal y como señala Boehm, «enseñar a los niños a cuidar de los demás puede terminar traduciéndose, años después, en que ellos también se cuiden mejor a sí mismos».
Fuente: Estudio “Kind Kids, Healthy Teens: Child Prosociality and Fruit and Vegetable Intake”, publicado el 11 de agosto de 2025 en American Journal of Preventive Medicine.
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