El asesinato del CEO de UnitedHealthcare por Luigi Mangione saca a la luz la exasperación de millones de personas por el mal funcionamiento del sistema santitario Leer El asesinato del CEO de UnitedHealthcare por Luigi Mangione saca a la luz la exasperación de millones de personas por el mal funcionamiento del sistema santitario Leer
«El Estado es burocrático, la empresa privada es eficiente. Es una verdad, pero en sanidad puede ocurrir lo contrario. En Estados Unidos hemos conseguido crear una sanidad privada cara y burocrática. Mire un hospital típico aquí en Boston: 200 camas y 700 empleados. Mire un hospital en Alemania: 700 camas y 200 empleados». Han pasado casi veinte años desde aquella conversación con un profesor de la Harvard School of Public Heath dedicado a diseñar sistemas sanitarios sostenibles para decenas de países por encargo de la ONU.
Utilicé esas palabras para mi primer artículo sobre las distorsiones de la sanidad estadounidense, y me siguen pareciendo el mejor resumen de lo que ha ido mal en el país más rico del mundo, con la mejor tecnología médica y el mayor gasto sanitario del planeta (casi una quinta parte del PIB), donde no sólo los pobres luchan por conseguir la atención esencial. Un enfermo crónico que necesita cuidados caros no está a salvo aunque tenga una buena posición económica y pague miles de dólares al mes por su póliza. Tarde o temprano, aunque la ley lo prohíba, su aseguradora intentará no pagarle o deshacerse de usted por un tecnicismo.
Siempre ha sido así: los que están bien, hacen unos controles estándar y tienen un empresario que contrata un buen seguro no tienen problemas. Cuando las cosas se complican, empiezan los dramas. Pero son dramas individuales que permanecen bajo el radar. Hasta que un gesto como el de Luigi Mangione se convierte en detonante de la exasperación de millones de pacientes que se sienten abandonados. Y un asesino se convierte, en la red, en el Robin Hood de la era digital.
Resumen de una realidad muy compleja: en Estados Unidos la sanidad es privada y la salud es una responsabilidad individual, no un derecho. Los sistemas públicos europeos, tachados de ‘socialistas’ por los conservadores, tampoco gustan mucho a los demócratas (Bernie Sanders promocionándolos nunca caló). Hay dos sistemas públicos: Medicare para los mayores de 65 años y Medicaid para los más pobres, pero pagan los medicamentos y algunos cuidados esenciales en centros concertados. Los ancianos que quieren buenos cuidados también necesitan una póliza complementaria.
El seguro es una auténtica jungla: desorienta al paciente y multiplica unos costes que, en cualquier caso, son muy elevados, ya que en Estados Unidos todo -medicación, hospitalización, honorarios médicos- es muy caro. Cada institución ofrece pólizas diferentes, con distintos niveles de cobertura y distintas franquicias. Cada año, cuando renuevas, tienes que asegurarte de que tus médicos de referencia aceptan tu póliza. Y cada servicio debe ser preautorizado. La burocracia privada se dispara mientras acabas eligiendo a un médico no porque sea bueno, sino porque tiene una secretaria que sabe cómo sacar el máximo partido a tu póliza.
En cuanto a las aseguradoras, son empresas cotizadas que pretenden, como las demás, maximizar el beneficio reduciendo costes. Pero en sanidad se reducen los costes denegando servicios a los pacientes. Y como el número de servicios es infinito (a menudo se reciben varias facturas por un mismo procedimiento) todo se automatiza. Ahora, con la inteligencia artificial, también se utilizan algoritmos para aceptar o rechazar un servicio. Hablar con alguien para impugnar una decisión es casi imposible. Algunos seguros ofrecen a los pacientes un procedimiento de apelación, que se gestiona internamente. En otros casos el rechazo es definitivo.
Un ejemplo personal puede ayudar a entenderlo: colonoscopia totalmente cubierta -instalación, médico, anestesista- por el seguro. Al cabo de un mes, llega una factura de 1.200 dólares del anestesista. Explicación: debido a la sobrecarga de trabajo del hospital, el procedimiento, programado para las 9 de la mañana, se pospuso a la 1 de la tarde, cuando el anestesista cubierto por mi póliza había terminado su turno y fue sustituido por uno «fuera de la red». En este caso recurrí y al final el recurso fue aceptado, pero me costó meses de esfuerzo por mi parte y por la de su burocracia.
Salud // elmundo