La crema solar es una herramienta fundamental contra las quemaduras y el cáncer de piel, sin embargo desde hace algún tiempo circulan diferentes teorías sobre si también conllevan riesgos, hasta el punto de poner en cuestión su uso Leer La crema solar es una herramienta fundamental contra las quemaduras y el cáncer de piel, sin embargo desde hace algún tiempo circulan diferentes teorías sobre si también conllevan riesgos, hasta el punto de poner en cuestión su uso Leer
Poco podía imaginar Coco Chanel que el bronceado que lució a la vuelta de sus vacaciones en el Mediterráneo podría generar un punto de inflexión en el modelo aspiracional estético vigente. Hasta ese momento la piel blanca era sinónimo de clase alta, de vida de lujo, algo solo al alcance de quien se podía permitir no trabajar al aire libre. Pero con la entrada en la oficina de la clase media el lujo pasó a estar justamente al otro lado de las ventanas, donde solo quienes gozaban de tiempo libre (y dinero para buscar el sol en destinos más o menos exóticos) podían lucir una piel «besada por el sol».
Hablamos de hace 100 años, pero las consecuencias de esa oda al sol se extenderían por buena parte del siglo pasado, alcanzando el máximo pico de popularidad en los años 80 y 90 con las camas solares y los aceites aceleradores del bronceado. Pero mientras las páginas de papel couché mostraban pieles cada vez más tostadas la ciencia ya había desentrañado la relación entre sol y cáncer de piel, y los laboratorios comenzaban a producir fotoprotectores bajo la promesa de «bronceados seguros» (nota: ningún bronceado lo es).
«De lo que no hay duda es que el sol es muy cancerígeno y fotoenvejece«, afirma con contundencia el dermatólogo Manuel Fernández Lorente. Una piel bronceada es una piel dañada, y se trata de un daño que se acumula: toda exposición cuenta. Si bien la gente está más concienciada e informada hoy que hace 30 años, y que incluso existe todo un mercado cosmético dedicado a recuperar ese estándar de piel inmaculada, protegida a toda costa del sol, lo cierto es que hay muchos malos hábitos que persisten.
«El mejor fotoprotector es la sombra, sin duda», apuntilla Fernández Lorente, quien sin embargo comprende que no siempre es posible evitar la exposición, especialmente en un país como el nuestro. Por suerte, contamos con recursos para protegernos, entre los que destacan las cremas solares.
El primer fotoprotector moderno se comercializa en 1946, la Glacier Cream de Piz Buin (aún en el mercado). El inventor fue Franz Greiter, un químico que diez años antes sufrió quemaduras solares durante su subida al monte Piz Buin, de ahí el nombre de la marca. Unas dos décadas después, Greiter también diseñaría el índice de protección solar (SPF por sus siglas en inglés). Por cierto, se estima que su flamante Glacier Cream tenía un escaso SPF 2.
Las cremas solares se basan en el empleo de filtros que funcionan a modo de escudos o pantallas contra los rayos solares UVA y UVB. Y es en este aspecto tanto donde podemos ver la evolución y mejora desde esas primeras fórmulas como donde surgen las dudas que ponen bajo sospecha a todos los fotoprotectores en conjunto.
«Es comprensible que surjan dudas, sobre todo cuando circulan mensajes alarmistas en redes sociales«, afirma Azahara Rodríguez-Luna, profesora de farmacología e investigadora en Fotobiología en la Universidad Loyola. The New York Times preguntó a varios dermatólogos hace algunas semanas si percibían esta preocupación en las consultas, y su respuesta fue un sí unánime. ¿De dónde viene esta idea de que las cremas solares son ‘tóxicas’ hasta el punto de plantearnos si usarlas o no?
Existen estudios recientes, como el publicado en JAMA en 2020 que mostraron que ciertos filtros químicos podían absorberse en pequeñas cantidades en el torrente sanguíneo. Sin embargo, «eso no significa que sean peligrosos, ni que exista evidencia de efectos negativos en humanos cuando se usan a las dosis reales que se utilizan en los protectores solares», explica Azahara Rodríguez-Luna. De la misma opinión es Fernández Lorente: «a día de hoy no se ha demostrado efecto hormonal tóxico para humanos de ninguno de los componentes que llevan los fotoprotectores».
En estos estudios se ponía el foco en algunos ingredientes activos concretos, filtros químicos de uso común, presentes en las fórmulas fotoprotectoras desde el principio de su historia y que también están bajo sospecha de ser posibles disruptores endocrinos. Hablamos de algunos cuyo uso está en descenso, como la oxibenzona, y otros muy habituales, como el oxicinamato. Para el dermatólogo la afirmación de que puedan actuar a nivel hormonal es muy discutible, incluso en el caso del oxicinamato, para el que existe algún estudio in vitro que lo asocia a una actividad hormonal débil, pero no in vivo.
Polémicos o no, todos los ingredientes activos son sometidos a una estricta regulación antes de ser aprobados, y su situación está en constante revisión. Rodríguez-Luna cita algunos ejemplos como el de la FDA, la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense, que si bien no afirma que los filtros sean peligrosos sí considera necesario que se realicen más estudios para evaluar la seguridad a largo plazo. O el caso de la ya mencionada oxibenzona o el octocrileno, actualmente bajo revisión y «cada vez son más los laboratorios farmacéuticos que trabajan en su sustitución en las fórmulas».
¿Por qué se pueden sustituir? En los últimos años han surgido filtros químicos seguros como el Tinosorb, Uvinul o el Mexoryl, filtros que han demostrado ser más fotoestables (no se degradan rápidamente bajo el sol lo que confiere una protección más duradera) y más aptos para pieles sensibles o con tendencia acneica. Son cada vez más frecuentes en las fórmulas europeas, cuya regulación (Reglamento 1223/2009) considera los protectores solares como cosméticos y si bien los estándares son estrictos en términos de seguridad, se trata de una regulación «abierta a la innovación», según explica la investigadora.
Por otra parte la regulación de EEUU, que tipifica los protectores solares como medicamentos sin receta, es mucho más lenta y eso ha provocado que todos estos filtros modernos y seguros estén pendientes de aprobación desde hace varios años, mientras perduran fórmulas obsoletas.
En cualquier caso siempre nos quedarán los filtros minerales, reconocidos por la FDA como GRASE (seguros y eficaces). «Para personas muy preocupadas por la seguridad en cuanto a la absorción percutánea de los compuestos», explica Fernández Lorente, «existen fotoprotectores físicos o minerales, en los que no hay absorción de los productos a la sangre». Estos filtros tienen otros dos puntos a su favor: son más recomendables para pieles sensibles o incluso población pediátrica y se consideran inocuos para la vida marina. Varios estudios recientes han asociado algunos filtros químicos con el daño a los arrecifes de coral, hasta el punto de que países como Palau o el estado de Hawái prohíben la introducción de protectores que incluyan estos filtros entre sus ingredientes activos.
Otra preocupación habitual en torno a los protectores solares es si éstos nos impiden producir la necesaria vitamina D. Lo cierto es que apenas afecta, «muy poca gente se aplica la cantidad de fotoprotector recomendada para bloquear los UVB (2 mg/cm2) y no lo renuevan cada dos horas», explica el dermatólogo, que afirma que en condiciones «de laboratorio» sí se reduciría la producción hasta en un 80%, pero la aplicación real ha demostrado ser insuficiente para bloquear por completo esa síntesis. Y en cualquier caso Fernández Lorente recuerda que bastan 10 o 15 minutos de exposición en cara, antebrazos y manos (sin crema), tres veces a la semana, para mantener los niveles normales. «Hay estudios en los que se demuestra que las personas que usan fotoprotector de manera habitual no tienen menores niveles de vitamina D en sangre«, añade.
Azahara Rodríguez-Luna lo tiene claro: «La fotoprotección debe ser personalizada, porque no todas la pieles son iguales ni responden del mismo modo«. En este sentido se ha popularizado el concepto de ‘triple protección’, consistente en el uso combinado de filtros químicos, minerales y fotoprotección oral.
Tanto el dermatólogo como la investigadora consideran que esta fórmula es válida y recomendable para personas con mayor riesgo de daño solar, como fototipos muy bajos o pacientes con problemas cutáneos. La fotoprotección oral se emplea siempre como suplemento, en ningún caso sustituye al protector solar, y según Rodríguez-Luna contribuye a reducir el daño oxidativo y la inflamación inducida por la radiación. «Son especialmente útiles cuando la reaplicación es difícil o en casos de sensibilidad extrema», añade.
Otro elemento a tener en cuenta es el uso de maquillaje. Si bien son cada vez más habituales los productos que llevan un SPF lo cierto es que se trata de una protección media (15 o 20), que no será suficiente como protector en sí. La investigadora explica además que sus propias características (productos con color y que aplicamos una única vez y no de forma uniforme en toda la piel expuesta) los hacen poco recomendables como fotoprotectores, por lo que lo aconsejable es complementarlo con un protector de amplio espectro que se aplicará antes del maquillaje. Y, ojo, éste sí debemos reaplicarlo, pero Rodríguez-Luna nos recuerda que existen fórmulas novedosas que hacen esta parte mucho más cómoda: polvos compactos, brumas o sprays solares faciales o cushions o sticks con color y protección SPF 50+.
Por último, cada vez son más habituales los fotoprotectores multifunción, en los que además del SPF podemos obtener una «rutina dermatológica personalizada», según la investigadora. Hablamos de antioxidantes que ayudan a neutralizar el daño oxidativo inducido por el sol, la luz visible y la contaminación, productos despigmentantes, activos antiedad o reparadores. Todo ello hace que este tipo de soluciones sean perfectas para personas con piel sensible, fotoenvejecida, melasma o patologías fotosensibles.
Sea cual sea nuestro caso, la recomendación es clara: evitar el sol en la medida de lo posible y, de exponernos, hacerlo protegidos no solo con fotoprotección tópica, también con ropa adecuada y evitando las horas de mayor radiación UV.
¿Con qué fotoprotector? Con aquel que tenga SPF 50 y que nos agrade. No sirve de nada optar por una fórmula que pinta mejor en el papel pero que nos resulta más pesada, porque eso hará que no la apliquemos correctamente. Y si surge la nostalgia de los bronceados de años pasados es bueno recordar que siempre quedará el autobronceador, un ‘tinte’ temporal que no implica daño solar ni riesgos añadidos.
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