Se fue. Aunque en el fondo todo el mundo supiera que ya no era ni de lejos lo que llegó a ser, lo de Málaga, con todo su prematuro dramatismo, representó el fin de una era. Rafael Nadal ya es historia, y de la enorme, la mayor, para el tenis. Ya no habrá más episodios de grandeza en París, ni remontadas de esas imposibles que él convirtió en rutinarias. Ya solo quedarán los recuerdos, a puñados, de lo que fue no solo el mejor en la disciplina, sino también el mejor deportista español de la historia. Casi nada. Se fue. Aunque en el fondo todo el mundo supiera que ya no era ni de lejos lo que llegó a ser, lo de Málaga, con todo su prematuro dramatismo, representó el fin de una era. Rafael Nadal ya es historia, y de la enorme, la mayor, para el tenis. Ya no habrá más episodios de grandeza en París, ni remontadas de esas imposibles que él convirtió en rutinarias. Ya solo quedarán los recuerdos, a puñados, de lo que fue no solo el mejor en la disciplina, sino también el mejor deportista español de la historia. Casi nada.
Se fue. Aunque en el fondo todo el mundo supiera que ya no era ni de lejos lo que llegó a ser, lo de Málaga, con todo su prematuro dramatismo, representó el fin de una era. Rafael Nadal ya es historia, y de la enorme, la mayor, para el tenis. Ya no habrá más episodios de grandeza en París, ni remontadas de esas imposibles que él convirtió en rutinarias. Ya solo quedarán los recuerdos, a puñados, de lo que fue no solo el mejor en la disciplina, sino también el mejor deportista español de la historia. Casi nada.
Deja, eso sí, su territorio a buen recaudo. El mejor posible, de hecho. Porque aunque pareciera imposible, al tenis español le nació, casi por generación espontánea, un heredero a su altura cuando ni siquiera Nadal había dejado de ganar. Alguien que ya se ha confirmado como uno de los grandes, aunque apenas haya cumplido 21 años. Y que asegura, sí es que se puede decir con esa rotundidad, otra década de éxitos como los que ya está cosechando.
Le deja Rafa, eso sí, un regalo envenenado con su marcha. Suena bien lo de ser el heredero, pero tiene su contrapartida. Por mucho que se trate de abstraer, tendrá que convivir toda la vida con la comparación. Con el espejo del Big Three, de tener el referente inmediato de lo que hicieron los Nadal, Djokovic y Federer. Porque en el fondo, todo el mundo espera que tanto él como Jannik Sinner, actual número uno, sean lo que fueron ellos. Y eso es mucho, incluso para dos jóvenes que parecen capaces.
«Para los jóvenes que venimos por detrás, ha sido una suerte vivir la etapa de Rafa, Federer, Djokovic. La lucha entre esos tres gladiadores, que no son de este planeta. Pero al final ha dejado a mucha gente con esa ilusión de a ver qué va a llegar, y si los que estamos ahí, los jóvenes, no llegamos a ese nivel, va a ser una frustración o una decepción para el mundo del tenis. Voy a intentar no tomármelo así, solo dar mi mejor nivel día a día. Rafa se va satisfecho de que lo ha dado todo, y es lo que voy a intentar hacer. Intentaré ser la mejor persona y jugador que puedo ser día a día, y veremos si al final de mi carrera… Si he conseguido la mitad que él me iré más que contento», explicó Alcaraz, que tras la retirada de su ídolo ha virado en su discurso.
Siempre había sido de no esconder públicamente, ni lo más mínimo, sus aspiraciones de codearse con el Big Three. Pero ahora que Nadal ya se ha ido, y que Djokovic mantiene en vilo al mundo del tenis, algo ha cambiado en él. Es mucho más fácil, o al menos así lo debe percibir el murciano, luchar contra los mayores colosos de la historia del tenis en la pista que contra su recuerdo, aún más enorme conforme se apaga su presente.
Porque además, el murciano carga ya con todo el peso del tenis español sobre su mochila. De facto, lo llevaba haciendo ya en los últimos dos años con un Nadal semiretirado, y lo ha asumido con grandeza. Ya suma 16 títulos en su carrera, entre ellos 4 Grand Slams. Sin ir más lejos, esta temporada conquistó dos (Roland Garros y Wimbledon), además del Masters 1.000 de Indian Wells y el ATP 500 de Shanghái. Títulos de peso que esconden la penuria que sufren el resto de jugadores españoles.
Como dice el refrán, «los árboles (Alcaraz) no dejan ver el bosque (el resto de tenistas)». 2024 acabó con casi nada que festejar, más allá obviamente de los éxitos del murciano. Además de él, solo dos tenistas conquistaron títulos, y fueron menores.
Roberto Bautista se hizo con el ATP 250 de Amberes y Paula Badosa, en el circuito femenino, se alzó campeona en el WTA 500 de Washington. Poco metal para un país acostumbrado a recaudar por decenas cada año.
Quizás aún más representativo es el dato de los finalistas. Solo seis tenistas españoles han llegado a jugar el partido por un título este año. Además de los tres citados, solo Roberto Carballés (ATP 250 Marruecos), Pedro Martínez (ATP 250 Estoril) y el propio Nadal (ATP 250 Bastad) llegaron hasta la última fase, en todos los casos de tipos de torneos del escalafón inferior. El total representa la cifra más baja del siglo XX, empatando la de 2023, y unida al gráfico deja bien clara la tendencia predominante.
No hace tanto, era habitual ver a los David Ferrer, Fernando Verdasco, Pablo Carreño, Roberto Bautista, Tommy Robredo, Feliciano López o Nico Almagro pelando por títulos importantes. Varios de ellos llegaron a finales de Grand Slam, y ganaron Masters 1.000, algo impensable en la actualidad para nuestro tenis más allá de la figura de Alcaraz. Ni hablar, desde luego, de la era pre-Nadal, con campeones como Alex Corretja, Juan Carlos Ferrero, Carlos Moyà o Albert Costa a los que se sumaban una enorme lista de secundarios de nivel como Pato Clavet, Fernando Vicente, Galo Blanco, Félix Mantilla o Beto Martín.
Algo similar sucede en el circuito femenino. De las siete finalistas diferentes en 2001 se ha ido descendiendo hasta solo tener una en la última temporada. La buena época de Garbiñe Muguruza (17 finales) Carla Suárez (9) y Lara Arruabarrena (4) ya se marchó, y ahora solo sostiene el tenis en WTA Paula Badosa (4 finales en total en su vida).
Precisamente a ella, y a su recuperación en el otoño estadounidense, se agarra el tenis español para encontrar un acompañante para Alcaraz. Tras un par de años aciagos por las lesiones, la catalana ha firmado un final de temporada notable que le ha llevado a volver a estar a tiro de volver al top-10. Actualmente ocupa el puesto número 12, y los malos resultados de la primera mitad de 2023 le permitirán sumar muchos puntos a nada que mantenga la regularidad.
Badosa es, junto a Alcaraz (3º), las únicas presencias españolas en los los puntos de honor de los ránking mundiales. Para encontrar al siguiente español en el masculino hay que bajar al puesto 41 (Pedro Martínez), mientras que en el femenino hay que bucear más aún (Jessica Bouzas, 55). Ni rastro de jugadores como Alejandro Davidovich, que cerró 2023 como 23º y ahora se ha diluido hasta el 62º, ni de Sara Sorribes (105).
No hay mucho más, ni parece que lo vaya a haber en un futuro cercano. En el horizonte asoman promesas con más incógnitas que certezas a estas alturas, como Pablo Llamas, Martín Landaluce, Daniel Mérida o Ane Mintegi. Eso sí, lo que parece claro es que ninguno de ellos está para destacar en 2025, y ayudar a dejar atrás la sensación imperante en 2024 de que el tenis español es Alcaraz, y poco más.
Diario de Mallorca – Deportes