“Nena, no llores, que el Tour es histórico y no lo volverás a ver en la vida”. El padre, que habla, casi chilla, en catalán a su hija, una niña rubia de unos ocho años, es el que se emociona en Montpellier. Los niños, a veces, se agobian con tanta gente y tanto calor, son más bajitos y todavía les cuesta más que a los mayores ver a los corredores o lanzarse a los regalos que tira la caravana publicitaria, que muchas veces hacen más las delicias de los padres que de los menores. “Nena, no llores, que el Tour es histórico y no lo volverás a ver en la vida”. El padre, que habla, casi chilla, en catalán a su hija, una niña rubia de unos ocho años, es el que se emociona en Montpellier. Los niños, a veces, se agobian con tanta gente y tanto calor, son más bajitos y todavía les cuesta más que a los mayores ver a los corredores o lanzarse a los regalos que tira la caravana publicitaria, que muchas veces hacen más las delicias de los padres que de los menores.
“Nena, no llores, que el Toures histórico y no lo volverás a ver en la vida”. El padre, que habla, casi chilla, en catalán a su hija, una niña rubia de unos ocho años, es el que se emociona en Montpellier. Los niños, a veces, se agobian con tanta gente y tanto calor, son más bajitos y todavía les cuesta más que a los mayores ver a los corredores o lanzarse a los regalos que tira la caravana publicitaria, que muchas veces hacen más las delicias de los padres que de los menores.
Ir al Tour es tan bonito como agotador. Van familias enteras. Todo el mundo trata de relacionarse más en inglés que en francés, hasta el punto de que da la impresión, error mayúsculo, de condenar a la lengua propia de Francia bajo el yugo de la originaria del Reino Unido. Ahora, en muchos alojamientos familiares hasta hablan al recibir a los clientes una especie de esperanto, mitad francés, mitad inglés; es decir, que si lo pronuncian de forma rápida no te enteras de nada.
Pero, cuando oyes las conversaciones en el núcleo familiar, escuchas idiomas escandinavos, mucho lenguaje neerlandés y hasta argentino, porque a Montpellier llegó un numeroso grupo de ciudadanos del cono sur americano que llevaba bellísimas bicicletas y se sentían felices por descubrir la carrera y para que se diesen cuenta de que disfrutan en Argentina con otros deportes aparte del fútbol.
El Tour une familias, pueblos, da igual lo que pienses. Hay grupos de cicloturistas que vienen de medio mundo y que dan un plus a excorredores profesionales que se dejan contratar como guías mientras ascienden, por ejemplo, al Tourmalet o al Ventoux, junto a los clientes ciclistas que lo han contratado. El plan es ayudarlos en las cuestas y contarles cuatro batallitas de cuando sufrían o disfrutaban por el Tour con un dorsal a la espalda.
Y, ojo, conviene muchas veces llevar la credencial que cuelga del pecho de forma discreta porque puedes convertirte en una especie de agente turístico. Todos te preguntan dónde está la salida, a qué hora parten los corredores y por dónde pueden verlos. Esta última sugerencia es la más difícil de responder porque si se les dices la verdad, o sea por ningún lado donde haya una valla, seguramente darían media vuelta, se irían a algún bar, conectarían sus móviles y verían la etapa. En los bares franceses, al contrario de la costumbre de idénticos negocios al sur de la frontera, no suele haber televisores para distraer a la clientela mientras toman pastis o una cerveza normal y corriente.
La niña catalana de Montpellier deja de llorar, el padre se siente feliz, porque es él y no la criatura quien está disfrutando. Son miles de personas las que se reúnen en la zona de salida. Todo el mundo chilla. Suena el himno del Tour, porque goza la carrera de tal privilegio, sólo faltaría que la Grande Boucle no tuviera su canción, sin letra, pero con música. Por la megafonía de Montpellier se escucha la cuenta atrás en francés, ‘cinq, quatre, trois, deux, un, zéro…’ Nuevo estruendo. Aplausos por todos lados. Parten los corredores. Todo el mundo corre a tratar de verlos, lo que resulta imposible para una amplia mayoría. Se van. La niña protagonista de este texto da la mano a su padre sin comprender que ha sido testigo de un momento histórico. Ha estado presente en una salida de la ronda francesa. ¡Vive le Tour!
Diario de Mallorca – Deportes