No es país para una sola generación

Resulta difícil comprender el mundo sin abordar el cambio demográfico, que en las últimas décadas se ha hecho más patente. La drástica reducción de las tasas de fertilidad ha llevado a los demógrafos a revisar sus proyecciones, y ahora esperan que la población alcance su punto máximo durante este siglo. ¿Qué implicaciones tendrá este cambio demográfico para las economías y las sociedades? A principios de este año era uno de los temas y desafíos globales principales que se planteaban en el foro internacional de Davos.

Según el censo continuo del Instituto Nacional de Estadística (INE), desde enero de 2019 se han perdido unas 930.000 personas nacidas en España en edad de trabajar, entendido como el grupo con edades entre 20 y 64 años. La pirámide demográfica se está transformando de forma inexorable en una hucha con la parte ancha cada vez más arriba. Según la EPA, desde 2019 se han perdido 1,2 millones de población nacional en las cohortes entre 25 y 54 años. Al mismo tiempo, el segmento de 55 años en adelante sube en 1,17 millones.

España en su acusado invierno demográfico, sigue envejeciendo y en este caso al contrario que el título de la película protagonizada por Javier Bardem, podría terminar siendo un país para viejos, o lo que otros han llamado del baby boom al baby collapse. Si miramos hacia la situación en Europa, no hay grandes diferencias. En los quince años trascurridos entre 2008 y 2023 —desde el inicio de la Gran Recesión hasta el último año completo con datos disponibles— según Funcas la cifra de nacimientos ha caído en 22 de los 27 países de la UE y España registró la tercera caída porcentual más intensa en el número de nacidos vivos de los países comunitarios, un 38 %, solo por debajo de las de Letonia (41%) y Grecia (40%).

Únicamente Alemania, con un crecimiento del 2%, y países pequeños como Luxemburgo, Chipre y Malta han experimentado un aumento de los nacimientos en este periodo. Sin embargo, en este escenario complejo, poliédrico, con muchas aristas y sin conceptos homogéneos –porque para empezar es hasta difícil afirmar si «ser viejo» se percibe como algo positivo o negativo o qué sesgos contienen– no solo intervienen los factores demográficos o sociales, sino que también los económicos resultan muy elocuentes.

Justamente ahí existen brechas entre las distintas generaciones, a pesar de que tal y como afirman los demógrafos y sociólogos no parece que exista una lucha intergeneracional como tal, sino que las diferencias son acusadas entre generaciones y es necesario conciliar deseos, expectativas y necesidades en cada vez más ámbitos que comparten todas ellas. La Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España muestra que los hogares formados por mayores de 65 años han incrementado su renta en los últimos 20 años, ampliando la distancia en términos de riqueza con los jóvenes. La diferencia es especialmente notable entre los de 65 a 74 años y los de 35 a 44: en 2002, la riqueza media de los primeros era de 148.000 euros y la de los segundos 132.000. En 2022, la de los mayores ascendió a 226.000, mientras que la de los jóvenes cayó a 75.700 euros. Esto ha supuesto que la brecha se ha multiplicado por 9 en 20 años. La tenencia de vivienda es clave en esta reflexión. En 2004, el 71% de quienes tenían entre 30 y 44 años eran propietarios, cifra que hoy ha descendido al 55%. Entre los 16 y 29 años, ha bajado del 48% al 29%.

La reflexión inevitable sobre el futuro de la productividad y las tasas de ocupación es también un asunto sobre el que se está investigando. En su informe sobre perspectivas de empleo publicado este mes, la OCDE calcula que España será el que sufra la mayor caída de la tasa de ocupación hasta 2060 a causa de una ciudadanía de edad cada vez más avanzada. Advierte también de que este fenómeno no solo reducirá el volumen de trabajadores en relación con la población total, sino que también frenará el crecimiento económico y recomienda retrasar la salida del mercado laboral de los trabajadores de más edad, así como apostar por la inmigración para ganar mano de obra.

Como ha afirmado en alguna ocasión Gonzalo Berzosa, la ciencia nos ha regalado alrededor de dos o tres décadas más de vida, y muchos mayores después de jubilarse pasan más años de vida que siendo jóvenes. Esto plantea lugares de trabajo con cuatro generaciones y expectativas, necesidades y manera de abordar los desafíos de manera distinta. También ha traído inevitablemente clichés -que no todos son ciertos- como por ejemplo sobre las habilidades tecnológicas de una generación u otra en un mundo cada vez más tecnologizado.

¿Qué futuro queremos y podemos construir juntos ante un reto de esta magnitud? ¿Estamos creando una colaboración y conexión efectiva entre las distintas generaciones que convivimos, sociedad civil y empresa? La oportunidad que tenemos como organizaciones para un pacto generacional efectivo es probablemente enorme, como también ineludible es la transformación que arrastrará consigo. Liderar ese cambio social desde la innovación y la colaboración es uno de los mayores retos que tenemos como sociedad.

Desde Fundación SERES tenemos la ambición de abordar este reto de manera integral. Enfrentamos juntos los desafíos que plantea la evolución de la pirámide poblacional y la convivencia intergeneracional: la empleabilidad, la formación a lo largo de la vida, la nueva longevidad, el diseño de productos y servicios para todas las edades, la soledad no deseada, la vivienda o el ocio compartido.

Ana Sainz, directora general de Fundación SERES

 España sigue envejeciendo y podría acabar colapsando debido a la mayor caída de la ocupación entre los países de la OCDEgeneracional  

Resulta difícil comprender el mundo sin abordar el cambio demográfico, que en las últimas décadas se ha hecho más patente. La drástica reducción de las tasas de fertilidad ha llevado a los demógrafos a revisar sus proyecciones, y ahora esperan que la población alcance su punto máximo durante este siglo. ¿Qué implicaciones tendrá este cambio demográfico para las economías y las sociedades? A principios de este año era uno de los temas y desafíos globales principales que se planteaban en el foro internacional de Davos.

Según el censo continuo del Instituto Nacional de Estadística (INE), desde enero de 2019 se han perdido unas 930.000 personas nacidas en España en edad de trabajar, entendido como el grupo con edades entre 20 y 64 años. La pirámide demográfica se está transformando de forma inexorable en una hucha con la parte ancha cada vez más arriba. Según la EPA, desde 2019 se han perdido 1,2 millones de población nacional en las cohortes entre 25 y 54 años. Al mismo tiempo, el segmento de 55 años en adelante sube en 1,17 millones.

España en su acusado invierno demográfico, sigue envejeciendo y en este caso al contrario que el título de la película protagonizada por Javier Bardem, podría terminar siendo un país para viejos, o lo que otros han llamado del baby boom al baby collapse. Si miramos hacia la situación en Europa, no hay grandes diferencias. En los quince años trascurridos entre 2008 y 2023 —desde el inicio de la Gran Recesión hasta el último año completo con datos disponibles— según Funcas la cifra de nacimientos ha caído en 22 de los 27 países de la UE y España registró la tercera caída porcentual más intensa en el número de nacidos vivos de los países comunitarios, un 38 %, solo por debajo de las de Letonia (41%) y Grecia (40%).

Únicamente Alemania, con un crecimiento del 2%, y países pequeños como Luxemburgo, Chipre y Malta han experimentado un aumento de los nacimientos en este periodo. Sin embargo, en este escenario complejo, poliédrico, con muchas aristas y sin conceptos homogéneos –porque para empezar es hasta difícil afirmar si «ser viejo» se percibe como algo positivo o negativo o qué sesgos contienen– no solo intervienen los factores demográficos o sociales, sino que también los económicos resultan muy elocuentes.

Justamente ahí existen brechas entre las distintas generaciones, a pesar de que tal y como afirman los demógrafos y sociólogos no parece que exista una lucha intergeneracional como tal, sino que las diferencias son acusadas entre generaciones y es necesario conciliar deseos, expectativas y necesidades en cada vez más ámbitos que comparten todas ellas. La Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España muestra que los hogares formados por mayores de 65 años han incrementado su renta en los últimos 20 años, ampliando la distancia en términos de riqueza con los jóvenes. La diferencia es especialmente notable entre los de 65 a 74 años y los de 35 a 44: en 2002, la riqueza media de los primeros era de 148.000 euros y la de los segundos 132.000. En 2022, la de los mayores ascendió a 226.000, mientras que la de los jóvenes cayó a 75.700 euros. Esto ha supuesto que la brecha se ha multiplicado por 9 en 20 años. La tenencia de vivienda es clave en esta reflexión. En 2004, el 71% de quienes tenían entre 30 y 44 años eran propietarios, cifra que hoy ha descendido al 55%. Entre los 16 y 29 años, ha bajado del 48% al 29%.

La reflexión inevitable sobre el futuro de la productividad y las tasas de ocupación es también un asunto sobre el que se está investigando. En su informe sobre perspectivas de empleo publicado este mes, la OCDE calcula que España será el que sufra la mayor caída de la tasa de ocupación hasta 2060 a causa de una ciudadanía de edad cada vez más avanzada. Advierte también de que este fenómeno no solo reducirá el volumen de trabajadores en relación con la población total, sino que también frenará el crecimiento económico y recomienda retrasar la salida del mercado laboral de los trabajadores de más edad, así como apostar por la inmigración para ganar mano de obra.

Como ha afirmado en alguna ocasión Gonzalo Berzosa, la ciencia nos ha regalado alrededor de dos o tres décadas más de vida, y muchos mayores después de jubilarse pasan más años de vida que siendo jóvenes. Esto plantea lugares de trabajo con cuatro generaciones y expectativas, necesidades y manera de abordar los desafíos de manera distinta. También ha traído inevitablemente clichés -que no todos son ciertos- como por ejemplo sobre las habilidades tecnológicas de una generación u otra en un mundo cada vez más tecnologizado.

¿Qué futuro queremos y podemos construir juntos ante un reto de esta magnitud? ¿Estamos creando una colaboración y conexión efectiva entre las distintas generaciones que convivimos, sociedad civil y empresa? La oportunidad que tenemos como organizaciones para un pacto generacional efectivo es probablemente enorme, como también ineludible es la transformación que arrastrará consigo. Liderar ese cambio social desde la innovación y la colaboración es uno de los mayores retos que tenemos como sociedad.

Desde Fundación SERES tenemos la ambición de abordar este reto de manera integral. Enfrentamos juntos los desafíos que plantea la evolución de la pirámide poblacional y la convivencia intergeneracional: la empleabilidad, la formación a lo largo de la vida, la nueva longevidad, el diseño de productos y servicios para todas las edades, la soledad no deseada, la vivienda o el ocio compartido.

Ana Sainz, directora general de Fundación SERES

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