Miedo a otra crisis mundial tras el ataque de EE UU a Irán

Una confrontación abierta entre Irán e Israel, con la participación directa de Estados Unidos, puede implicar un cataclismo social, por supuesto, pero también económico de proporciones significativas, cuyas consecuencias puede ir mucho más allá de Oriente Próximo. PIB, inflación, mercados bursátiles y petróleo serían los primeros afectados, pero no los únicos.

1. PIB global: la amenaza de la estanflación

Una guerra de esta magnitud tendría un doble efecto recesivo sobre el crecimiento global. Por un lado, la incertidumbre geopolítica disuadiría inversiones, frenaría el comercio internacional y afectaría a la cadena de suministros global. Por otro, la subida del precio del petróleo -como veremos- golpearía el consumo y la producción industrial, especialmente en Europa y Asia.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) MI y el Banco Mundial se verían, por tanto, obligados a revisar a la baja sus previsiones. En economías desarrolladas, como el conjunto de la zona euro y su motor económico, Alemania, o en Japón, la contracción podría ser inmediata debido a su alta dependencia energética y a la fragilidad post-COVID de sus industrias. En Estados Unidos, el impacto sería más contenido por su relativa autosuficiencia energética, pero la ralentización del crecimiento sería innegable en un contexto, además, de guerra arancelaria que introduce más incertidumbre, ya de por sí, en la economía.

En conjunto, podríamos hablar de una reducción de entre 1 y 1,5 puntos porcentuales en el crecimiento mundial si la guerra se prolonga y se intensifica, lo que colocaría al planeta al borde de una estanflación -el peor escenario macroeconómico posible: bajo crecimiento o incluso negativo, con alta inflación, que desembocaría en destrucción de empleo –sólo en España, podríamos hablar de entre 50.000 y 100.000 empleos menos–.

2. Inflación: el regreso del fantasma de los años setenta

La inflación, contenida en su crecimiento parcialmente tras los picos post-pandemia, encontraría en esta guerra una vía directa para resurgir. El precio del petróleo es un canal inflacionario de primer orden, y un conflicto en el estrecho de Ormuz –por donde transita aproximadamente el 20% del crudo mundial– tendría efectos inmediatos sobre el barril de Brent, que podría superar fácilmente los 150 dólares. Hay que tener en cuenta que por cada diez dólares de incremento medio del precio del barril de crudo, el PIB puede mermar en dos décimas, sólo de efecto directo.

Además del crudo, el encarecimiento del transporte marítimo, la disrupción del suministro de materias primas y metales estratégicos, terminarían de cerrar el círculo inflacionario. Las autoridades monetarias, atrapadas entre la necesidad de combatir la inflación y no ahogar un crecimiento ya debilitado, entrarían en un dilema de política monetaria, agravando la volatilidad financiera.

3. Mercados bursátiles: volatilidad, huida a la seguridad y castigo a Europa

En los mercados financieros internacionales, el primer efecto sería el clásico «flight to quality»: huida de los activos de riesgo hacia refugios como el dólar, el oro y los bonos del Tesoro estadounidense. Los índices bursátiles caerían con fuerza, especialmente los europeos, más vulnerables por proximidad y dependencia energética.

Wall Street también sufriría, aunque menos que el DAX, el CAC 40 o el IBEX-35 español. Los sectores más castigados por esta crisis geopolñitica serían aerolíneas, turismo, automoción y consumo, mientras que los valores defensivos (sanidad, alimentación) y las tecnológicas con fuerte liquidez podrían resistir mejor.

En paralelo, las primas de riesgo en los países periféricos del euro podrían tensionarse de nuevo, poniendo a prueba la credibilidad del BCE con su herramienta antifragmentación. La ingente deuda acumulada por muchos países, como España, podría ser una losa sobre la economía europea. El fantasma de 2012 podría volver a asomarse.

4. El petróleo: su componente geoestratégico

El petróleo sería el eje sobre el que girarían todas las demás variables. Irán es el cuarto país con mayores reservas del mundo y, aunque su exportación está limitada por sanciones, cualquier interrupción en el estrecho de Ormuz -donde patrullan sus fuerzas navales- alteraría el equilibrio del mercado global.

Si Irán decidiera bloquear ese paso estratégico o atacar instalaciones petroleras de países del Golfo, el barril podría dispararse por encima de, precio antes mencionado de 150 dólares en cuestión de días. Arabia Saudí y los Emiratos podrían compensar parte del suministro, pero no de forma inmediata.

Estados Unidos tendría que decidir entre usar sus reservas estratégicas, presionar a la OPEP para aumentar producción o incluso involucrarse militarmente para garantizar el flujo energético. Cada decisión tendría un coste económico y político relevante.

Por tanto, una intervención directa de EE. UU. en un conflicto Irán-Israel, como la que acaba de producirse en las últimas horas, podría marcar un nuevo ciclo geopolítico y económico. El orden internacional, ya debilitado por la invasión rusa de Ucrania y la guerra derivada de ella, vería aumentar su entropía. Los equilibrios del comercio, las alianzas energéticas y las rutas críticas del transporte se reconfigurarían.

Para los ciudadanos, la consecuencia sería una pérdida de poder adquisitivo y un entorno de incertidumbre permanente. Para los gobiernos, una exigencia de mayor gasto militar, el cual es imprescindible, aunque se niegue a ello el presidente del Gobierno, y menor margen fiscal. Y para los bancos centrales, una encrucijada sin salida clara, con la economía afectada también por, como decía Bastiat, lo que no se ve: el coste de oportunidad de lo que dejamos de producir, de invertir o de crecer cuando se impone la la guerra.

 Amenaza de estanflación, temor a otra recesión, despegue del precio del petróleo o volatilidad imprevisible en los mercados  

Una confrontación abierta entre Irán e Israel, con la participación directa de Estados Unidos, puede implicar un cataclismo social, por supuesto, pero también económico de proporciones significativas, cuyas consecuencias puede ir mucho más allá de Oriente Próximo. PIB, inflación, mercados bursátiles y petróleo serían los primeros afectados, pero no los únicos.

1. PIB global: la amenaza de la estanflación

Una guerra de esta magnitud tendría un doble efecto recesivo sobre el crecimiento global. Por un lado, la incertidumbre geopolítica disuadiría inversiones, frenaría el comercio internacional y afectaría a la cadena de suministros global. Por otro, la subida del precio del petróleo -como veremos- golpearía el consumo y la producción industrial, especialmente en Europa y Asia.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) MI y el Banco Mundial se verían, por tanto, obligados a revisar a la baja sus previsiones. En economías desarrolladas, como el conjunto de la zona euro y su motor económico, Alemania, o en Japón, la contracción podría ser inmediata debido a su alta dependencia energética y a la fragilidad post-COVID de sus industrias. En Estados Unidos, el impacto sería más contenido por su relativa autosuficiencia energética, pero la ralentización del crecimiento sería innegable en un contexto, además, de guerra arancelaria que introduce más incertidumbre, ya de por sí, en la economía.

En conjunto, podríamos hablar de una reducción de entre 1 y 1,5 puntos porcentuales en el crecimiento mundial si la guerra se prolonga y se intensifica, lo que colocaría al planeta al borde de una estanflación -el peor escenario macroeconómico posible: bajo crecimiento o incluso negativo, con alta inflación, que desembocaría en destrucción de empleo

–sólo en España, podríamos hablar de entre 50.000 y 100.000 empleos menos–.

2. Inflación: el regreso del fantasma de los años setenta

La inflación, contenida en su crecimiento parcialmente tras los picos post-pandemia, encontraría en esta guerra una vía directa para resurgir. El precio del petróleo es un canal inflacionario de primer orden, y un conflicto en el estrecho de Ormuz –por donde transita aproximadamente el 20% del crudo mundial– tendría efectos inmediatos sobre el barril de Brent, que podría superar fácilmente los 150 dólares. Hay que tener en cuenta que por cada diez dólares de incremento medio del precio del barril de crudo, el PIB puede mermar en dos décimas, sólo de efecto directo.

Además del crudo, el encarecimiento del transporte marítimo, la disrupción del suministro de materias primas y metales estratégicos, terminarían de cerrar el círculo inflacionario. Las autoridades monetarias, atrapadas entre la necesidad de combatir la inflación y no ahogar un crecimiento ya debilitado, entrarían en un dilema de política monetaria, agravando la volatilidad financiera.

3. Mercados bursátiles: volatilidad, huida a la seguridad y castigo a Europa

En los mercados financieros internacionales, el primer efecto sería el clásico «flight to quality»: huida de los activos de riesgo hacia refugios como el dólar, el oro y los bonos del Tesoro estadounidense. Los índices bursátiles caerían con fuerza, especialmente los europeos, más vulnerables por proximidad y dependencia energética.

Wall Street también sufriría, aunque menos que el DAX, el CAC 40 o el IBEX-35 español. Los sectores más castigados por esta crisis geopolñitica serían aerolíneas, turismo, automoción y consumo, mientras que los valores defensivos (sanidad, alimentación) y las tecnológicas con fuerte liquidez podrían resistir mejor.

En paralelo, las primas de riesgo en los países periféricos del euro podrían tensionarse de nuevo, poniendo a prueba la credibilidad del BCE con su herramienta antifragmentación. La ingente deuda acumulada por muchos países, como España, podría ser una losa sobre la economía europea. El fantasma de 2012 podría volver a asomarse.

4. El petróleo: su componente geoestratégico

El petróleo sería el eje sobre el que girarían todas las demás variables. Irán es el cuarto país con mayores reservas del mundo y, aunque su exportación está limitada por sanciones, cualquier interrupción en el estrecho de Ormuz -donde patrullan sus fuerzas navales- alteraría el equilibrio del mercado global.

Si Irán decidiera bloquear ese paso estratégico o atacar instalaciones petroleras de países del Golfo, el barril podría dispararse por encima de, precio antes mencionado de 150 dólares en cuestión de días. Arabia Saudí y los Emiratos podrían compensar parte del suministro, pero no de forma inmediata.

Estados Unidos tendría que decidir entre usar sus reservas estratégicas, presionar a la OPEP para aumentar producción o incluso involucrarse militarmente para garantizar el flujo energético. Cada decisión tendría un coste económico y político relevante.

Por tanto, una intervención directa de EE. UU. en un conflicto Irán-Israel, como la que acaba de producirse en las últimas horas, podría marcar un nuevo ciclo geopolítico y económico. El orden internacional, ya debilitado por la invasión rusa de Ucrania y la guerra derivada de ella, vería aumentar su entropía. Los equilibrios del comercio, las alianzas energéticas y las rutas críticas del transporte se reconfigurarían.

Para los ciudadanos, la consecuencia sería una pérdida de poder adquisitivo y un entorno de incertidumbre permanente. Para los gobiernos, una exigencia de mayor gasto militar, el cual es imprescindible, aunque se niegue a ello el presidente del Gobierno, y menor margen fiscal. Y para los bancos centrales, una encrucijada sin salida clara, con la economía afectada también por, como decía Bastiat, lo que no se ve: el coste de oportunidad de lo que dejamos de producir, de invertir o de crecer cuando se impone la la guerra.

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