Una gallina corretea solitaria en medio de los restos de una comunidad de beduinos desmantelada unas horas antes cerca de la localidad de Hamra, en el norte del valle del Jordán (Cisjordania ocupada). Ha debido de quedarse extraviada cuando los habitantes han sido expulsados por un grupo de colonos judíos, que estos días multiplican sus ataques sobre localidades de pastores palestinos. “Uri Cohen me encañonó hace una semana. Nadie nos protege. Solo podemos quedarnos quietos para salvar nuestra vida”, sostiene Hasan (no da su nombre real), un pastor de 51 años de la zona, refiriéndose a uno de los israelíes que lidera la ofensiva y que no deja de amedrentar a su familia para que abandone también su precaria casa, su tierra y modo de vida. Hasan, de momento, se resiste y aguanta. Uri Cohen, por su parte, rechaza responder a las preguntas de este diario.
Al menos 39 comunidades de agricultores y pastores han sido borradas del mapa en Cisjordania por parte de extremistas israelíes durante la guerra de Gaza, según los cálculos de una ONG israelí
Una gallina corretea solitaria en medio de los restos de una comunidad de beduinos desmantelada unas horas antes cerca de la localidad de Hamra, en el norte del valle del Jordán (Cisjordania ocupada). Ha debido de quedarse extraviada cuando los habitantes han sido expulsados por un grupo de colonos judíos, que estos días multiplican sus ataques sobre localidades de pastores palestinos. “Uri Cohen me encañonó hace una semana. Nadie nos protege. Solo podemos quedarnos quietos para salvar nuestra vida”, sostiene Hasan (no da su nombre real), un pastor de 51 años de la zona, refiriéndose a uno de los israelíes que lidera la ofensiva y que no deja de amedrentar a su familia para que abandone también su precaria casa, su tierra y modo de vida. Hasan, de momento, se resiste y aguanta. Uri Cohen, por su parte, rechaza responder a las preguntas de este diario.
Pero cerca de allí, la gallina y las impenitentes moscas son el único hálito de vida que queda ahora en el desolador paisaje. En medio de los palés, las lonas de las jaimas, los enseres personales, restos de ropa y zapatos, una alfombra para el rezo… sobresalen las pintadas de los israelíes celebrando lo que consideran una victoria. La estrella de David azul, repetida a golpe de espray en diferentes lugares, va acompañada de un mensaje: Am Israel Jai (El pueblo de Israel vive). Los 89 puestos avanzados (outpost, o germen de asentamiento judío) creados en Cisjordania desde 2024, según la ONG israelí Peace Now, superan a los 39 poblados agrícolas y pastoriles palestinos desmantelados a la fuerza que se unen a decenas que se mantienen al borde de la expulsión, según la ONG israelí B’Tselem, desde que comenzó la guerra en Gaza en octubre de 2023.
Los que acaban expulsados, cargan con todos los animales y los bártulos que pueden y van en busca de algún otro terreno en el que poder instalarse. “Pero ahí tampoco están seguros”, remacha Peretz Gan, un veterano activista israelí que trata de ofrecer protección a los beduinos en el valle del Jordán. Son el eslabón más débil de la población palestina y es fácil que acaben sucumbiendo a los constantes ataques de colonos que, además, con la ayuda de los militares les cierran caminos y les impiden el paso a las zonas de pastoreo o a las escasas fuentes de agua disponibles. En los últimos días, los colonos han logrado, tras numerosos ataques, expulsar a los habitantes de Mu’arrajat, que este diario visitó el pasado febrero después de que prendieran fuego a la mezquita y otros puntos de la localidad.
Durante la visita de varios reporteros, entre ellos el de este diario, a la zona junto a activistas israelíes, los vecinos de Farsiya alertan por teléfono de la llegada en un vehículo todoterreno tipo buggy de dos jóvenes colonos. Cuando, poco después, activistas e informadores alcanzan el lugar, ya se han ido. Uno de los chavales muestra en un vídeo cómo los dos, uno de ellos con un rifle en bandolera, se han pavoneado delante de mujeres, hombres y niños mientras han causado algunos destrozos en muebles y enseres personales. Husein, de 70 años y apoyado en un bastón, describe lo sucedido y da a entender que forma parte de su vida diaria. El último incidente tuvo lugar tres días antes, apostilla.
Se trata de un movimiento radical ultranacionalista judío cuyo objetivo es adueñarse de estas tierras y que cuenta con el amparo y el impulso del Gobierno, algunos de cuyos ministros son también colonos. Una maniobra de “acoso sistemático orquestada por el Gobierno israelí”, denuncia el activista Elie Avidor, de Combatientes por la Paz. Los disturbios son frecuentes, sobre todo en pueblos con una población mayor que las comunidades beduinas. Seis palestinos han muerto desde finales de junio en medio de la violencia desatada.
Hay un claro objetivo en esta violenta campaña, insiste Avidor: apropiarse de la tierra. La presión sobre localidades palestinas ha ido en aumento coincidiendo con la guerra en Gaza y en las últimas semanas está alcanzado cotas hasta ahora desconocidas. Dos hombres fueron asesinados el 11 de julio por colonos en Sinjil (norte de Ramala, capital administrativa de Cisjordania). Uno de ellos contaba con nacionalidad estadounidense y murió apaleado. En el pueblo de Kafar Malek, también cerca de Ramala, murieron a finales de junio cuatro vecinos, uno de ellos adolescente, durante ataques de judíos que acabaron respaldados por militares israelíes, que dispararon sus armas. La llamada a filas de varios cientos de miles de reservistas para alimentar al ejército en la contienda hace imposible distinguir a militares reales de civiles con uniforme, destaca Avidor.
El valle del Jordán y las colinas de sus alrededores están cada vez más moteados por esos nuevos asentamientos de colonos (outposts) desde los que se hostiga a la población autóctona. Los 59 creados en 2024 y los 30 en lo que va de 2025 ―frente a los siete de 2023― suponen un récord absoluto, según la ONG Peace Now. Primero se instalan con caravanas o viviendas precarias y después acaban acogiendo a varias familias y cuentan con suministro de agua, electricidad y hasta con carretera asfaltada, un sueño para los beduinos.
En otros casos, disfrutan de ranchos ampliamente subvencionados por el Gobierno de Israel como el de Uri Cohen, que además de ganadero es señalado como uno de los líderes de los ataques contra los palestinos y el que encañonó días atrás a Hasan. “Asfaltar esto cuesta millones”, lamenta Avidor en la carretera que lleva a la granja de Cohen y que transcurre próxima a precarias aldeas beduinas que no disponen de lo esencial para sobrevivir. Cohen no ha querido responder a las preguntas sobre las acusaciones que vierten los palestinos contra él. “Vivimos en paz y felicidad. Quien diga lo contrario, miente. No me interesa que me entrevisten”, afirma a través de mensajes escritos.
A unos metros, una base militar israelí corona un monte vecino. La tubería que suministra agua a esas instalaciones baja por la ladera y transcurre junto a Khirbet Makhul, otro poblado en peligro y donde vive Hasan, amenazado por Cohen. Por el cielo, los cables de la electricidad. Los beduinos prestan su tierra, pero no disfrutan de esos servicios esenciales que son únicamente para las tropas y los colonos, según denuncian los escasos vecinos que quedan, pues la mayoría de las familias ya se han ido.
Hasan es padre de nueve hijas y un hijo, pero, por seguridad, la mayoría no viven con él y su mujer en este poblado con unas 350 ovejas. Lleva años aguantando la presión de los colonos. Cohen llegó a la zona como hace una década, calcula. “Haram, haram, haram” (en árabe, lo prohibido o lo ilegal), repite su mujer para describir su situación mientras permanece sentada en la estancia principal de la vivienda. Las paredes, de chapa y sacos de arpillera. Una cocina básica y lo justo para salir adelante.
Por los alrededores, es visible todo un sistema de vallas, zanjas, cancelas en las vías de comunicación y controles militares diseñados para segregar a las dos comunidades, la palestina y la israelí. En uno de ellos, Elie Avidor permanece bloqueado durante una hora junto a varios reporteros internacionales. El grupo había anunciado su presencia en la zona y pedido permiso previamente. Pero nada sirve para que los militares abran el paso. El objetivo es que los judíos vayan ganando espacio vital en detrimento de los palestinos, a los que quieren arrinconar en dirección a los núcleos urbanos de Cisjordania, sostiene el activista de Combatientes por la Paz.
En la misma zona, una vivienda de Ein al Hilwa, precaria como todas, tiene una orden de demolición colocada en la puerta la misma mañana de la visita. Forma parte de esa burocracia de la ocupación con la que las autoridades de Israel presionan a los palestinos para que se vayan. Las excavadoras acompañadas por el ejército son enviadas a menudo a las poblaciones para arrasar manu militari todo lo que encuentran a su paso y obligar así a una marcha irremisible de los habitantes.
Un enjambre de banderas israelíes clavadas en el suelo rodean un grupo de casas de Ein al Hilwa. En la entrada del camino una plancha de hormigón advierte en hebreo, árabe e inglés: “Peligro. Campo de tiro. Prohibida la entrada”. Se trata de otro mecanismo de presión, declarar zonas militarizadas en las que el ejército en realidad no se despliega. “Es una mera excusa”, argumenta Avidor. El propietario de la casa amenazada explica que cada mes ha de vender una vaca para que el resto sobreviva. Tiene miedo y no quiere que se publiquen ni su identidad ni su imagen. Explica que los colonos campan a sus anchas día y noche y se llevan lo que quieren. “Si nadie me ayuda, tendré que irme”, zanja.
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