La economía mundial contiene el aliento ante el (nuevo) inicio de la guerra comercial de Donald Trump

El mundo —y la prensa— ya ha perdido la cuenta de las veces en las que la guerra comercial de Donald Trump ha estado a punto de comenzar. Pero en esta ocasión, dice el presidente de Estados Unidos, va en serio. “La fecha límite del 1 de agosto es la fecha límite del 1 de agosto”, sentenció el presidente estadounidense este miércoles −quién sabe si en un homenaje a Gertrude Stein (“una rosa es una rosa es una rosa”)−. Lo hizo en un mensaje en su red social, Truth, escrito todo en mayúsculas. “[El final del plazo] Se mantiene con firmeza, y no será ampliado. ¡[Será] Un gran día para Estados Unidos!“.

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 La incertidumbre reina en las horas previas al fin del último plazo que dio el presidente estadounidense para la entrada de sus aranceles, que expira este viernes  

El mundo —y la prensa— ya ha perdido la cuenta de las veces en las que la guerra comercial de Donald Trump ha estado a punto de comenzar. Pero en esta ocasión, dice el presidente de Estados Unidos, va en serio. “La fecha límite del 1 de agosto es la fecha límite del 1 de agosto”, sentenció el presidente estadounidense este miércoles −quién sabe si en un homenaje a Gertrude Stein (“una rosa es una rosa es una rosa”)−. Lo hizo en un mensaje en su red social, Truth, escrito todo en mayúsculas. “[El final del plazo] Se mantiene con firmeza, y no será ampliado. ¡[Será] Un gran día para Estados Unidos!“.

Así que si no vuelve a cambiar de idea, el viernes, por tanto, entrarán en vigor los aranceles que Washington ha impuesto unilateralmente a decenas de países desde que el republicano regresó a la Casa Blanca con sus planes de revertir la globalización que la primera potencia mundial instigó durante décadas en su propio beneficio.

Qué pasará exactamente el 1 de agosto es un asunto, con todo, repleto de enigmas por resolver, mientras continúan contra el reloj las negociaciones en marcha. El propio Trump avisó en Truth que los suyos estaban este miércoles “muy ocupados en la Casa Blanca trabajando en acuerdos comerciales”. “He hablado con los líderes de muchos países, todos los cuales desean que Estados Unidos esté sumamente satisfecho”, escribió.

Al final de la tarde, anunció un pacto con Corea del Sur, decimotercera economía mundial, por el que Seúl pagará aranceles de un 15% por los productos que exporta. Estados Unidos, además de comprometerse a otras inversiones. El inquilino de la Casa Blanca también compartió que acababa de firmar un acuerdo con Pakistán “para desarrollar sus enormes reservas de petróleo”. No dio más detalles sobre ese pacto.

En mitad de todos esos vaivenes, cuando falta tanta información sobre tantos particulares, una cosa parece clara: a expensas de que todo cambie una vez más —o de que llegue un nuevo aplazamiento de última hora—, los países quedan divididos en tres grupos.

Están los que han alcanzado sus acuerdos comerciales, o, más bien, principios de acuerdos comerciales, en estos casi 120 días; estos, como el Reino Unido, Japón, Indonesia o la Unión Europea, saben a qué atenerse y solo les queda, y no es un asunto menor, aterrizar los detalles de esos pactos.

En el segundo grupo, figuran los socios que han recibido amenazas concretas, bien sea cuando Trump lanzó su campaña de aranceles por carta a principios de julio, o tras anuncios específicos del presidente de Estados Unidos, el último de los cuales llegó este miércoles con la India (gravámenes del 25%).

En el tercer pelotón, están aquellos socios de escasa envergadura con los que Estados Unidos no ha tenido ni el tiempo ni la urgencia de sentarse a negociar: a estos les caerán una tasa universal, que Trump ha situado en declaraciones vagas en al menos el 15%.

Según Goldman Sachs, estos dos últimos grupos representan el 52% de las importaciones estadounidenses, e incluyen dos de los principales socios comerciales: México y Canadá. Sobre ambos pesan aranceles del 30 y del 35%, respectivamente, para los productos que no estén incluidos en el TMEC, el acuerdo de libre comercio norteamericano cuya renegociación está pendiente. Los negociadores mexicanos confían, según fuentes diplomáticas de Washington, que se pueda anunciar un pacto antes del límite del viernes.

Esas fuentes también cuentan que todo depende, como casi siempre, del visto bueno último de Trump, que también podría decretar un aplazamiento para ese caso concreto, como confían los funcionarios estadounidenses que llevan las conversaciones con Pekín que haga el presidente de Estados Unidos con China.

Tras dos días de intensos contactos en Estocolmo (Suecia) ambas potencias parecen dispuestas a seguir hablando, antes de embarcarse en una guerra de aranceles cruzados como la que en abril llevó a Estados Unidos a cobrar un 145% a China, y a China, un 125% a Estados Unidos. Esos números quedaron aparcados tras una ronda de negociaciones en Ginebra (30% frente a un 10%). El secretario del Tesoro, Scott Bessent, tenía previsto verse este miércoles con Trump para convencerlo de la conveniencia de un aplazamiento.

El gravamen universal del 15% con el que amenaza Trump esta vez supone un 5% más de la cifra que quedó fijada después de que el presidente de Estados Unidos anunciara el 2 de abril en el jardín de la Casa Blanca y con una enorme cartulina entre las manos aranceles, mal llamados “recíprocos”, para decenas de países, desde el 49% a Camboya al 20% a la UE.

A los pocos días, los bajó a un 10% general y dio 90 días para negociar, plazo que expiraba en teoría el 9 de julio y que él mismo alargó hasta el 1 de agosto. Aquellas idas y venidas le hicieron ganarse el apodo de TACO, que corresponde a las siglas en inglés de “Trump Siempre Se Acobarda”. Es un alias que le resulta irritante, y tal vez por eso ahora insiste tanto en que esta vez no piensa echarse atrás.

Tras no cumplir con el plazo del 9 de julio, Trump se dedicó a enviar cartas a al menos 25 socios comerciales, con aranceles que iban entre el 20% y el 50%, cifra que se llevó Brasil por razones extracomerciales, dado que la balanza entre ambos países es, por esta vez, favorable para Estados Unidos. El país iberoamericano vio quintuplicadas sus tasas como una medida de presión del presidente estadounidense para librar a su amigo, el expresidente Jair Bolsonaro, de la cárcel en su juicio por golpismo. Este miércoles, esa amenaza del 50% se hizo realidad con un decreto firmado por Trump, que incluye excepciones para algunas empresas (como la aeronáutica Embraer) y ciertos sectores: los del silicio, el estaño, la pulpa de madera o los metales preciosos, entre otros.

En un capítulo aparte quedan los productores de aluminio, acero y cobre, tres sectores que sufren o sufrirán, como en el caso del cobre, desde el 1 de agosto, tasas del 50% que son independientes de los acuerdos con cada uno de los países. También están las excepciones de los coches y sus componentes, afectadas por un gravamen del 25%, salvo en los casos de Japón y la UE, cuyos fabricantes se beneficiarán de un arancel menor: el 15% que han pactado para el resto de los productos.

Tanto para Tokio como Bruselas a partir de este 1 de agosto se abre una fase diferente: cerrar los detalles de los acuerdos alcanzados, a menudo, en términos demasiado vagos, cuando no casi imposibles de cumplir. Es el caso del punto según el cual la UE se compromete a comprar 750.000 millones de dólares en energía estadounidense e invertir 600.000 millones en Estados Unidos para 2028, según la Casa Blanca. Esa inversión no es vinculante para los Estados miembros ni para las empresas de la UE, dado que, según la Comisión Europea, solo existe un “interés en invertir”. En cuanto a las compras de energía fijadas en el acuerdo son, dicen los analistas, poco realistas: la UE no puede obligar a los Estados miembros ni a las empresas a llevarlas a cabo.

Otros socios que han alcanzado sus respectivos pactos (en total, son ocho: además de la tregua con China, y de los casos mencionados de la UE, Japón, Corea del Sur y Pakistán, están el Reino Unido, Vietnam, Indonesia y Filipinas) no saben bien por dónde tirar. El caso más llamativo es el de Vietnam. Trump anunció un acuerdo el 2 de julio, que acarrea un gravamen del 20% a todas las importaciones de Hanói, a cambio de que el país asiático se “abra al comercio estadounidense”. Desde entonces, nadie ha visto un papel sobre ese pacto. Ni siquiera el mismísimo Bessent.

Este martes, en una entrevista con la CNBC, declaro que asumía la existencia de ese documento y que creía que Jamieson Greer, representante del Comercio estadounidense, “debe de tenerlo por ahí”. Esas declaraciones confirmaron lo que el mundo, que vuelve a contener la respiración con los aranceles de Trump, ya sabía: que si algo define la política comercial del presidente de Estados Unidos, por muchos triunfos que haya logrado apuntarse, es el caos y la volatilidad.

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