Juanito Oiarzabal: «Tener hijos nunca me condicionó en el Himalaya: si moría, me moría yo, ellos quedaban cubiertos»

A Juan Eusebio Oiarzabal (Vitoria, 1956) siempre le llamaron Juanito. En casa, en la cuadrilla y en toda España. Él fue el gran estandarte de una tradición de alpinistas, vascos y navarros en su mayoría, que acercaron el encanto de los 14 ochomiles del Himalaya a todos los españoles. Sus ascensiones, desde aquella iniciática al Cho Oyu en 1985, se convirtieron durante lustros en grandes acontecimientos mediáticos. A Juan Eusebio Oiarzabal (Vitoria, 1956) siempre le llamaron Juanito. En casa, en la cuadrilla y en toda España. Él fue el gran estandarte de una tradición de alpinistas, vascos y navarros en su mayoría, que acercaron el encanto de los 14 ochomiles del Himalaya a todos los españoles. Sus ascensiones, desde aquella iniciática al Cho Oyu en 1985, se convirtieron durante lustros en grandes acontecimientos mediáticos.  

A Juan Eusebio Oiarzabal (Vitoria, 1956) siempre le llamaron Juanito. En casa, en la cuadrilla y en toda España. Él fue el gran estandarte de una tradición de alpinistas, vascos y navarros en su mayoría, que acercaron el encanto de los 14 ochomiles del Himalaya a todos los españoles. Sus ascensiones, desde aquella iniciática al Cho Oyu en 1985, se convirtieron durante lustros en grandes acontecimientos mediáticos.

Hoy, ya con 69 años, Juanito está retirado del gran alpinismo y mata el gusanillo como guía internacional de alta montaña, liderando un puñado de expediciones al año. «Creo que el año que viene ya lo dejaré y me dedicaré a disfrutar de estas maravillosas montañas que tenemos aquí en Euskal Herria», explica quien fue gimnasta, electricista y pescatero antes que toda España conjugara su apellido con el nombre de las montañas que fijan el techo de nuestro planeta.

¿Recuerda la primera vez que fue al monte?

Joder, claro. Estas cosas aquí, en Euskal Herria, en Euskadi, son naturales, propias de nuestra cultura y nuestra tradición. Yo lo hice con 7 u 8 años de la mano de mi padre, de mi ‘aita’, que fue quien nos inculcó a mi hermano y a mí la pasión por la montaña. Y ya con 14 descubrí el mundo vertical, la roca, en una escuela de escalada que se llama Egino.

Juanito Oiarzabal, en una entrevista en 2003.
Juanito Oiarzabal, en una entrevista en 2003. / EMILIO PEREZ DE ROZAS

¿Usted qué quería ser de pequeño?

De niño compaginaba la gimnasia deportiva con las salidas al monte. No era malo, pero en un momento mi entrenador me dijo que mi progresión prácticamente estaba terminada. Me pesaban mucho las piernas, y lo iba a tener mal para poder continuar, aunque no fuera profesionalmente. Yo quería seguir, pero aquello se acabó. ¿Qué quería ser luego? Pues pensaba en disfrutar de la vida, disfrutar de la montaña y disfrutar de la juventud. Luego ya vino todo lo demás.

De niño compaginaba las salidas al monte con la gimnasia deportiva, pero me pesaban mucho las piernas y lo dejé

Tuvo otros trabajos antes de vivir del alpinismo.

Empecé de electricista, tirábamos líneas de alta tensión. Cuando me casé por primera vez, puse una pescadería con mi exmujer. Mi ‘ama’ ha tenido pescadería toda la vida, también mi hermano, mis tíos, mis primos… Teníamos mucha cultura de pescado en casa y yo no iba a ser menos, ¿no? Así que monté una pescadería durante diez años, hasta que me separé de mi mujer, en el 96. Hasta entonces compaginaba la pescadería con las expediciones, solamente podía irme a una al año, más allá de alguna escapada a los Alpes que hacíamos. Pasaba nueve meses al año en la pescadería e intentaba marcharme tres o cuatro, pues para hacer mis cositas por ahí. Lo contrario de lo que hacía después. Empecé en el año 82 en el Aconcagua y en el año 85 hice mi primer ochomil, el Cho Oyu.

Durante 10 años, pasaba nueve meses al año en la pescadería e intentaba marcharme tres o cuatro. Lo contrario de lo que hacía después

¿Cómo recuerda ese primer ochomil?

Las sensaciones que yo tuve en esa montaña no las he vuelto a tener en ningún otro lugar. Ha habido otras sensaciones, diferentes, pero como esas, ninguna. ¿Por qué? Pues porque, éramos jóvenes, inexpertos, teníamos muchos tabús en la cabeza: si éramos capaces de superar la cota de los 8.000 metros sin utilizar oxígeno, si éramos capaces de realizar una buena ascensión y una buena escalada… A día de hoy lo sigo recordando.

¿Ascender los 14 ochomiles era un objetivo que tenía ya desde joven?

No, no. ¡Ni muchísimo menos! Piensa que Reinhold Messner, la primera persona en lograrlo, lo hace poco después de que yo suba el primero. Era algo que ni me podía plantear entonces. En el año 87 ya subo mi segundo ochomil, pero los cuatro años siguientes no hago cumbre en ninguna de mis expediciones, que para mí fueron las mejores que he hecho. En el año 92 subo mi tercer ochomil y a partir de ahí mi carrera deportiva ya fue fluyendo, fluyendo, fluyendo, fluyendo… Contestando a tu pregunta, yo me planteo convertirme en el primer español y en el sexto del mundo en subir los 14 ochomiles cuando ya llevo 10, después del Kanchenjunga, en el 96. Firmé un contrato con la Caja Laboral, que me financiaba los cuatro últimos que me faltaban, y ahí me metí de lleno hasta conseguirlo en el 99.

Su relación con el Himalaya ha sido tal que en su momento su mujer y usted adoptaron allí a su hija menor.

Mi segunda mujer, que es con la que hoy convivo y con la que tengo a mi hijo Mikel, quería una niña. Entonces éramos solteros y yo le propuse adoptar en Nepal, que es el país con el que más identificado me siento y además ahí se daban las condiciones para adoptar como madre soltera. Y así lo hicimos, adoptamos a Sangita, que es un nombre que significa ‘música’, y la trajimos a Vitoria con un añito. Ahora ya tiene 20.

Araceli Hernández, mujer de Juanito Oiarzabal, y Mikel, hijo de ambos, observan una foto del ochomilista vasco en una imagen de 2001.
Araceli Hernández, mujer de Juanito Oiarzabal, y Mikel, hijo de ambos, observan una foto del ochomilista vasco en una imagen de 2001. / David Aguilar / Efe

Compaginar ser alpinista con ser marido y padre ha tenido que ser complicado.

Pues no, porque mis dos esposas siempre me han sabido entender, comprender y sobre todo se han hecho cargo de muchísimas cosas. Yo no he sido precisamente un padre modélico, todo lo contrario, he sido un padre un tanto apartado. Tuvimos a Mikel en el año 99, cuando completo los 14 ochomiles, en una época muy intensa de expediciones. El poco tiempo que tenía se lo intentaba dedicar a ellos, pero yo pasaba muchísimas temporadas fuera de casa.

Yo no he sido precisamente un padre modélico, todo lo contrario, he sido un padre un tanto apartado

¿Ser padre le influía a la hora de asumir riesgos, en un deporte como el alpinismo en el que la muerte siempre es una opción?

No, mira, esa pregunta ya me la han hecho alguna vez. A mí los hijos no me influyeron absolutamente para nada, porque si me muero, el que se muere soy yo y ellos se van a quedar bien cubiertos. Nunca he ido a la montaña condicionado por tener dos hijos o por tener uno o por no tener ninguno. El peligro en la montaña es evidente, sabes que en este negocio estás expuesto a muchas cosas: a colarte en una grieta, que te caiga una avalancha, un pedazo de hielo, una piedra… Cuando sales de casa, sales con la idea de que esto puede ocurrir. Después la experiencia te va ayudando a prever los peligros y analizar si las condiciones son adecuadas para ascender o no.

Nunca he ido a la montaña condicionado por tener dos hijos o por tener uno o por no tener ninguno

Y, aun así, muchos montañeros tan expertos como usted, muchos de ellos amigos suyos, han perdido la vida en el Himalaya. ¿En algún momento se replanteó si el riesgo merecía la pena?

Mira, yo no me lo he replanteado nunca, porque nosotros, no solamente yo, estamos hechos de otra pasta, ¿no? Sabemos que te puedes quedar ahí y estás hablando con alguien, además, que ha perdido ocho compañeros directos con los que he crecido, con los que he escalado, con los que he evolucionado, con los que he estado toda una vida: Atxo Apellániz, José Luis Zuloaga, Antonio Miranda, Félix Iñurrategi, Mikel Ruiz de Apodaca, Alberto Zerain, Juanjo Garra y Pepe Garcés. Todos menos Mikel, que murió en el Lezat, en los Pirineos, se han quedado en el Himalaya. Cuando salimos de casa intentamos aparcar esos sentimientos, aunque siempre tienes en la retina a toda esa gente con la que has crecido. Yo ya sé cómo funciona esta historia, claro. Por eso te decía que somos de otra pasta.

Juanito Oiarzabal, en la cima del Annapurna, el último de los ochomiles que ascendió por primera vez, en 1999.
Juanito Oiarzabal, en la cima del Annapurna, el último de los ochomiles que ascendió por primera vez, en 1999. / Juan Vallejo / EFE

¿Vio la muerte de cerca?

El peor momento fue con Félix y Alberto Iñurrategi bajando de la cumbre del Kanchenjunga, nos envolvió una tormenta que no he visto jamás, ni parecida. Fueron momentos de angustia, críticos, de darle muchas vueltas a la vida, de saber que no podíamos cometer absolutamente ningún error si queríamos bajar de allá. Llegamos a creer que no bajábamos, que iba a ser imposible. Al final, uniendo mi experiencia y su juventud, lo conseguimos. Y en mi segundo Everest, bajando, me quedé en el segundo escalón y estaba totalmente solo. Yo pensaba que ya no bajaba y ahí le das una vuelta a la vida. Pero luego se te pasa, se te olvida rápidamente y vuelves otra vez de nuevo para volver a empezar.

Juanito Oiarzabal, en un hospital de Zaragoza, tras su expedición al K2 en 2004.
Juanito Oiarzabal, en un hospital de Zaragoza, tras su expedición al K2 en 2004. / Javier Cebollada / EFE

En 2004, después de una expedición al K2 con Edurne Pasaban, tuvieron que amputarle los diez dedos de los pies por congelaciones. ¿Psicológicamente le costó mucho aceptarlo?

Pues sí, la verdad es que sí. Yo ya había hecho muchísimas locuras y esa vez me convertí en la primera persona en el mundo en subir dos veces el K2. Cuando te congelas, ya desde un primer momento sabes que cuanto menos vas a perder unos cuantos dedos. En mi caso, fueron todos. El proceso de llegar a Zaragoza con el doctor Arregui y empezar el proceso ese de baños de agua caliente con oxígeno enriquecido, para intentar recuperarte de la lesión en la medida de lo posible, era jodido. Yo preguntaba cuántos dedos me iban a amputar, pero nunca me lo decían. “Venga, Juanito, ánimo”. Estuvimos dos meses en el hospital tanto Edurne como yo hasta que llegó el momento de la amputación.

Yo preguntaba cuántos dedos me iban a amputar, pero nunca me lo decían: “Venga, Juanito, ánimo”

¿Y después, qué?

Pues otra vez lo mismo, ¿no? A pensar cuánto tiempo iba a tardar en recuperarme y cuándo iba a poder regresar a la montaña. Eso era lo que estaba en mi cabeza. Yo me subía al Gorbea con muletas, con los pies bien protegidos. No sabía si iba a ser capaz de volver a realizar expediciones largas hasta que llegó una que organizó el diario ‘Marca’ al Aconcagua con Theresa Zabell, Martín Fiz, Fernando Escartín… Me llevé a mi querido amigo Juan Gandía, que fue el médico me amputó los dedos de los pies, para que me hiciera las curas de los pies, porque los injertos que me pusieron aún no estaban del todo bien. Pero aun así, sangrando y sangrando y sangrando de los pies, logré hacer el Aconcagua con esta gente y ya empecé a pensar en subir otro ochomil. Al final hice cinco más.

Sangrando y sangrando y sangrando de los pies, logré hacer el Aconcagua con esta gente y ya empecé a pensar en subir otro ochomil

Creo que llegó a anunciar un par de veces que dejaba los ochomiles, pero volvió.

Bueno, fueron momentos un poco de bajón, en los que te influyen los accidentes de amigos y en los que ya no te sientes como antes. Me planteé el proyecto de ser la primera persona que subía dos veces cada uno de los 14 ochomiles, pero al final no pudo ser. Sufrí dos embolias pulmonares y se me juntó con el accidente mortal de Alberto Zerain y Mariano Galván en el Nanga Parbat. Eso hizo que ya definitivamente me retirara del mundo de los ochomiles. Repetí 10 de los 14, realizando 26 ascensiones en total. Junto a Denis Urubko, soy el que más ochomiles ha subido sin oxígeno.

Sigue trabajando como guía de montaña internacional, ¿lo hace por vicio o por necesidad?

Trabajo por vicio. Por vicio y por ganas. Pero cada vez menos, y yo creo que ya el año próximo será mi última temporada. Tengo algunas expediciones ya programadas, pero algo sencillito, ya no es como antes.

¿Ha ganado más dinero con la montaña o con la televisión?

Con la montaña. Con la televisión también, porque yo estuve en Supervivientes y quedé segundo, eso se paga muy bien. Luego he estado durante 10 años en un programa de televisión aquí en Euskadi, en El Conquistador. Pero he ganado más dinero con la montaña. ¡Tampoco para forrarme, eh! Para vivir bien. Tampoco necesito más.

Juanito Oiarzaba, junto a Jesús Vázquez, durante su participación en el programa Supervivientes.
Juanito Oiarzaba, junto a Jesús Vázquez, durante su participación en el programa Supervivientes. / ARCHIVO

¿Qué quiere ser de mayor?

De mayor yo lo que quiero es tener una calidad de vida mejor de la que tengo, porque el hombro derecho no lo puedo subir, ya no puedo escalar como antes… Es lo que me gustaría, pero como no va a ser posible, pues mira, por lo menos cuidarme e intentar, en la medida posible, disfrutar de estas maravillosas montañas que tenemos aquí en Euskal Herria.

De mayor yo lo que quiero es tener una calidad de vida mejor de la que tengo, pero eso ya no va a ser posible

El Covid le dejó secuelas, además.

Estuve tres semanas ingresado y me han quedado secuelas muy, muy severas. Me metí 20 kilos al cuerpo que no hay manera de quitarlos, sobre todo en la tripa. Y entre eso y las dos embolias de pulmón, pues ya no me puedo esforzar como antes. Estoy con inhaladores y con Sintrom, cosas que pasan cuando te dedicas a subir ochomiles.

¿Cómo ve la moda de las expediciones comerciales para ricos a los ochomiles?

Estamos viendo unos circos… Una montaña como el K2, que todavía podía estar más o menos bien para poder equiparla tú mismo y para poder subir en otro estilo, ahora te llevan allá 100 sherpas de Nepal, te equipan la ruta de arriba abajo y ya ha perdido todo su encanto, su esplendor, su belleza, ya ha perdido todo el calor. A mí el Everest ya no me dice absolutamente nada de nada, para mí ha perdido toda la identidad. Yo recuerdo de niño que para mí escalar el Everest era algo grandioso y ahora ya no me dice nada. Eso no es hacer alpinismo, eso es subir montañas de una manera muy poco ética y muy poco estética. Cuanto más dinero tengas, más sherpas tienes y más oxígeno tienes. Ya no puedes subir el Everest sin oxígeno. Cuando subí el Cho Oyu en 1985, ni se nos pasaban por la cabeza subir con oxígeno. Ahora lo hacen el 95% de los que los suben. Vamos totalmente hacia atrás. La ética del alpinismo está desapareciendo en los ochomiles. Por suerte me he librado de ese juego. Ya no hay tabús, las sensaciones que nosotros experimentamos ya no existen.

 Diario de Mallorca – Deportes

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