Gatillazo trumpista

Una vez más, Trump amenaza y no da. Cuando quien tiene enfrente es más fuerte, claro. Si es más débil, entonces saca pecho y se crece. Basta comparar el trato más que deferente hacia Putin en la Cumbre de Anchorage con la vergonzosa y humillante encerrona que organizó para Zelensky en la Casa Blanca. Alfombra roja, desfile aéreo, aplausos y sonrisas, asiento compartido en la limusina blindada presidencial y ni un solo reproche para el dictador sobre el que pesa una orden internacional de detención por crímenes de guerra y que ha rechazado una vez más el imprescindible alto el fuego previo a una negociación de paz equilibrada.

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 La cumbre de Alaska pasará a la historia, pero no como esperaba la Casa Blanca. Quedará registrada como el naufragio de la diplomacia amateur que el amiguismo corrupto de Trump ha instalado en el Gobierno  

Una vez más, Trump amenaza y no da. Cuando quien tiene enfrente es más fuerte, claro. Si es más débil, entonces saca pecho y se crece. Basta comparar el trato más que deferente hacia Putin en la Cumbre de Anchorage con la vergonzosa y humillante encerrona que organizó para Zelensky en la Casa Blanca. Alfombra roja, desfile aéreo, aplausos y sonrisas, asiento compartido en la limusina blindada presidencial y ni un solo reproche para el dictador sobre el que pesa una orden internacional de detención por crímenes de guerra y que ha rechazado una vez más el imprescindible alto el fuego previo a una negociación de paz equilibrada.

Ante el presidente democrático, que eligió resistir al invasor en vez de la huida y el exilio, en cambio, todo han sido exigencias de contratos leoninos para explotar recursos minerales, restricciones en el suministro de armas y negativa a cualquier garantía seria de seguridad para después del alto el fuego incondicional que ya ha aceptado.

Trump iba a imponerlo en 24 horas. Han pasado siete meses desde la promesa, dirigida también a Israel, y Putin sigue riéndose en sus barbas. Como Netanyahu. Siempre termina arrugándose, tal como reza la consigna de sus adversarios, que tanto le exaspera: “Trump always chicken out”.

La cumbre pasará a la historia, ciertamente, pero no como esperaba la Casa Blanca trumpista. Quedará registrada en los anales como el naufragio de la diplomacia amateur que el amiguismo corrupto de Trump ha instalado en el Gobierno, después de destrozar las mejores instituciones y los más brillantes profesionales con los que haya contado un país democrático para gestionar sus relaciones exteriores.

Tenía enfrente otra institución excelente, disciplinada y eficaz, fraguada en la profesionalidad de los servicios secretos y militares soviéticos y de la agitprop estalinista, que sabe explotar la vanidad, la codicia y la corrupción del trumpismo y lo ha hecho una vez más a conciencia en los preparativos del encuentro de Alaska.

Nada puede ocultar la envergadura del fracaso. Putin se va sonriente, sin que Trump haga efectiva ninguna de sus vagas amenazas. Desprovisto esta vez de las inevitables hipérboles con que adorna sus hazañas, no admite preguntas y acude a una absurda tautología: “No hay acuerdo hasta que no hay acuerdo”.

Conocemos de dónde viene el esquema de tal declaración, mímesis ridícula de las grandes negociaciones internacionales en las que se trata de cerrar acuerdos complejos, compuestos de varios capítulos, que pueden cerrarse uno a uno, pero ninguno entra en vigor hasta que no se ha conseguido el acuerdo final. En este caso todo se reducía a un sí o a un no, a que siguieras la guerra o a que callarán las armas, al menos durante una tregua sustancial, rechazada por Putin si no se le conceden previamente sus exigencias, que son el programa de su victoria.

Putin ya no es un apestado. Trata de igual a quien se proclama líder del mundo libre, sin recibir ni un solo reproche. De vecino a vecino, lejos del territorio europeo, donde rige la orden de detención por crímenes de guerra de la Corte Penal Internacional. Pero el fracaso no es tan solo de Trump. Su rehabilitación internacional en Anchorage es de su exclusiva responsabilidad, pero el fracaso le trasciende. Es otro paso, rodeado de la pompa imprescindible para que pase a la historia, en la lenta destrucción del orden internacional basado en el derecho en favor de otro organizado tan solo por la fuerza. En Yalta se repartió el mundo y en Anchorage se exhibe la decadencia diplomática de Estados Unidos.

Políticamente pudo ser peor, si hubiera generado conclusiones y acuerdos, e incluso algún tipo de alto el fuego, porque la superioridad diplomática rusa hubiera sacado todas las tajadas. Probablemente, ha sido la reciente presión europea sobre Trump la que ha impedido un desastre todavía mayor. De ahí que no debiera cundir el desánimo en Europa ante el gatillazo trumpista.

Aunque nada bueno queda esperar de la actual Casa Blanca, al menos en Anchorage ha quedado demostrada una vez más la necesidad y urgencia de una fuerte reacción europea ante la creciente e inexorable irresponsabilidad de Estados Unidos. La justa y necesaria paz para Ucrania es definitivamente un asunto de los europeos.

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