Donald Trump tiene toda la razón. Europa necesita aumentar drásticamente su capacidad de defensa, entre otras cosas, para protegerse frente a una Administración estadounidense tan hostil como la del actual presidente. Y para prevenir escenarios aún peores, como la posible llegada al poder del actual vicepresidente, J. D. Vance, un relevo —bien por hecho biológico o democrático— que provoca escalofríos en círculos diplomáticos en Bruselas.
El acuerdo alcanzado en la cumbre de la OTAN para elevar la inversión en defensa apunta en la buena dirección, aunque sea por los motivos equivocados
Donald Trump tiene toda la razón. Europa necesita aumentar drásticamente su capacidad de defensa, entre otras cosas, para protegerse frente a una Administración estadounidense tan hostil como la del actual presidente. Y para prevenir escenarios aún peores, como la posible llegada al poder del actual vicepresidente, J. D. Vance, un relevo —bien por hecho biológico o democrático— que provoca escalofríos en círculos diplomáticos en Bruselas.
Ni el presidente Trump ni su mesiánico vicepresidente ocultan el desdén, rayano en el desprecio, por los aliados europeos, calificados repetidamente de gorrones, ni por una Unión Europea que, a su juicio, fue creada para aprovecharse de Estados Unidos No se trata, pues, de una distopía a largo plazo, sino de una inquietante realidad tangible en 2025 y susceptible de volverse más acuciante si Washington mantiene, como parece probable, su distanciamiento transatlántico hasta la próxima década.
El acuerdo alcanzado este miércoles en la cumbre de la OTAN para elevar la inversión en defensa al 3,5% del PIB de cada aliado, más otro punto y medio en infraestructuras y seguridad en general, apunta, por tanto, en la buena dirección, aunque sea por los motivos equivocados. La actitud servil con Trump del secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte, ha mostrado el nivel de toxicidad que ha alcanzado la relación de Europa con Washington y el riesgo de bullying al que se exponen los aliados europeos si no reducen su dependencia con el matón de la clase. Cuanto más gaste Europa en su propia defensa, menos temible resultará la ruptura de amarras con el gran hermano estadounidense.
El incremento pactado coincide, de hecho, con el cálculo de algunos analistas sobre el esfuerzo que debe acometer Europa para defenderse sin apoyo de EE UU, es decir, unos 250.000 millones de euros más para una inversión que entre los aliados europeos y Canadá ya ronda el medio billón de euros anuales. El aumento permitiría, según esos análisis, plantar cara sin ayuda transatlántica a otro zarpazo de Rusia como el sufrido por Ucrania.
Pero las cifras podrían quedarse cortas si Europa debe pertrecharse no solo para un ataque enemigo, sino también para una puñalada por la espalda de su presunto mayor aliado y no solo en el terreno militar. Y es que la dependencia de Europa de EE UU va más allá del ámbito de defensa y atañe también al terreno financiero, tecnológico y logístico. “La UE afronta el riesgo de que sus dependencias tecnológicas y económicas se utilicen como armas en su contra”, advirtió hace unos días Henna Virkkunen, vicepresidenta de la Comisión Europea, en la presentación de la nueva estrategia digital de la UE.
“Los tiempos en que podíamos depender completamente de otros, en cierto modo se han terminado”, señaló la canciller de Alemania, Angela Merkel, tras la primera llegada de Trump a la Casa Blanca en 2017. El actual canciller, Friedrich Merz, ha llevado aún más lejos el diagnóstico. “Hay que fortalecer Europa tan rápido como sea posible, de manera que, paso a paso, podamos lograr la independencia de EE UU”, dijo este año.
El camino parece trazado y tanto Merz como el presidente francés, Emmanuel Macron, parecen dispuestos a asumir el liderazgo de una “OTAN europea” con un ángulo oriental fundamental en torno a Polonia, que ya gasta más en defensa que Italia y España, y a una vecina Ucrania que cuenta ahora con el ejército europeo más experimentado en combate y con un gasto en defensa equivalente al 34% de su PIB.
Pero el reto de la UE es mucho más que el del mero incremento del gasto militar. Y como ha apuntado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras la cumbre atlántica en La Haya, el Consejo Europeo, que se reúne este jueves en Bruselas, debería hablar “menos de porcentajes de PIB y más de coproducción [de armamento], compras conjuntas e interoperabilidad”.
Las fuerzas armadas de los aliados de la OTAN, sin contar a EE UU, superan los 2,1 millones de militares, pero carecen de la coordinación suficiente para actuar de manera conjunta y efectiva. La diversidad del material militar también complica la actuación conjunta o la licitación a nivel continental, con 12 tipos de tanques en Europa, por ejemplo, frente a solo uno en EE UU.
La Comisión Europea, en su Libro blanco sobre defensa aprobado el pasado marzo, ha ofrecido 150.000 millones de euros en préstamos para la compra de material de defensa, con prioridad a unas compras colaborativas que se desean elevar hasta el 40% del gasto total. Bruselas calcula que el incremento del gasto del 2% al 3,5% del PIB movilizará en los aliados de la UE unos 650.000 millones de euros en cuatro años. Y Alemania también ha indicado su intención de modificar la gestión de los fondos estructurales europeos para dar prioridad al gasto en defensa, con la posibilidad de crear un fondo de competitividad destinado a financiar tecnologías clave, según detalla el documento oficioso circulado por Berlín en Bruselas con las propuestas alemanas para el próximo presupuesto comunitario.
Quizá Trump y Rutte, sin saberlo, han relanzado en La Haya la unión de la defensa europea. Una unión que permitiría a los europeos sumar sus esfuerzos y protegerse frente a imprevistos de Trump o arrebatos bélicos de Putin sin necesidad de llegar al 5% de gasto en defensa. O, al menos, sin alcanzar ese nivel por imposición de Trump, como ha celebrado Rutte con un alborozo que avergüenza a muchos europeos.
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