Tras contradecir a los que llevan años avisando del colapso, el antropólogo Emilio Santiago Muíño (Ferrol, 40 años) vuelve a llevar la contraria a una parte del ecologismo con un nuevo libro que carga contra la premisa de la austeridad o la contención. En Vida de ricos (editorial Lengua de Trapo), este científico titular del CSIC, en una plaza específica de antropología climática, reivindica que el ambientalismo cambie de discurso y tome la bandera de la buena vida.
El científico del CSIC vuelve a contradecir a parte del ecologismo con un libro que reniega del mensaje de austeridad o contención
Tras contradecir a los que llevan años avisando del colapso, el antropólogo Emilio Santiago Muíño (Ferrol, 40 años) vuelve a llevar la contraria a una parte del ecologismo con un nuevo libro que carga contra la premisa de la austeridad o la contención. En Vida de ricos (editorial Lengua de Trapo), este científico titular del CSIC, en una plaza específica de antropología climática, reivindica que el ambientalismo cambie de discurso y tome la bandera de la buena vida.
Pregunta. Asegura que se puede vivir mucho mejor reduciendo el impacto en el planeta.
Respuesta. Sí, podemos reducir nuestro impacto en el planeta y llevar una vida de lujo. Podemos vivir no solo mejor, sino mucho mejor dentro de los límites planetarios. La agenda ecologista y la expansión de la felicidad, no solo no se contradicen, sino que se necesitan.
P. Por lo general, el ecologismo defiende la austeridad, pero en su libro asegura que toda oferta de buena vida debe contener alguna expectativa de riqueza, de lujo o de abundancia.
R. Sí, creo que hay un componente antropológico fuerte en el exceso, que esto forma parte de la condición humana, y que, por tanto, tiene que haber una promesa de algún tipo de exceso en todo proyecto de vida buena. Y cuando eso no está, hay un déficit. Ahora bien, ese exceso no tiene por qué estar ligado al consumo compulsivo de mercancías o a un incremento de nuestros impactos materiales. Puede estar vinculado a otros muchos ámbitos de la vida humana, las relaciones personales, el tiempo libre, que son perfectamente compatibles con un programa material de cierta contención.
P. ¿Qué considera una buena vida?
R. Llevamos siglos preguntándonos por una buena vida. Lo que se defiende en el libro es que una vida bajo la idea de lujo comunal puede ser no solo una vida más sostenible, sino pasional y existencialmente superior. Y esto no tiene que ver con decir a la gente cómo vivir, no se trata de eso, sino con generar condiciones para experimentar la verdadera libertad, la verdadera plenitud y la verdadera capacidad de buscar aquello que nos realiza.
P. ¿Puede dar un ejemplo?
R. Una vida en la que trabajemos menos y aprovechemos ese tiempo libre para desarrollar pasiones colectivas, que pueden ser creativas, deportivas, recreativas, culturales, con nuestras comunidades cercanas, en nuestro entorno, cuidándolo, mejorándolo, es una vida que no exige un gran despliegue energético y material y que puede darnos un nivel de felicidad más intenso que lo que nos ofrece la sociedad de consumo.
P. La sociedad de consumo no destaca justamente por hacer felices a las personas.
R. Tenemos unos niveles escalofriantes de consumo de somníferos, ansiolíticos, antidepresivos. Estamos destruyendo el planeta en pos de un modelo de felicidad que nos enferma. Este malestar justifica esa disputa por el deseo, esa disputa por otro modelo de felicidad, no solo por una cuestión de compromiso ecológico, sino también por una sospecha de que podemos vivir mejor. Incluso en las regiones privilegiadas del mundo, la vida actual es bastante miserable.
P. ¿El ecologismo se equivoca con su mensaje de continencia para afrontar la emergencia climática?
R. Sí, una parte del ecologismo falla porque se ha quedado anclado en un discurso de la supervivencia que fue necesario inicialmente -porque el ecologismo nació para advertir sobre peligros muy importantes-, pero que ya está obsoleto. No podemos realizar la transformación que el ecologismo busca ni desde la culpa ni desde el sacrificio. Tenemos que hacerlo disputando la idea de deseo y ofreciendo horizontes de transformación que sean estimulantes, que sean ilusionantes, que sean excitantes.

P. Pero en su idea de la buena vida también hay una reducción del consumo, una forma de decrecimiento.
R. Llevamos muchas décadas sobrepasando los límites planetarios y hay que reintroducir la economía dentro de estos límites planetarios, pero tenemos que construir otra idea de cómo hacer esto que no esté basada en la renuncia o en la culpa, sino en descubrir otras formas de lujo, otras formas de exceso, que sean compatibles con estos límites planetarios.
P. Para esta buena vida considera fundamental empezar por liberar tiempo y defiende reducir la jornada laboral a cuatro días semanales.
R. El horizonte más realista es la jornada de cuatro días. Llevamos 100 años con las 40 horas y tenemos unos aumentos de productividad salvajes como para no poder pensar en las 32 horas semanales, pero yo no me quedaría ahí. Creo que tenemos condiciones materiales más que suficientes para inaugurar una civilización del ocio, una civilización del tiempo libre real como condición de libertad y de desarrollo personal. La reforma laboral es una de las claves, pero no la única, también hay otras cuestiones que tienen que ver con la seguridad material o con un urbanismo que fomente la creación de comunidad.
P. ¿Cuando habla de dar seguridad material se refiere a pagar una renta básica a los ciudadanos?
R. No hay balas de plata, para algunos puede ser la renta básica, otros hablarán del trabajo garantizado. En función de los contextos, quizás la seguridad material tiene más que ver con intervenir en el mercado de la vivienda o generar un buen sistema de salud pública. Pero si no hay seguridad material, no hay libertad. Y si no hay libertad, no hay posibilidad de construir un horizonte o un proyecto de felicidad mejor.
P. Esa renta básica u otro sistema debe garantizar ingresos a los ciudadanos para que puedan dedicarse a actividades que ahora a lo mejor no son viables económicamente pero sí muy satisfactorias. ¿No es así?
R. Sí. Yo le pongo mucho énfasis a la creatividad porque vengo de una tradición, el surrealismo, los situacionistas, que le da mucha importancia a hacer de la vida una obra de arte y a democratizar la creatividad entre todo el mundo. Pero hay otras muchas posibilidades. Si tuviéramos esa renta básica que nos permite descolonizarnos de los imperativos de la productividad, pues si a alguien le gusta, qué sé yo, jugar al rol, o hacer deporte, o escalar, o lo que cada uno quiera, dispondría de una plataforma temporal donde podría explorar esas pasiones en profundidad.
P. ¿Lo de hacer una obra de arte de la vida resulta sugerente, pero no es algo demasiado elevado para el conjunto de la ciudadanía?
R. No. Es tan sencillo de popularizar como experimentar una actitud lúdica en comunidad. Con ciertos juegos o dinámicas, alguien que no ha escrito poesía jamás de repente descubre que también es una persona creativa. La creatividad es una cosa muy repartida en cuanto nos quitamos los condicionantes.
P. En su planteamiento de buena vida también es importante la tecnología, algo que tampoco es compartido por una parte del ecologismo.
R. No podemos esperar milagros de la tecnología, pero tampoco pensar que es un pecado. Es un instrumento más y hay que darle usos compatibles con los límites planetarios. En este sentido, la revolución tecnológica que está teniendo lugar con la fotovoltaica y las baterías, que eran tremendamente subestimadas hace 10 o 15 años, nos plantea un horizonte de poscrecimiento en el que esa constricción o esa sobriedad que es necesaria y que el programa ecologista ha puesto encima de la mesa, no va a ser tan drástica. Y lo mismo pasa con la digitalización, no tenemos por qué renunciar a ella. Quizás debamos modularla, quizás los consumos tengan que ser de otra manera, pero no tenemos por qué enfrentar un horizonte del apagón digital como se plantea en algunos círculos ecologistas.
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