Mujeres galopando sobre una almohada a cámara lenta, ejercicios de fuerza a golpe de pelvis, aparatos que se introducen en la vagina y reaccionan a la presión de los músculos o la postura de la diosa en yoga. Todo tiene un mismo objetivo: el suelo pélvico. Pero entendido más allá de una cuestión de salud, como zona para mejorar el placer, el sexo.
La musculatura que sostiene los órganos, cumple también una función en el placer femenino todavía poco conocida
Mujeres galopando sobre una almohada a cámara lenta, ejercicios de fuerza a golpe de pelvis, aparatos que se introducen en la vagina y reaccionan a la presión de los músculos o la postura de la diosa en yoga. Todo tiene un mismo objetivo: el suelo pélvico. Pero entendido más allá de una cuestión de salud, como zona para mejorar el placer, el sexo.
Sobre todo desde la pandemia, y a través de las redes, este conjunto de ligamentos, tendones y músculos ha ganado protagonismo más allá de las clases de preparación al parto, donde hace tiempo lo descubren muchas mujeres y la mayoría de hombres cuando acompañan a sus parejas. Aunque ellos también tienen suelo pélvico, y también es importante en su desempeño sexual, su estructura es distinta y está más estudiada en su relación con la próstata.
La fisioterapeuta Beatriz Peralta dibuja mentalmente el suelo pélvico femenino: “Imagina un embudo que envuelve las caderas por los lados, el sacro lumbar por detrás y el pubis por delante, como una hamaca que se apoya sobre esos huesos. Esa estructura es lo que sujeta los órganos pélvicos: vejiga, uretra, recto y útero”.
La evolución de la bipedestación humana, de hecho, requirió cambios anatómicos significativos, entre ellos que “el suelo pélvico se estructurase de tal manera que cuando las hembras se pusieran de pie no se les saliera todo por ahí”, añade la ginecóloga Enriqueta Barranco, que lleva décadas investigando y divulgando sobre esas cuestiones de las mujeres a las que la ciencia no ha dedicado tiempo. Afirma que “hay una insuficientísima representación en los libros de anatomía, incluidos los oficiales, de la musculatura que mantiene el suelo pélvico”.
Hay “estructuras musculares que son pequeñas por sus dimensiones y que juegan un papel fundamental en la función sexual”, que ni siquiera aparecen, como el músculo pubococcígeo y el isquiococcígeo. “Ambos trabajan durante la excitación porque están relacionados con el flujo sanguíneo en los órganos pélvicos y según su funcionamiento, los orgasmos pueden ser más o menos intensos, sin embargo, muchos tratados de anatomía ni siquiera citan esta función”. Por ello, Barranco se pregunta si todas las personas que se dedican a mejorar el suelo pélvico “saben realmente de lo que hablan”.
La injerencia profesional puede entrañar riesgos y, “a veces, ciertos ejercicios en ciertas personas” podrían provocar un prolapso (literalmente, que uno o varios órganos pélvicos se salgan por la vagina) dice Barranco, que recomienda consultar con fisioterapeutas especializadas. Beatriz Peralta, la profesional que explicaba en qué consiste esta zona del cuerpo, acabó el grado en Fisioterapia hace casi una década y después hizo un máster en suelo pélvico. A su consulta las mujeres no van “directamente para mejorar la sexualidad, aún hay tabú”, pero se dan cuenta por el camino.
“Ves que tienen dolor en las relaciones, o les preguntas que qué tal la lubricación, si tienen orgasmos, y ahí te dicen ‘ah, pues hace no se cuanto que no tengo”. Sí nota que “cada vez hay más visibilidad en redes sociales y más gente sabe qué es el suelo pélvico y que hay que mirarse y trabajarlo”.
Eso sí, puntualiza, “piensan que son solo ejercicios”, pero no: “Cuando les cuento que hay que tratar también de manera interna me dicen, ‘pero ¿me vas a meter los dedos?’, y sí, hay que trabajarlo también por dentro”. Esos masajes internos, comunes entre embarazadas, sirven en todas las mujeres “para mejorar la circulación, aliviar la tensión, aumentar los receptores a nivel de tejido, y ser más conscientes del cuerpo”.
Incluso las cuestiones por las que ya se sabe de forma extendida que hay que cuidar el suelo pélvico —incontinencia urinaria, prevención de rasgados en el parto—, tienen que ver con la sexualidad. Amelia, que roza la setentena, descubrió “los orgasmos bien tarde, entrados los 40”. Cuando empezó “realmente” a disfrutar de su sexualidad, empezaron las pérdidas de orina y le dolía la penetración. Se sentía incómoda, le daba vergüenza.
Lleva dos años de ejercicios de suelo pélvico tras unos meses con una fisioterapeuta especializada: “Estoy como nueva, bueno, como nueva no, pero me siento como un todoterreno. Qué bien que alguien sepa todo lo que tenemos ahí dentro, y te enseñe”. A la clínica de Beatriz Peralta en Madrid van mujeres “que tienen desconectada en el cerebro su zona pélvica”.
“Les pido una contracción y no saben qué tienen que contraer”, dice la fisioterapeuta. La experta explica que trabajar el suelo pélvico, por un lado, aumenta el flujo sanguíneo, lo que incrementa la sensibilidad y la lubricación (ya que la mucosa está más hidratada); y por otro, el control voluntario de la musculatura mejora la experiencia y hace que “las relaciones pueden ser más placenteras”.
Peralta también trata a mujeres que han normalizado el dolor en la penetración, la dispareunia. Como Adri —que pide llamarse solo Adri porque no quiere “risitas si alguien lee esto” y la reconoce. Tiene 36 años y está “comprometida” con su suelo pélvico “una vez al día, cuatro días por semana”. Tras un parto con “episiotomía, cicatriz y dolores”, cuando volvió a tener sexo “fue una tragedia”. Empezó a ir a una fisioterapeuta una vez al mes y sigue con su compromiso en casa.
“Esto ya no es solo físico, sino mental”
“La cicatriz me había agarrado un nervio y ha mejorado”, dice. “Todavía no siento que esté igual que antes. Poco a poco. Pero esto ya no solo es físico, sino mental, te cuesta mucho reenganchar con la cosa sexual”. Habla de un “bienestar psicológico” que lleva al físico y al revés. Una retroalimentación que tiene que ver con el autoconocimiento.
Nayara Malnero, psicóloga y sexóloga, recuerda que históricamente los chicos empezaban a masturbarse “de pequeñitos”, pero las chicas lo hacían cuando iniciaban las relaciones sexuales acompañadas. “Como si estuvieras esperando a que llegara tu príncipe azul a regalarte tu primer orgasmo”, dice con ironía. “Como si nosotras solas no tuviésemos permiso para explorarnos, ¿eso está cambiando?”. Ella misma se responde que sí. La expansión del feminismo, entre otras cuestiones, ha empujado a “nuevas generaciones más empoderadas”, pero también dice, existe “una presión sobre el placer y una exigencia sobre el propio cuerpo y la actividad sexual mayor que antes”.
Coincidiendo con la expansión de los juguetes sexuales, explica, el cuidado del suelo pélvico entró en la conversación, “y desde esa perspectiva de la salud, muchísimas mujeres descubrieron ahí su sexualidad, conociendo su anatomía, y en paralelo, lo que les gusta”, afirma. En uno de los vídeos más vistos de su cuenta de Instagram, @sexperimentando, cuenta como una viuda de 80 años fue a su consulta a que le enseñara a tener su primer orgasmo porque quería tener esa sensación antes de morir: “Me pareció precioso y le llevó solo una sesión”.
¿Nunca es tarde? No, aunque según las especialistas es mejor empezar pronto. Peralta, la fisioterapeuta, explica que muchas mujeres con vaginismo o dispareunia llegan porque ya desde las primeras relaciones con penetración (en las que no es raro no lubricar bien) hubo dolor “y para el tejido es trauma”. En cualquier caso, conocer qué hay dentro de cada una, dice Peralta, “es algo que todas deberíamos hacer. Seríamos más felices”.
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