La victoria en el Angliru vale una vida ciclista. Aunque, en esta ocasión no signifique la Vuelta. No obstante, es un triunfo que quedará en el perdurable recuerdo, tanto del aficionado y como de su protagonista. El día que atardezca y toque disfrutar de la bicicleta —si es que todavía le quedan arrestos y afición para hacerlo— Almeida recordará la jornada de ayer como la apoteosis de su juventud. La victoria en el Angliru vale una vida ciclista. Aunque, en esta ocasión no signifique la Vuelta. No obstante, es un triunfo que quedará en el perdurable recuerdo, tanto del aficionado y como de su protagonista. El día que atardezca y toque disfrutar de la bicicleta —si es que todavía le quedan arrestos y afición para hacerlo— Almeida recordará la jornada de ayer como la apoteosis de su juventud.
La victoria en el Angliru vale una vida ciclista. Aunque, en esta ocasión no signifique la Vuelta. No obstante, es un triunfo que quedará en el perdurable recuerdo, tanto del aficionado y como de su protagonista. El día que atardezca y toque disfrutar de la bicicleta —si es que todavía le quedan arrestos y afición para hacerlo— Almeida recordará la jornada de ayer como la apoteosis de su juventud.
Simbolizará la cúspide de una carrera. En el caso del portugués, doy por seguro de que vendrán más victorias y éxitos, pero, valorando su indudable trayectoria, la de ayer será rememorada siempre como la de su plenitud.
Cuando Almeida ganó en la Vuelta al País Vasco, afirmó sentirse definitivamente ciclista. Aquel triunfo valía todos los esfuerzos hasta lograr un éxito de enjundia, que justificaba y sufragaba una pila de años de renuncias y sacrificios.
En el ascenso al Angliru, llevando a rueda al líder Vingegaard sin que este haya podido mostrar, ni por asomo, un atisbo de su fortaleza y poderío, el portugués ha forjado el cuajo de ciclista labrado en muchas adversidades, acatando su condición, para esperar su momento en el equipo del mejor ciclista del mundo, una condición que no todos pueden presumir ser capaces de sobrellevar.
Una Vuelta sin españoles en la general corre el riesgo de desafección por parte del aficionado patrio. Cierto es que en nuestro mundo global nada se parece a lo de antaño, pero no deja de ser decepcionante el no encontrar a ningún ciclista español entre los diez primeros. El famoso relevo de la generación Z nacional no está funcionando. Necesitamos a un Perico, como en los ochenta, que nos haga creer que se puede. El ejemplo de Almeida es ideal para aquel que se postule a intentarlo.
Diario de Mallorca – Deportes