El Mundial de Clubes necesita que a equipos como Boca o River les vaya bien. Son el motor de un torneo que es una obligación para los jugadores europeos, quienes, salvo casos extraordinarios y de obligación moral, como el Real Madrid de Xabi Alonso, piensan más en lo que vendrá después de EEUU. O en quedarse en suelo norteamericano disfrutando de Miami Beach. Benfica estuvo a punto de caer en la trampa de Boca. Solo pudo remediarlo un fanático River, Otamendi, quien en inferioridad, asestó un cabezazo que salvó su honor, un punto y silencio a la pequeña Bombonera de Miami. El Mundial de Clubes necesita que a equipos como Boca o River les vaya bien. Son el motor de un torneo que es una obligación para los jugadores europeos, quienes, salvo casos extraordinarios y de obligación moral, como el Real Madrid de Xabi Alonso, piensan más en lo que vendrá después de EEUU. O en quedarse en suelo norteamericano disfrutando de Miami Beach. Benfica estuvo a punto de caer en la trampa de Boca. Solo pudo remediarlo un fanático River, Otamendi, quien en inferioridad, asestó un cabezazo que salvó su honor, un punto y silencio a la pequeña Bombonera de Miami.
El Mundial de Clubes necesita que a equipos como Boca o River les vaya bien. Son el motor de un torneo que es una obligación para los jugadores europeos, quienes, salvo casos extraordinarios y de obligación moral, como el Real Madrid de Xabi Alonso, piensan más en lo que vendrá después de EEUU. O en quedarse en suelo norteamericano disfrutando de Miami Beach. Benfica estuvo a punto de caer en la trampa de Boca. Solo pudo remediarlo un fanático River, Otamendi, quien en inferioridad, asestó un cabezazo que salvó su honor, un punto y silencio a la pequeña Bombonera de Miami.
Para los históricos latinoamericanos como el Xeneize, el Mundial de Clubes es el torneo de sus vidas. Un vida o muerte para reivindicar el talento de un continente al que expolian continuamente su talento. Por eso el triunfo de Boca contra Benfica es el del fútbol de madrugada, el que se consume a altas horas sin preaviso y que es tan válido como el sofisticado del ‘Viejo Continente’.
El ambiente del Hard Rock Stadium fue, después de un primer intento, el de un campo de fútbol y no de ‘soccer’, gracias al esfuerzo de una ‘barra’ que no dejó de alentar a su equipo ni un solo segundo ante el Benfica. Con Álvaro Carreras como titular y de blanco, aunque no con la camiseta que él hubiera querido, el conjunto portugués dejó que el coraje argentino le pasase por encima, a pesar de ser técnica y tácticamente superiores.
Pero en un fútbol altamente tecnificado, hay veces que la pasión rompe el relato, algo que agradece el aficionado neutral y un torneo todavía más neutral. Con presentaciones al estilo de la NBA y música en alto cuando hay tiempos muertos. La afición de Boca dotó de coherencia al encuentro cuando se cayó encima de sus jugadores con el tanto de Merientel. Maravillosa acción de Blanco por la banda izquierda, con caño incluido, para armar un centro rematado por una de las estrellas de un equipo que ahora solo puede tenerlas en origen o en declive, como Ander Herrera.
El vasco fue titular y, como cuando llegó a Buenos Aires, se tuvo que retirar antes de tiempo por lesión. Pero hizo su función en el banquillo, protestando al límite un penalti de Palacios sobre Otamendi. No podía haber sido otro, un “Gallina” y todos los insultos que se le ocurran. Fanático de River, que concedió a otro argentino, Di María, un penalti que recortaba el 2-0 imperial que había logrado minutos antes Battaglia.
El ‘Fideo’, un futbolista, pese a las enemistades individuales que pueda haber, muy querido en su país, al que volverá para cerrar el círculo en Rosario Central. Se dio un abrazo cálido con Miguel Ángel Russo, otro tótem de Boca al que Riquelme ha traído de vuelta para renovar la ilusión que él no ha conseguido. Porque la versión envalentonada del equipo que aprisionó a Benfica en el primer tiempo está lejos del que ha acumulado sonoros ridículos, no clasificándose para la Libertadores y derrapando en la Sudamericana, la segunda competición continental.
En la pequeña Bombonera de Miami, el ánimo fue subiendo con el paso de los minutos mientras los suyos daban una lección de ‘cancherismo ilustrado’, metiéndose en todas las refriegas, como la que protagonizaron Palacios y Renato Sánchez. Mientras la balanza de la posesión no paraba de crecer a favor del Benfica, Boca encontró el punto de precisión necesario para provocar la debacle lusa.
Belotti, que había entrado al descanso, cometió la temeridad de darle una patada en la cabeza a Ayrton Costa, el jugador que casi no pudo entrar en EEUU por una causa pendiente, pero que fue el más ovacionado por su hinchada. Y cuando Boca creía que el destino le iba a devolver todo el mal hecho, le recordó su trágico presente con un gol de cabeza de Otamendi, ex de River, abucheado hasta más no poder, que, en inferioridad -después se igualarían las fuerzas con una roja demencial de Figal-, logró un empate que deja un sabor más dulce del que se esperaría para un tropiezo europeo.
Diario de Mallorca – Deportes