EL G-7 cierra una cumbre deslucida por la crisis en Oriente Medio y la marcha de Trump

La cumbre del G-7 en Kananaskis (Canadá), eclipsada por la crisis entre Irán e Israel, concluyó este martes sin un comunicado conjunto, y sin haber podido consensuar una declaración sobre Ucrania. Marcada por la repentina marcha del presidente estadounidense, Donald Trump, debido a las crecientes tensiones en Oriente Próximo, la reunión de los países más ricos del mundo dejó claras las importantes diferencias entre EE UU y sus aliados sobre comercio, la guerra en Ucrania o la crisis entre Irán e Israel. Unas diferencias que los participantes habían esperado evitar.

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 Los líderes no lograron una declaración de consenso en torno a Ucrania  

La cumbre del G-7 en Kananaskis (Canadá), eclipsada por la crisis entre Irán e Israel, concluyó este martes sin un comunicado conjunto, y sin haber podido consensuar una declaración sobre Ucrania. Marcada por la repentina marcha del presidente estadounidense, Donald Trump, debido a las crecientes tensiones en Oriente Próximo, la reunión de los países más ricos del mundo dejó claras las importantes diferencias entre EE UU y sus aliados sobre comercio, la guerra en Ucrania o la crisis entre Irán e Israel. Unas diferencias que los participantes habían esperado evitar.

En lugar del comunicado conjunto que en ediciones previas ha resumido el contenido de las conversaciones, los líderes emitieron media docena de declaraciones sobre asuntos puntuales, desde el contrabando de migrantes a la represión transnacional. El primer ministro canadiense Mark Carney, anfitrión del encuentro de mandatarios, presentó una “declaración del presidente” en su rueda de prensa final, a modo de resumen de lo tratado a lo largo de los dos días de deliberaciones en las Montañas Rocosas.

En la declaración estaba incluido un apartado dedicado a Ucrania. Inicialmente la idea había sido que el apartado fuera una declaración aparte, consensuada por todos los líderes, de respaldo al país invadido en su guerra contra Rusia. Pero la delegación estadounidense no aceptó el lenguaje empleado, que consideraba demasiado enérgico, y trató de diluirlo, según indicaron representantes canadienses a la prensa que cubre la cumbre. Finalmente se decidió recoger el texto preferido por la mayoría e incorporarlo en el comunicado de Carney.

El primer ministro canadiense, un firme partidario de Kiev, había querido hacer de Ucrania uno de los puntos fuertes de las conversaciones. Había invitado a Kananaskis al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y había dedicado un importante segmento de la agenda, un desayuno de trabajo, a abordar la marcha del conflicto con Zelenski y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte.

La esperanza había sido facilitar una conversación entre Zelenski y Trump para persuadir al estadounidense, habitualmente del lado de Rusia en el conflicto, de que aumentara la presión sobre Moscú para que aceptase un alto el fuego y unas verdaderas negociaciones de paz. El presidente ucranio también quería proponer la compra de armamento estadounidense; los aliados, convencer al republicano de que autorizara nuevos envíos de ayuda militar al país ocupado, de los que no hay perspectivas en el horizonte desde el regreso de Trump a la Casa Blanca.

Las esperanzas se vieron truncadas cuando el presidente estadounidense dio a conocer el lunes que se marcharía de Kananaskis esa misma noche, para regresar a Washington y convocar una reunión de su Consejo de Seguridad Nacional. Con un Zelenski dejado en la estacada -desde un Kiev bajo un intenso ataque ruso la noche previa había viajado a Canadá expresamente para tratar con Trump-, los aliados buscaron cerrar filas en torno a él. Carney anunciaba una nueva batería de sanciones contra Moscú, y un nuevo paquete de ayuda para el país invadido, por valor de 4.300 millones de dólares canadienses. El gobierno británico aseguraba que su primer ministro, Keir Starmer, y Zelenski acordaban dar un impulso a la “siguiente etapa” de la asistencia militar a Kiev.

Las discrepancias en torno a Ucrania no fueron los únicos desacuerdos. De puertas para afuera, los líderes aseguraban entender perfectamente que Trump sintiera la necesidad de regresar a Washington ante la gravedad de la crisis en Oriente Próximo después de que Israel atacara objetivos militares y del programa nuclear de Irán. “Es difícil gestionar una crisis excepcional como esta desde Kananaskis. La situación es muy grave, difícil y fluida”, declaraba Carney en su rueda de prensa final, obviando que en la Casa Blanca Trump evitaba tener que coordinar sus decisiones con sus aliados.

Entre líneas, se entreveía el malestar de algunos de los participantes en la cumbre en sus declaraciones públicas. El presidente francés, Emmanuel Macron, había asegurado el lunes que Trump partía para negociar un alto el fuego entre Israel e Irán. El presidente estadounidense le respondía en un tuit, a bordo del Air Force One que le trasladaba de vuelta, para acusarle de no enterarse “de nada”. Este martes, y mientras los comentarios públicos del republicano se hacían más y más beligerantes hacia Irán y desataban las conjeturas de que pueda plantearse un ataque contra ese país, Macron dejaba clara su resistencia a una posible acción militar de consecuencias imprevisibles.

El jefe de Estado galo recordaba que los aliados se oponen tajantemente a que Irán pueda contar con armas nucleares. “Pero sería un enorme error recurrir a ataques militares para cambiar el régimen, porque se produciría el caos. Nuestra responsabilidad es recuperar las negociaciones tan rápido como sea posible para establecer de nuevo un camino en el asunto nuclear y balístico iraní”, señalaba.

Como en torno a Ucrania, hubo desacuerdos sobre la declaración conjunta acerca de Oriente Próximo. Trump rechazó suscribirla hasta que no se eliminó un llamamiento a Israel para desescamar la situación. Finalmente, y tras presiones de los socios durante todo el lunes, dio su visto bueno y el texto se publicó poco después de que él partiera.

El comercio fue otra de las áreas de desencuentro. Los aliados de Estados Unidos -miembros del G-7 e invitados de la presidencia como México, Brasil o Corea del Sur- aspiraban a aproximar posiciones con Trump sobre los aranceles que ya impone, o que amenaza con imponer, a diestro y siniestro.

No tuvieron éxito. Únicamente Starmer logró que Trump estampara su firma en un acuerdo ya pactado entre los dos países pero que no se había puesto aún en marcha, y que exime de aranceles a la industria aeronáutica británica y recorta al 10% los que impone al sector automotriz de ese país. El resto se marchó con las manos vacías y vagas promesas de continuar las negociaciones. En el caso de Carney, que sí logró un compromiso de tratar de alcanzar un pacto en treinta días, se llevó la admonición de Trump de que sus propuestas eran demasiado “complejas”.

La Unión Europea había acudido con la esperanza de acelerar las negociaciones para evitar los aranceles del 50% con los que Trump amenaza a partir del 9 de julio. Tras una bilateral con el estadounidense, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, aseguraba que las conversaciones van progresando y se va a acelerar el ritmo. Pero antes incluso de aterrizar en Washington, el republicano echaba por tierra las expectativas. “Estamos hablando, pero no siento que lo que ofrecen sea aún un acuerdo justo”, declaraba el presidente sobre el bloque. “O hacen un buen acuerdo o van a pagar lo que nosotros digamos que tienen que pagar”.

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