El episodio sufrido en abril en España, con el apagón generalizado en todo el territorio peninsular, en el que nos quedamos sin energía, sin metro, sin tren, sin teléfono, sin luz, sin comunicaciones, con el consiguiente desasosiego y, también, con el coste económico que conlleva, no tiene precedentes. Todo ello, parece que fue debido al fundamentalismo energético en el que no se apuesta por la nuclear y sólo se quiere tener en el mix a las renovables, fundamentalismo mantenido por la ministra Sara Aagesen cuando se niega a dilatar el cierre de las centrales nucleares, diciendo que no lo van a pagar los ciudadanos de su bolsillo, cuando los ciudadanos son los que están pagando una energía más cara y frágil, como en abril, debido a la negativa del Gobierno a contar con la energía nuclear.
El problema es que tenemos un sistema energético sumamente frágil ante posibles picos de tensión que se puedan generar, y no por falta de tecnología o de saber hacer, sino por la intervencionista legislación basada en el fundamentalismo medioambiental, que desdeña la entrada de energías estables, preparadas para ajustarse ante los picos de demanda y oferta energética, frente a la apuesta por la participación preferente en el mix energético de las energías renovables, que no cuentan con esa capacidad para amortiguar esos picos de tensión.
Así, las energías tradicionales, como la nuclear, el carbón, el gas y las hidroeléctricas, emplean grandes turbinas sincronizadas en su velocidad de rotación con la frecuencia de la red. Eso hace que esa energía rotacional actúe como amortiguador, de manera que ante un súbito incremento de la demanda o ante un exceso de generación de energía, dichas turbinas ceden o absorben energía, respectivamente, con la modificación de la velocidad de rotación, logrando mantener el equilibrio, que permite que se ajuste la producción eléctrica.
Sin la participación en proporción importante de estas energías, se carece de suficiente energía con inercia rotacional que corrija esos desajustes, de manera que se pueden provocar desviaciones en la frecuencia. ¿Cuáles son las energías sin esa capacidad de inercia rotatoria? Las renovables.
Como la normativa introduce la priorización de la entrada de las renovables en el mix energético, en momentos de gran producción de energía renovable no hay suficiente energía tradicional que pueda estabilizar el sistema en caso de que se produzca una perturbación por cambios significativos en la demanda o en la generación de electricidad. Cuando se produjo el apagón, alrededor del 70 % de la energía generada procedía de las renovables, que impidió que el desajuste producido en la tensión fuese estabilizado por la inercia rotatoria de las energías tradicionales.
Esta obcecación en dejar fuera a la energía nuclear – que es por la que España debería apostar claramente, sin dejar al margen las otras fuentes– y al gas, basado en un fundamentalismo medioambiental que niega el carácter no contaminante de la energía nuclear, provoca incremento de costes, que deriva en subida de precios y en pérdida de poder adquisitivo de los agentes económicos, así como en merma de competitividad de la economía española; y, por otro lado, deja el sistema energético en una situación de fragilidad que nos puede llevar a situaciones tercermundistas como la vivida este lunes. Debe rectificarse con urgencia esta política energética y apostar por la energía nuclear y el gas dentro del mix energético, sin descartar el resto de energías, porque ya hemos visto que, si no, el fundamentalismo medioambiental nos lleva al tercermundismo energético. La moratoria nuclear y el no apostar por dicha energía no sólo está incrementando el coste de la factura, como digo, sino que impide una reacción rápida ante problemas de este tipo y, es más, impide también que se eviten, cosa que habría sido posible, seguramente, de haber contado con las centrales a pleno rendimiento.
España no puede seguir así, sino que se debe redimensionar la composición de su conjunto energético para, en primer lugar, asegurar la producción y el suministro e impedir que se repitan episodios como los de este lunes; debe, así, abaratar la energía y hacer que nuestra industria sea más competitiva.
Por ello, el Gobierno debe apostar por energías limpias, sí, pero eficientes. No sirve envolver todo de verde si ello es perjudicial. Limpio, sí, pero eficiente. De seguir como hasta ahora, no se solucionará el problema energético, sino que se agravará y, con él, España perderá competitividad, los ciudadanos tendrán menor poder de compra y el conjunto de su economía se empobrecerá, amén de que ahuyentará inversiones ante esta inseguridad energética.
El problema es que tenemos un sistema energético sumamente frágil que desdeña la entrada de energías estables. Cuando se produjo el apagón, alrededor del 70% de la energía generada procedía de las renovables. España no puede seguir así. Se debe redimensionar la composición del conjunto energético
El episodio sufrido en abril en España, con el apagón generalizado en todo el territorio peninsular, en el que nos quedamos sin energía, sin metro, sin tren, sin teléfono, sin luz, sin comunicaciones, con el consiguiente desasosiego y, también, con el coste económico que conlleva, no tiene precedentes. Todo ello, parece que fue debido al fundamentalismo energético en el que no se apuesta por la nuclear y sólo se quiere tener en el mix a las renovables, fundamentalismo mantenido por la ministra Sara Aagesen cuando se niega a dilatar el cierre de las centrales nucleares, diciendo que no lo van a pagar los ciudadanos de su bolsillo, cuando los ciudadanos son los que están pagando una energía más cara y frágil, como en abril, debido a la negativa del Gobierno a contar con la energía nuclear.
El problema es que tenemos un sistema energético sumamente frágil ante posibles picos de tensión que se puedan generar, y no por falta de tecnología o de saber hacer, sino por la intervencionista legislación basada en el fundamentalismo medioambiental, que desdeña la entrada de energías estables, preparadas para ajustarse ante los picos de demanda y oferta energética, frente a la apuesta por la participación preferente en el mix energético de las energías renovables, que no cuentan con esa capacidad para amortiguar esos picos de tensión.
Así, las energías tradicionales, como la nuclear, el carbón, el gas y las hidroeléctricas, emplean grandes turbinas sincronizadas en su velocidad de rotación con la frecuencia de la red. Eso hace que esa energía rotacional actúe como amortiguador, de manera que ante un súbito incremento de la demanda o ante un exceso de generación de energía, dichas turbinas ceden o absorben energía, respectivamente, con la modificación de la velocidad de rotación, logrando mantener el equilibrio, que permite que se ajuste la producción eléctrica.
Sin la participación en proporción importante de estas energías, se carece de suficiente energía con inercia rotacional que corrija esos desajustes, de manera que se pueden provocar desviaciones en la frecuencia. ¿Cuáles son las energías sin esa capacidad de inercia rotatoria? Las renovables.
Como la normativa introduce la priorización de la entrada de las renovables en el mix energético, en momentos de gran producción de energía renovable no hay suficiente energía tradicional que pueda estabilizar el sistema en caso de que se produzca una perturbación por cambios significativos en la demanda o en la generación de electricidad. Cuando se produjo el apagón, alrededor del 70 % de la energía generada procedía de las renovables, que impidió que el desajuste producido en la tensión fuese estabilizado por la inercia rotatoria de las energías tradicionales.
Esta obcecación en dejar fuera a la energía nuclear – que es por la que España debería apostar claramente, sin dejar al margen las otras fuentes– y al gas, basado en un fundamentalismo medioambiental que niega el carácter no contaminante de la energía nuclear, provoca incremento de costes, que deriva en subida de precios y en pérdida de poder adquisitivo de los agentes económicos, así como en merma de competitividad de la economía española; y, por otro lado, deja el sistema energético en una situación de fragilidad que nos puede llevar a situaciones tercermundistas como la vivida este lunes. Debe rectificarse con urgencia esta política energética y apostar por la energía nuclear y el gas dentro del mix energético, sin descartar el resto de energías, porque ya hemos visto que, si no, el fundamentalismo medioambiental nos lleva al tercermundismo energético. La moratoria nuclear y el no apostar por dicha energía no sólo está incrementando el coste de la factura, como digo, sino que impide una reacción rápida ante problemas de este tipo y, es más, impide también que se eviten, cosa que habría sido posible, seguramente, de haber contado con las centrales a pleno rendimiento.
España no puede seguir así, sino que se debe redimensionar la composición de su conjunto energético para, en primer lugar, asegurar la producción y el suministro e impedir que se repitan episodios como los de este lunes; debe, así, abaratar la energía y hacer que nuestra industria sea más competitiva.
Por ello, el Gobierno debe apostar por energías limpias, sí, pero eficientes. No sirve envolver todo de verde si ello es perjudicial. Limpio, sí, pero eficiente. De seguir como hasta ahora, no se solucionará el problema energético, sino que se agravará y, con él, España perderá competitividad, los ciudadanos tendrán menor poder de compra y el conjunto de su economía se empobrecerá, amén de que ahuyentará inversiones ante esta inseguridad energética.
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