Una ola de calor no prende la chispa que empieza los incendios forestales, esas primeras llamas suelen venir por un descuido, un rayo o el mechero de un pirómano. Ahora bien, que gran parte del país lleve ya más de nueve días consecutivos con temperaturas extremas sí tiene mucho que ver con la repentina proliferación de incendios forestales, con una multiplicación de focos en León, Ávila, Zamora, Palencia, Ourense, Cádiz, Navarra, Ávila y Huelva.
La acumulación de días seguidos con temperaturas muy altas en la mayor parte del país influye en la proliferación de fuegos simultáneos, lo que a su vez complica la extinción
Una ola de calor no prende la chispa que empieza los incendios forestales, esas primeras llamas suelen venir por un descuido, un rayo o el mechero de un pirómano. Ahora bien, que gran parte del país lleve ya más de nueve días consecutivos con temperaturas extremas sí tiene mucho que ver con la repentina proliferación de incendios forestales, con una multiplicación de focos en León, Ávila, Zamora, Palencia, Ourense, Cádiz, Navarra, Ávila y Huelva.
“La variable clave es cómo de seca está la madera, el ‘combustible vivo’ que dicen los forestales”, comenta Marcelino Núñez, delegado de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) en Extremadura y experto en incendios. “Llevamos muchos días de una fuerte ola de calor, lo que produce un estrés térmico a las plantas, que las seca y baja su contenido en humedad, todo ello hace que se propaguen los incendios con mucha más intensidad”.

Según los datos del Ministerio para la Transición Ecológica, hasta el 6 de agosto se habían producido en España 4.735 siniestros con fuego en terrenos forestales, pero el 70% de ellos fueron sofocados sin que pasaran ni siquiera de conatos, antes de haber quemado ni una hectárea. Solo un 0,3% de los comienzos de fuego terminó en un incendio grande, de más de 500 hectáreas. Y, aunque son muchos los factores que determinan que algunos de estos siniestros se descontrolen, la sequedad y el calor extremo resultan decisivos.
“Ahora mismo estamos teniendo unas mínimas muy altas, el problema es que por la noche la vegetación no está recuperando la humedad”, indica Núñez, que considera comprobada la relación entre el aumento de las temperaturas y el mayor número de incendios graves.
Para Cristina Santín, científica del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad de la Universidad de Oviedo-CSIC, “el calor es uno de los ingredientes del ‘cóctel molotov’ que estamos viendo ahora mismo con los incendios, no solo en España sino también en otros países del Mediterráneo”. Como recalca, los otros componentes son la abundancia de vegetación (combustible) disponible y el abandono del mundo rural, en algunos casos, combinado con fuertes vientos, como los que se han producido en estos días en algunas zonas de la Península.
“El problema es el calor y la sequedad que produce en la vegetación, ocurre igual que la ropa cuando se tiende al sol”, incide Santín, que destaca las particularidades climáticas del clima mediterráneo. “Hay sitios con muchísima vegetación, pero no está disponible, porque está demasiado húmeda y es difícil que queme, como pasa en las selvas tropicales. En cambio, el clima mediterráneo es ideal para los incendios porque tenemos una época fría con bastante precipitación que hace que la vegetación crezca y luego llega el verano con estas temperaturas”, incide. “Con las abundantes precipitaciones de esta primavera ya se dijo que había que tener cuidado con los incendios”, recalca.
La persistencia de tantos días de calor extremo seguidos en gran parte del territorio al mismo tiempo tiene que ver con la propagación de incendios forestales en tantos sitios a la vez y esta simultaneidad de las emergencias complica a su vez las labores de extinción de los fuegos, por tener que multiplicar los esfuerzos y el cansancio de los equipos de extinción. “Por qué los fuegos son simultáneos, pues porque está todo seco y basta que haya una chispa para complicarlo todo, ya sea una negligencia, un accidente, una descarga eléctrica [un rayo] o lo que sea”, subraya Nuñez, que también considera que esta es una de las caras del cambio climático, dado que está aumentado la frecuencia y la intensidad de las olas de calor.
No todo es por el clima. En los ingredientes del “cóctel molotov” resulta fundamental no solo la cantidad de vegetación, sino también cómo está distribuida, es decir, el paisaje. Andrea Duane, investigadora de la Universidad de California Davis, estudia cómo han cambiado los incendios actuales en comparación con los del pasado por la intervención humana en el entorno. “En lo que hoy es California, las poblaciones nativas del pasado usaban el fuego contantemente en su día a día, para cazar, para conseguir materiales, para protegerse, para tener visibilidad”, explica Duane. “El fuego era una herramienta diaria y los diferentes ecosistemas estaban adaptados a esta frecuencia de incendios. Sin embargo, cuando llega el hombre europeo se paran esas quemas para explotar la madera y comienzan transformaciones muy grandes en el paisaje, aumenta mucho la vegetación dentro del propio bosque, y eso hace que cuando se produce un incendio quema con muchísima más intensidad”, recalca.

Paradójicamente, para Duane, el fuego en sí no es el problema. “Aquel era un fuego bueno, que ayudaba a las especies a restablecerse en el sotobosque porque eliminaba competencia y protegía de los incendios de copa, los más destructivos, pero los incendios actuales son un fuego de alta intensidad, muy dañinos”. Aunque sus investigaciones se centran en EE UU, existe una similitud con los cambios en el paisaje ibérico, por el aumento del bosque y el abandono del entorno rural. Por ello, la investigadora considera interesantes las llamadas quemas prescritas, de baja intensidad, utilizadas hoy para reducir exceso de vegetación como modo de prevención.
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