De apóstata del islam a presunto asesino: el atacante del mercadillo de Magdeburgo rompe todos los esquemas

Cuando la policía alemana identificó al presunto asesino del mercadillo navideño de Magdeburgo como Taleb al Abdulmohsen, el nombre me sonó familiar. Dos días después, al ver la imagen de su cuenta de X en un informativo de televisión, caí en la cuenta de que lo conocía. Bueno, no exactamente. Habíamos estado en contacto por internet por su activismo contra el islam y la opresión de las mujeres saudíes. Pero había algo que no encajaba: El arma con la que ilustraba su perfil. No la había visto antes. Resultaba inquietante.

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 El saudí que atacó en Alemania hace una semana resulta difícil de encajar en el prototipo terrorista habitual  

Cuando la policía alemana identificó al presunto asesino del mercadillo navideño de Magdeburgo como Taleb al Abdulmohsen, el nombre me sonó familiar. Dos días después, al ver la imagen de su cuenta de X en un informativo de televisión, caí en la cuenta de que lo conocía. Bueno, no exactamente. Habíamos estado en contacto por internet por su activismo contra el islam y la opresión de las mujeres saudíes. Pero había algo que no encajaba: El arma con la que ilustraba su perfil. No la había visto antes. Resultaba inquietante.

De inmediato, busqué hacer memoria. Llegué hasta su Twitter (luego renombrado X) en 2017 cuando Al Abdulmohsen sacó a la luz el caso de dos hermanas saudíes que pedían asilo en Turquía tras haber huido del maltrato familiar. Su movilización en la red social atrajo la atención internacional sobre un fenómeno que empezaba a salir a la luz. Varias organizaciones de derechos, entre ellas Human Rights Watch (HRW), se hicieron eco de aquel asunto.

Algún tiempo después, Al Abdulmohsen empezó a enviarme mensajes sobre asuntos relativos al trato de las mujeres o los homosexuales en Arabia Saudí. A finales de 2019 logró atraer mi atención con una serie de posts en los que denunciaba que “las niñas saudíes estaban siendo expulsadas de la escuela por llevar una cinta blanca en la muñeca” para denunciar el maltrato a las chicas encerradas en centros juveniles y contra el sistema de tutela de las mujeres.

El año anterior, una activista iraní había lanzado el movimiento Miércoles Blancos contra la obligatoriedad de velo con relativo éxito pese a los riesgos. Pensé que Al Abdulmohsen intentaba emularla. No logré encontrar, sin embargo, huellas de la #CintaBlanca, como etiquetó la iniciativa. Ninguna de mis conocidas saudíes había oído hablar del asunto. Se lo dije y lo encajó bien. Incluso me pidió permiso para mencionarlo en su blog.

Al Abdulmohsen se describía entonces como “un psiquiatra saudí refugiado en Alemania para escapar a la pena de muerte tras haber renunciado al islam”. Por eso, pensé en él cuando Juan Rubio Hancock me pidió un artículo para Verne sobre el hecho de que el libro El espejismo de Dios de Richard Dawkins se hubiera descargado tres millones de veces en Arabia Saudí, cuna del islam y donde la ley antiterrorista de 2014 equiparaba ateísmo a terrorismo. En mis viajes por Oriente Próximo he conocido a muchos musulmanes no practicantes, pero pocos que se declaren abiertamente ateos (incluso donde la apostasía no está penada existe el riesgo de que algún extremista se tome la justicia por su mano). Sus respuestas fueron bastante comedidas. Incluso me dijo que el Gobierno saudí había “dejado de tomar un papel activo en la persecución de ateos”.

Nada de aquello encaja con el brutal ataque de Magdeburgo del pasado día 20 que ha causado cinco muertos, entre ellos un niño de 9 años. Pero tampoco la presentación que Al Abdulmohsen hace en su perfil de X es la misma que cuando estaba en contacto con él. Ahora el presunto asesino se define como “oposición militar saudí”. También acusa al país que le acogió en 2006 y le concedió estatuto de refugiado diez años más tarde de “querer islamizar Europa”. Todo ello bajo la imagen de un fusil semiautomático, como mínimo chocante para un activista que se decía preocupado por los derechos de mujeres y homosexuales. En su blog ha pasado a desaconsejarles pedir asilo en Alemania.

No había vuelto a prestar atención a su perfil desde la entrevista del ateísmo. Pero su clasificación resulta compleja. A quienes se empeñan en ver un terrorista islamista conviene recordarles que su trayectoria rompe todos los esquemas. El tipo de ataque es propio de extremistas suníes violentos. Al Abdulmohsen no solo había renunciado al islam, sino que proviene de la minoría chií de Arabia Saudí. Algún experto ha mencionado ese detalle para hablar del uso de la taqiyya, un fingimiento con objetivos supuestamente piadosos (como ocultar las creencias para preservar la supervivencia). Resulta rebuscado: ¿necesitaba 18 años para mostrar su verdadero ser? ¿Por qué no actuó antes?

Quedan por analizar sus posts, que de forma increíble aún siguen disponibles en X a pesar de los llamamientos a la violencia en algunos de ellos. Su contenido revela una obsesión enfermiza con el trato de las autoridades alemanas “a los exmusulmanes saudíes” y lo que él percibe como apoyo a la difusión del islam; también da crédito a las teorías de la conspiración de la extrema derecha. Los expertos tendrán que determinar si son fruto de una radicalización extrema o de un problema mental (estaba de baja por enfermedad desde octubre). Hasta entonces, cualquier especulación solo proyectará los deseos de quien la haga.

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