Los defensores de la libertad asistimos con preocupación al llamamiento, por parte de algunos líderes del centro derecha, al resurgir de un «socialismo bueno».
Se afirma, con cierta regularidad, que el problema de España es Pedro Sánchez, y que, si éste desaparece, volverá un PSOE mágico, que querrá hacer pactos de Estado y donde se hará realidad la fantasía de una España gobernada por una gran coalición de dos grandes partidos.
El vampiro en el Congreso, ese escaño de Satanás de la entretenidísima novela de Esteban González Pons, es el socialismo.
Como explica Ludwig Von Mises, «el socialismo no es en absoluto lo que pretende ser. No es el pionero de un mundo mejor y más bello, sino el destructor de lo que miles de años de civilización han creado. No construye, destruye. No produce nada, sólo consume lo que ha creado el orden social basado en la propiedad privada de los medios de producción».
Es un vampiro. Socialismo es miseria y socialdemocracia es ruina.
«Cuando se vaya Sánchez volverá el PSOE», afirmaba mi estimado Borja Semper, y mi querido Juanma Moreno explicaba que «cada vez que crece el sanchismo, mengua el socialismo».
Ambas frases son empíricamente correctas, pero ambas auguran un futuro peligroso. La primera es pensar que el PSOE de hoy es algo parecido al PSOE de los 80-90. La segunda es pensar que un socialismo creciente es algo deseable.
No existe consenso posible entre el que defiende la libre empresa y el que la quiere eliminar ni entre el que defiende la propiedad privada y el que busca acabar con ella. La equidistancia entre la libertad y el socialismo no es el centro, es avanzar –tal vez más lentamente– hacia el objetivo totalitario del socialismo.
El concepto del socialismo moderado que hará pactos con el centro derecha y volverá al frágil consenso de los ochenta es un espejismo que, además, no ha existido nunca.
Sánchez ha llevado a cabo punto por punto lo que se puso en marcha hace casi dos décadas, adoptado fielmente de la estrategia del Grupo de Puebla y puesto en marcha todo el engranaje de limitación de libertades civiles que unos temen y otros anhelan heredar. Tomar el poder, dinamitar las instituciones desde dentro y perpetuarse pactando con quien sea, pero cancelando al principal partido de centro derecha.
Sánchez no es un loco ni un estúpido, es el alumno aventajado del socialismo del siglo XXI, que es exactamente igual al de siempre. Ha entendido perfectamente que lo que tiene que hacer es completar la obra que empezó hace décadas y que, además, cuenta con el as en la manga de una élite económica y una Unión Europea que blanquea a la ultraizquierda.
Sánchez sabe que tendrá enfrente a un enemigo débil si sigue acobardado a la hora de defender la libertad, la propiedad privada y el capitalismo de libre mercado. Y se aprovecha, porque sabe que si el adversario vende el 50% del socialismo, la gente preferirá el 100%.
Sabe que si lo único que ofrece el adversario es ser el fontanero de la gotera creada por el socialismo, en pocos años seguirán donde lo habían dejado. Sánchez sabe que la batalla cultural le inmuniza parcialmente ante sus votantes contra el efecto negativo de los casos de corrupción, y que el adversario, al negarse a dar esa batalla por comodidad o tacticismo, pierde la narrativa una y otra vez.
Sánchez lidera la narrativa incluso cuando le perjudica. Mientras tanto, el centroderecha intenta caer bien a los medios hostiles y los que nunca le van a votar, y no solo compra, sino que vende el fantasma de la ultraderecha mientras calla o intenta congraciarse con la ultraizquierda, a veces hasta repitiendo sus mismos mantras antisemitas y anti libertad.
Cuando mis queridos amigos hablan de que vuelva el PSOE, ¿a qué se refieren? ¿Al PSOE de 2007? ¿Al del Pacto de Tinell? ¿Al del Grupo de Puebla? Sánchez se puede ir, pero los que le encumbraron, mantienen y engrasan la máquina de expolio socialista son los mismos y se quedan.
El socialismo de los 80 es como un disco de Boney M, el tiempo nos hace olvidar el daño que causó
El socialismo de los 80 es como un disco de Boney M, el tiempo lo blanquea haciéndonos olvidar el daño que creó. Cuando la inmensa mayoría de las leyes que rigen nuestro país son socialistas, resulta que es el centro-derecha el que ha perdido incluso cuando ganó.
El centro-derecha no debe aspirar a ganar votos del socialismo porque es firmar su sentencia de muerte. Como se plantee gobernar desde la socialdemocracia, perderá y abonará el terreno para el próximo Sánchez.
El centro-derecha debe convencer desde la defensa sin tapujos de la libertad de empresa, la propiedad privada, España y las instituciones independientes incómodas para el poder porque el socialismo es miseria. El problema de España no es Sánchez. Es el socialismo. El próximo será igual.
El problema de España es el socialismo, si el centro-derecha planea gobernar con complejos firmará su sentencia de muerte
Los defensores de la libertad asistimos con preocupación al llamamiento, por parte de algunos líderes del centro derecha, al resurgir de un «socialismo bueno».
Se afirma, con cierta regularidad, que el problema de España es Pedro Sánchez, y que, si éste desaparece, volverá un PSOE mágico, que querrá hacer pactos de Estado y donde se hará realidad la fantasía de una España gobernada por una gran coalición de dos grandes partidos.
El vampiro en el Congreso, ese escaño de Satanás de la entretenidísima novela de Esteban González Pons, es el socialismo.
Como explica Ludwig Von Mises, «el socialismo no es en absoluto lo que pretende ser. No es el pionero de un mundo mejor y más bello, sino el destructor de lo que miles de años de civilización han creado. No construye, destruye. No produce nada, sólo consume lo que ha creado el orden social basado en la propiedad privada de los medios de producción».
Es un vampiro. Socialismo es miseria y socialdemocracia es ruina.
«Cuando se vaya Sánchez volverá el PSOE», afirmaba mi estimado Borja Semper, y mi querido Juanma Moreno explicaba que «cada vez que crece el sanchismo, mengua el socialismo».
Ambas frases son empíricamente correctas, pero ambas auguran un futuro peligroso. La primera es pensar que el PSOE de hoy es algo parecido al PSOE de los 80-90. La segunda es pensar que un socialismo creciente es algo deseable.
No existe consenso posible entre el que defiende la libre empresa y el que la quiere eliminar ni entre el que defiende la propiedad privada y el que busca acabar con ella. La equidistancia entre la libertad y el socialismo no es el centro, es avanzar –tal vez más lentamente– hacia el objetivo totalitario del socialismo.
El concepto del socialismo moderado que hará pactos con el centro derecha y volverá al frágil consenso de los ochenta es un espejismo que, además, no ha existido nunca.
Sánchez ha llevado a cabo punto por punto lo que se puso en marcha hace casi dos décadas, adoptado fielmente de la estrategia del Grupo de Puebla y puesto en marcha todo el engranaje de limitación de libertades civiles que unos temen y otros anhelan heredar. Tomar el poder, dinamitar las instituciones desde dentro y perpetuarse pactando con quien sea, pero cancelando al principal partido de centro derecha.
Sánchez no es un loco ni un estúpido, es el alumno aventajado del socialismo del siglo XXI, que es exactamente igual al de siempre. Ha entendido perfectamente que lo que tiene que hacer es completar la obra que empezó hace décadas y que, además, cuenta con el as en la manga de una élite económica y una Unión Europea que blanquea a la ultraizquierda.
Sánchez sabe que tendrá enfrente a un enemigo débil si sigue acobardado a la hora de defender la libertad, la propiedad privada y el capitalismo de libre mercado. Y se aprovecha, porque sabe que si el adversario vende el 50% del socialismo, la gente preferirá el 100%.
Sabe que si lo único que ofrece el adversario es ser el fontanero de la gotera creada por el socialismo, en pocos años seguirán donde lo habían dejado. Sánchez sabe que la batalla cultural le inmuniza parcialmente ante sus votantes contra el efecto negativo de los casos de corrupción, y que el adversario, al negarse a dar esa batalla por comodidad o tacticismo, pierde la narrativa una y otra vez.
Sánchez lidera la narrativa incluso cuando le perjudica. Mientras tanto, el centroderecha intenta caer bien a los medios hostiles y los que nunca le van a votar, y no solo compra, sino que vende el fantasma de la ultraderecha mientras calla o intenta congraciarse con la ultraizquierda, a veces hasta repitiendo sus mismos mantras antisemitas y anti libertad.
Cuando mis queridos amigos hablan de que vuelva el PSOE, ¿a qué se refieren? ¿Al PSOE de 2007? ¿Al del Pacto de Tinell? ¿Al del Grupo de Puebla? Sánchez se puede ir, pero los que le encumbraron, mantienen y engrasan la máquina de expolio socialista son los mismos y se quedan.
El socialismo de los 80 es como un disco de Boney M, el tiempo nos hace olvidar el daño que causó
El socialismo de los 80 es como un disco de Boney M, el tiempo lo blanquea haciéndonos olvidar el daño que creó. Cuando la inmensa mayoría de las leyes que rigen nuestro país son socialistas, resulta que es el centro-derecha el que ha perdido incluso cuando ganó.
El centro-derecha no debe aspirar a ganar votos del socialismo porque es firmar su sentencia de muerte. Como se plantee gobernar desde la socialdemocracia, perderá y abonará el terreno para el próximo Sánchez.
El centro-derecha debe convencer desde la defensa sin tapujos de la libertad de empresa, la propiedad privada, España y las instituciones independientes incómodas para el poder porque el socialismo es miseria. El problema de España no es Sánchez. Es el socialismo. El próximo será igual.
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