Koko Kondo, la superviviente de la bomba atómica de Hiroshima que convirtió el dolor en un mensaje de paz

Japón ha conmemorado las ocho décadas transcurridas desde las dos grandes tragedias que marcaron el final de la II Guerra Mundial: los bombardeos atómicos de Hiroshima, el 6 de agosto, y de Nagasaki, el 9, que en total se cobrarían más de 200.000 vidas hasta finales de 1945. Koko Kondo era una bebé de ocho meses cuando se produjo el primero. Hablar con ella es adentrarse en un viaje profundo por la memoria y el perdón; una voz que mantiene el recuerdo de las dos únicas ciudades destruidas por armas nucleares. Su mayor aspiración es legar a las próximas generaciones un mundo sin armas nucleares.

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 El encuentro de su padre, un reverendo japonés, con el copiloto del ‘Enola Gay’ en un plató de televisión estadounidense cambiaría para siempre su forma de ver el mundo  

Japón ha conmemorado las ocho décadas transcurridas desde las dos grandes tragedias que marcaron el final de la II Guerra Mundial: los bombardeos atómicos de Hiroshima, el 6 de agosto, y de Nagasaki, el 9, que en total se cobrarían más de 200.000 vidas hasta finales de 1945. Koko Kondo era una bebé de ocho meses cuando se produjo el primero. Hablar con ella es adentrarse en un viaje profundo por la memoria y el perdón; una voz que mantiene el recuerdo de las dos únicas ciudades destruidas por armas nucleares. Su mayor aspiración es legar a las próximas generaciones un mundo sin armas nucleares.

El pastor de la Iglesia Metodista de Hiroshima (Nagarekawa) tomaba el pasado 3 de agosto entre sus manos un origami con forma de paloma y pronunciaba en japonés unas palabras de paz. Solamente una finísima cruz de madera oscura, con la parte inferior deformada, decora este templo sobrio e inmaculado. Está completamente chamuscada. Es lo único que se conserva de la iglesia original, que quedó en ruinas durante el desastre atómico.

Al terminar el servicio, una anciana pequeña y encorvada se acerca a contemplar una selección de retratos en blanco y negro que se han colocado junto a la mesa de comunión.

― Disculpe, ¿es usted Koko Kondo?

― Sí, soy yo.

Cuando la bomba atómica cayó sobre Hiroshima hace 80 años, el pastor de esa iglesia era Kiyoshi Tanimoto, el padre de Kondo. Se salvó porque se encontraba en la zona de las montañas. Desde allí corrió hacia la ciudad para buscar a su esposa y a su hija, socorrer a los heridos y comprobar en qué estado había quedado su parroquia.

Tanimoto ganaría notoriedad más adelante por ser uno de los seis protagonistas de Hiroshima, el excelente reportaje del estadounidense John Hersey publicado en 1946 en el New Yorker, y considerado el primer gran testimonio que detalló al mundo el infierno que se vivió en la ciudad. 40 años más años tarde, el periodista regresó para contar qué había sido de aquellos seis hibakusha ―supervivientes en Hiroshima y Nagasaki―. En ese nuevo capítulo, Hersey subraya el importante papel que desempeñó el reverendo Tanimoto en la reconstrucción de Hiroshima.

Kondo irradia una fuerza y una presencia que llena toda la estancia. Habla un inglés perfecto. Y empieza a narrar la historia de su vida.

Los recuerdos de la infancia de Kondo están marcados por la destrucción. Creció rodeada de heridos que acudían en busca de su padre, que se había volcado en auxiliar a los demás. Llegó a pensar que era adoptada, por la cantidad de huérfanos que conocía. “Me prometí desde muy pequeña que daría puñetazos y patadas a quienes lanzaron la bomba”, expresa, acompañando sus palabras de golpecitos al aire, como boxeando.

“Me sentía tan decepcionada con los adultos… Me preguntaba cómo era posible que ninguno hubiese prevenido aquello”, declara. “Pero yo como adulta tampoco he conseguido parar los pies a los líderes que siguen fomentando la guerra y la carrera armamentística”, se lamenta.

Kondo es cariñosa, expresiva y dicharachera. Se recrea en sus pensamientos durante más de dos horas. Admira profundamente la labor de su padre, aunque confiesa que nunca se lo dijo. “Tenía tantas ideas para mejorar las vidas de la gente…”, evoca. Ahora, junto al nieto de Hersey, Cannon Hersey, planea filmar una película (What Divides Us) sobre la amistad entre el periodista y el reverendo. Quiere que muestre “todo lo que [la película] Oppenheimer omitió sobre el dolor en Hiroshima y Nagasaki”.

Tanimoto empezó a pasar estancias largas en Estados Unidos dos años después del fin de la guerra. Allí hacía campaña para conseguir tratamiento y financiación para las niñas desfiguradas por la bomba, y “defendió que utilizar aquella arma tan poderosa no fue lo correcto”, explica Kondo.

En 1955, Tanimoto viajó con médicos y 25 adolescentes con quemaduras queloides que se iban a someter a una cirugía en Estados Unidos. Poco después de su partida, la madre de Kondo recibió una llamada en la que pedían que toda la familia se desplazase al país norteamericano inmediatamente, para darle una sorpresa. “De repente, mi madre, mis [tres] hermanos y yo estábamos montados en un avión”. “¡Yo no entendía nada!”, ríe, “¡Y así llegamos a Hollywood!”

Su padre había sido invitado en EE UU a participar en el programa televisivo This is Your Life, cuya premisa giraba en sorprender a sus protagonistas repasando su trayectoria y reuniéndoles en plató con personas cercanas o figuras que les hubiesen marcado. Y los productores decidieron que una de esas personas era Robert Lewis, el copiloto del Enola Gay, el avión desde el que se lanzó la bomba sobre Hiroshima.

El programa completo está disponible en YouTube. Viéndolo en 2025 resulta inevitable preguntarse cómo fue posible que se plantease un encuentro tan morboso en directo. Kondo, sin embargo, no lo interpreta de ese modo. “Nunca lo olvidaré. 11 de mayo de 1955”.

Ella tenía 10 años y su madre vaciló antes de revelarle la identidad de aquel hombre desconocido que estrechaba la mano a su padre. “No podía salir corriendo a pegarle delante de las cámaras. Me limité a mirarlo fijamente, para que supiera que era una persona despreciable”. Pero, durante su intervención, Lewis contó que, mientras aquel B-29 sobrevolaba la zona para evaluar los daños, anotó en el diario de a bordo una frase que plasmaba la magnitud de la devastación: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”

Kondo asegura que en ese momento vio el arrepentimiento en sus ojos. “Siempre había pensado que era un monstruo, pero en ningún cuento los monstruos lloran”, puntualiza. “Ahí me di cuenta de que era un ser humano, como yo”, prosigue. Al final del programa buscó colocarse lo más cerca posible de Lewis, para poder tocarlo. “Él me agarró la mano con mucha fuerza y entonces entendí que no debía odiarle a él, sino a la guerra en sí misma”, asevera entre lágrimas. “Nunca llegué a hablar con él. Me encantaría conocer a sus nietos y decirles lo importante que fue su abuelo para mí”, exterioriza. Desconoce qué sintió su padre al participar en aquel programa.

Tras la adolescencia, Kondo se alejaría durante años de su familia y de Hiroshima (estudió en Tokio y en Estados Unidos), a raíz de una experiencia traumática que vivió con los médicos de la Comisión para las Víctimas de la Bomba Atómica (ABCC, por sus siglas en inglés), encargada de investigar los efectos de la radiación. Aquellos momentos de estudio, profundamente invasivos y deshumanizantes, dejaron una cicatriz en su memoria que la haría no volver a someterse a los chequeos de la comisión. Los “perdonó”, señala, con más de 40 años, cuando le informaron de que los datos recogidos sirvieron para tratar a los niños afectados por la catástrofe nuclear de Chernóbil.

Kondo, convertida en embajadora involuntaria de Hiroshima, lleva décadas dedicada a promover el diálogo y la reconciliación. Es una misión que su padre le encomendó. “Me decía que, como la única de los hermanos que era hibakusha [el resto son menores], tenía que luchar por la paz y porque nuestra historia no se pierda”. Decidió hacerlo tras escuchar el último sermón de Tanimoto como pastor. “Sé que no puedo hacer tanto como él hizo por los hibakusha, pero sí quiero seguir sus pasos”.

Le aterra pensar en las consecuencias que tendría si se volviese a emplear la bomba atómica. “Será muchísimo más poderosa que la de hace 80 años”, alerta. “Por eso sigo luchando por cumplir mi sueño: la abolición y eliminación de las armas nucleares de este mundo”, sentencia. “Nuestro planeta es maravilloso, y los niños tienen el derecho de vivir en este siglo de manera pacífica. Seguir luchando por eso es lo que me motiva”. Pide al Gobierno de Japón que hable “alto y claro” y que exija al mundo que se avance en esa línea. “Japón tiene esa responsabilidad”, apostilla.

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