Weber tiene sus razones, por desgracia para los europeístas

Manfred Weber tiene razón en una cosa, mal que le pese a muchos europeístas. El eurodiputado alemán y presidente del Partido Popular Europeo (PPE) está convencido de que las elecciones europeas del pasado 9 de junio marcan un antes y un después en las alianzas que mueven los hilos en Bruselas. La aritmética del Parlamento Europeo cambió ese día, insiste el PPE, inclinándose claramente hacia el extremo derecho y rompiendo el habitual equilibrio de fuerzas entre la democracia cristiana y la socialdemocracia.

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 La aritmética del Parlamento Europeo ha cambiado: el presidente del grupo de los populares se afana en buscar acuerdos con los ultraconservadores para sumar una mayoría alternativa a la tradicional gran coalición con los socialistas  

Manfred Weber tiene razón en una cosa, mal que le pese a muchos europeístas. El eurodiputado alemán y presidente del Partido Popular Europeo (PPE) está convencido de que las elecciones europeas del pasado 9 de junio marcan un antes y un después en las alianzas que mueven los hilos en Bruselas. La aritmética del Parlamento Europeo cambió ese día, insiste el PPE, inclinándose claramente hacia el extremo derecho y rompiendo el habitual equilibrio de fuerzas entre la democracia cristiana y la socialdemocracia.

A partir de ese diagnóstico certero, el eurodiputado alemán yerra en casi todo, desde su rozamiento sin escrúpulos con fuerzas antieuropeas a los modales parlamentariobajeros de que está haciendo gala. No ha dudado en aprovechar una catástrofe como la de Valencia para tomar como rehén el nombramiento en la Comisión Europea de Teresa Ribera, con el doble objetivo de reafirmar el innegable poderío del PPE tras el 9-J y de golpear a un Pedro Sánchez que se ha convertido en la cabeza más visible de los socialistas europeos por incomparecencia del SPD alemán.

La vendetta entre Weber y Sánchez con Ribera como posible víctima colateral probablemente sirva, sea cual sea el desenlace, para sacar de su ensueño a los europeístas. Sobre todo, al flanco progresista, que sigue deslumbrado por el espejismo del 9-J, unas elecciones que interpretaron como confirmación del status quo vigente hasta la pasada legislatura.

Tamaño error de cálculo se basaba en que la suma de escaños entre populares, socialistas, liberales y verdes seguía permitiendo tras las elecciones lograr en el Parlamento Europeo una mayoría europeísta, en apariencia suficiente para mantener a raya el avance ultraconservador y euroescéptico de los partidos liderados por Giorgia Meloni en Italia, Marine Le Pen en Francia, Geert Wilders en Países Bajos o Viktor Orbán en Hungría.

Pero la izquierda del hemiciclo no tomó en cuenta que la interpretación del PPE de los resultados electorales era muy diferente. Weber se ha afanado desde el inicio de esta legislatura en buscar acuerdos con los grupos ultraconservadores de Orbán y Meloni (que suman 164 escaños, 28 más que los socialistas, más del doble que los liberales y el triple que los verdes) para demostrar que esas compañías son tratables y que, además, permiten a los conservadores sumar una mayoría alternativa a la tradicional gran coalición con los socialistas.

Al fin y al cabo, para el PPE los grupos a su derecha, salvo los ultras franceses de Le Pen y los alemanes de AfD, son hijos pródigos que siempre tendrán la puerta abierta para volver. El grupo de Meloni, ECR, nació de una escisión del grupo popular impulsada por el británico David Cameron, de infausto recuerdo en Bruselas, simplemente para marcar distancias con los conservadores europeístas, no por diferencias ideológicas.

Y Orbán formó parte durante años del PPE, bajo el amparo, por cierto, de Weber. El primer ministro húngaro solo se marchó cuando los restos de la democracia cristiana amenazaban con expulsarle. Una vez fuera, Orbán ha recreado su versión ultra y de bolsillo del PPE, a la que ha bautizado como Patriotas por Europa (PpE) con unas siglas que, en español, hasta coinciden con las de su familia política de siempre.

Los socialistas europeos, sin embargo, siguen en un estado de negación, aferrados a una aritmética parlamentaria que ya no existe porque el PPE se niega a formar parte de ella permanentemente. Y siguen empeñados en lamentar la ruptura de un cordón sanitario que para los populares de nuevo cuño como Weber nunca ha sido tan estricto como para la guardia de antaño del PPE (tipo Chirac, Juncker o Merkel) y que no excluye a partidos con los que colaboran a nivel nacional, como Hermanos de Italia o Vox.

Weber intenta ahora rematar su estrategia de blanqueo de esas formaciones otrora intratables. Y para lograrlo aprovecha la investidura de la nueva Comisión, que le permite poner contra las cuerdas a los socialistas de Sánchez: o aceptan a los ultras supuestamente domesticados como parte del reparto de poder en Bruselas o se rompe la baraja con el rechazo a Ribera.

Si Sánchez cede, Weber logrará que Meloni y Orbán pasen a formar parte de la cuadratura del círculo europeo sin que se le pueda reprochar al PPE su alianza con grupos hasta hace poco proscritos. Un cambio de paradigma que el PPE considera inevitable. Pero que si sale mal y provoca la ingobernabilidad de la UE, pesará mucho a todos los europeos. Incluso a los menos europeístas.

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