«Little Bird»: Relato de una ignominia civilizada

Esther Rosenblum está radiante en su fiesta de pedida en Quebec en 1985, acompañada por su prometido, David, su madre, Golda, y el resto de la familia. Una fiesta judía en toda regla donde todo parece ir demasiado bien. De repente alguien reprocha que Esther no es judía y que es adoptada. Y la vida de la joven retrocede 18 años atrás, cuando un día normal del verano de 1968 en la Reserva Long Pine en Saskatchewan, ella se llamaba Bezhig Little Bird, y jugaba con su familia, cuando servicios sociales separó a los tres hermanos de su madre, Patricia Little Bird. Así comienza el viaje de la protagonista de «Little Bird» que estrena Filmin y que nos adentra en los llamados «Sixties Scoop», un período en el que se promulgaron una serie de políticas en Canadá que permitieron a las autoridades de bienestar infantil tomar, o «recoger», a niños indígenas de sus familias y comunidades para colocarlos en hogares de acogida, de los cuales serían adoptados por familias blancas, entre mediados y finales de la década de 1950 y que persistió hasta los 80.

La serie está estructurada para que nos acostumbremos pronto a sus saltos constantes en la cronología de la trama. Volvemos de manera recurrente a la infancia de la protagonista, Esther/Bezhig (Darla Contois) mientras esta intenta averiguar quién es y de dónde viene. Tras encontrar los papeles de la adopción y con su prometido dejando mensajes en el contestador, hace la maleta y emprende un viaje que cambiará su vida para siempre. La serie es una experiencia visual muy potente, explota toda la paleta de colores para transmitirnos paz, o tristeza, y reconstruye dos décadas con absoluta solvencia. La serie, creada por Jennifer Podemski junto con Hannah Moscovitch, arrasó en los Premios de la Academia de Cine y Televisión Canadiense con 13 galardones, incluyendo a la Mejor Serie, y se hizo con el Premio del Público en el festival francés Series Mania y con el Premio a la Mejor Serie en la Sección Oficial de Serielizados. Su fortaleza está en coger una historia que había que contar, de la que se ha hecho muy poco, y que retrata la crudeza de esta locura bajo una endeble excusa: «Estoy salvando a estos niños de una vida de pobreza». La propia Podemski relata cómo su propia experiencia de unos meses está detrás de esta historia: «Mi madre acababa de cumplir 17 años cuando nací yo», cuenta Jennifer. «Los trabajadores sociales me capturaron en el hospital y me metieron en un centro de acogida. Gracias a los esfuerzos de uno de los trabajadores, que estaba a punto de retirarse, mi madre consiguió recuperarme a los tres meses».

Los viajes en el tiempo se hacen pronto naturales y se aleja del género documental con elegancia, aunque las recreaciones son tan fieles que emocionan. Y la representación de la religión y las creencias está tratada con el máximo respeto, incluyendo un nuevo puesto de trabajo en la producción de «Little Bird», «administrador de autenticidad cultural», que consiguió entre otras cosas, que todo en la casa familiar sea auténtico, desde los hilos de la alfombra hasta el papel tapiz. Y esa realidad también se traspasa a las interpretaciones con momentos para atravesar el corazón del espectador, pero que a cambio, ofrece un mensaje de liberación y resiliencia. Pronto descubriremos también el eco del Holocausto muy presente con personas vinculadas a este episodio histórico asesorando a su creadora. Hay que destacar el papel de Golda (Lisa Edelstein), como vínculo de Esther con una familia que le ocultó la verdad y con la que tendrá que volver a empezar. Y de la otra gran madre de esta historia, Patti Little Bird (Ellyn Jade), que choca contra el muro de las instituciones una y otra vez para intentar reunirse con sus hijas pase lo que pase.

La trama se convierte en una mezcla muy apetecible entre una serie de detectives junto a una bucólica búsqueda de los lazos familiares con tintes dramáticos. En momentos muy concretos incluso se permite el lujo de hilar alguna pequeña historia personal entre dos personajes que enriquecen el conjunto. Gente haciendo lo correcto. La actriz principal, Contois, hace un esfuerzo interpretativo que no para de moverse, pero que lleva consigo un aplomo y una paz que madura a cada paso y a pesar de los obstáculos. La serie, que pretende denunciar una situación injusta y cruel que afectó a miles de familias indígenas, intenta no hacer acopio de ira contra las autoridades, base del problema, y aboga por mostrarnos una búsqueda esperanzadora confiando en la bondad de las personas y en la justicia en el destino.

20.000 niños separados de sus familias

Se estima que un total de 20.000 niños indígenas fueron separados de sus familias y entregados en acogida o adoptados principalmente por familias blancas de clase media como parte de la «Sixties Scoop». Saskatchewan tenía el único programa de adopción transracial indígena específico, el Programa de Adopción de Métis Indios (AIM), que contrató a una agencia de publicidad para vender a familias blancas la idea de adoptar niños indios. Los anuncios de los periódicos mostraban sus fotografías, con descripciones, de forma muy similar a un refugio de animales.

 Filmin acaba de estrenar «Little Bird», el multipremiado drama sobre el desconocido mercado negro de miles de niños indígenas en Canadá que duró más de dos décadas  

Esther Rosenblum está radiante en su fiesta de pedida en Quebec en 1985, acompañada por su prometido, David, su madre, Golda, y el resto de la familia. Una fiesta judía en toda regla donde todo parece ir demasiado bien. De repente alguien reprocha que Esther no es judía y que es adoptada. Y la vida de la joven retrocede 18 años atrás, cuando un día normal del verano de 1968 en la Reserva Long Pine en Saskatchewan, ella se llamaba Bezhig Little Bird, y jugaba con su familia, cuando servicios sociales separó a los tres hermanos de su madre, Patricia Little Bird. Así comienza el viaje de la protagonista de «Little Bird» que estrena Filmin y que nos adentra en los llamados «Sixties Scoop», un período en el que se promulgaron una serie de políticas en Canadá que permitieron a las autoridades de bienestar infantil tomar, o «recoger», a niños indígenas de sus familias y comunidades para colocarlos en hogares de acogida, de los cuales serían adoptados por familias blancas, entre mediados y finales de la década de 1950 y que persistió hasta los 80.

La serie está estructurada para que nos acostumbremos pronto a sus saltos constantes en la cronología de la trama. Volvemos de manera recurrente a la infancia de la protagonista, Esther/Bezhig (Darla Contois) mientras esta intenta averiguar quién es y de dónde viene. Tras encontrar los papeles de la adopción y con su prometido dejando mensajes en el contestador, hace la maleta y emprende un viaje que cambiará su vida para siempre. La serie es una experiencia visual muy potente, explota toda la paleta de colores para transmitirnos paz, o tristeza, y reconstruye dos décadas con absoluta solvencia. La serie, creada por Jennifer Podemski junto con Hannah Moscovitch, arrasó en los Premios de la Academia de Cine y Televisión Canadiense con 13 galardones, incluyendo a la Mejor Serie, y se hizo con el Premio del Público en el festival francés Series Mania y con el Premio a la Mejor Serie en la Sección Oficial de Serielizados. Su fortaleza está en coger una historia que había que contar, de la que se ha hecho muy poco, y que retrata la crudeza de esta locura bajo una endeble excusa: «Estoy salvando a estos niños de una vida de pobreza». La propia Podemski relata cómo su propia experiencia de unos meses está detrás de esta historia: «Mi madre acababa de cumplir 17 años cuando nací yo», cuenta Jennifer. «Los trabajadores sociales me capturaron en el hospital y me metieron en un centro de acogida. Gracias a los esfuerzos de uno de los trabajadores, que estaba a punto de retirarse, mi madre consiguió recuperarme a los tres meses».

Los viajes en el tiempo se hacen pronto naturales y se aleja del género documental con elegancia, aunque las recreaciones son tan fieles que emocionan. Y la representación de la religión y las creencias está tratada con el máximo respeto, incluyendo un nuevo puesto de trabajo en la producción de «Little Bird», «administrador de autenticidad cultural», que consiguió entre otras cosas, que todo en la casa familiar sea auténtico, desde los hilos de la alfombra hasta el papel tapiz. Y esa realidad también se traspasa a las interpretaciones con momentos para atravesar el corazón del espectador, pero que a cambio, ofrece un mensaje de liberación y resiliencia. Pronto descubriremos también el eco del Holocausto muy presente con personas vinculadas a este episodio histórico asesorando a su creadora. Hay que destacar el papel de Golda (Lisa Edelstein), como vínculo de Esther con una familia que le ocultó la verdad y con la que tendrá que volver a empezar. Y de la otra gran madre de esta historia, Patti Little Bird (Ellyn Jade), que choca contra el muro de las instituciones una y otra vez para intentar reunirse con sus hijas pase lo que pase.

La trama se convierte en una mezcla muy apetecible entre una serie de detectives junto a una bucólica búsqueda de los lazos familiares con tintes dramáticos. En momentos muy concretos incluso se permite el lujo de hilar alguna pequeña historia personal entre dos personajes que enriquecen el conjunto. Gente haciendo lo correcto. La actriz principal, Contois, hace un esfuerzo interpretativo que no para de moverse, pero que lleva consigo un aplomo y una paz que madura a cada paso y a pesar de los obstáculos. La serie, que pretende denunciar una situación injusta y cruel que afectó a miles de familias indígenas, intenta no hacer acopio de ira contra las autoridades, base del problema, y aboga por mostrarnos una búsqueda esperanzadora confiando en la bondad de las personas y en la justicia en el destino.

20.000 niños separados de sus familias

►Se estima que un total de 20.000 niños indígenas fueron separados de sus familias y entregados en acogida o adoptados principalmente por familias blancas de clase media como parte de la «Sixties Scoop». Saskatchewan tenía el único programa de adopción transracial indígena específico, el Programa de Adopción de Métis Indios (AIM), que contrató a una agencia de publicidad para vender a familias blancas la idea de adoptar niños indios. Los anuncios de los periódicos mostraban sus fotografías, con descripciones, de forma muy similar a un refugio de animales.

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