La molécula presente en el marisco que ‘imita’ el efecto beneficioso del ejercicio

La betaína, un compuesto que se encuentra en alimentos como la remolacha o el marisco y que produce de forma natural el organismo, podría tener el mismo efecto que el ejercicio físico como promotor de un envejecimiento saludable Leer La betaína, un compuesto que se encuentra en alimentos como la remolacha o el marisco y que produce de forma natural el organismo, podría tener el mismo efecto que el ejercicio físico como promotor de un envejecimiento saludable Leer  

La actividad física es una de las fórmulas más efectivas y baratas para promover la salud. Su práctica regular ha demostrado múltiples beneficios, desde complementar el tratamiento de enfermedades como el cáncer a minimizar los trastornos asociados al envejecimiento. No es de extrañar que los científicos persigan la manera de encapsular esos efectos saludables y preventivos, o al menos, que quieran entender cómo se consiguen para poder reproducirlos en diferentes contextos.

Con ese último objetivo, entender cómo funcionan esos mecanismos beneficiosos para poder aprovecharlos de una manera más dirigida y accesible, un grupo de investigadores ha puesto el foco en una molécula con potencial efecto geroprotector: la betaína, que está presente en alimentos como la remolacha o el marisco

La investigación, llevada a cabo por científicos de la Academia de Ciencias China en colaboración con el grupo de Juan Carlos Izpisúa, fundador y director del Instituto de Ciencias de San Diego de Altos Labs, desvela que esta molécula parece reproducir los efectos beneficiosos del ejercicio frente al envejecimiento, según se ha observado en ratones.

Los investigadores analizaron en una decena de voluntarios sanos el efecto del ejercicio físico a largo plazo. Los resultados del estudio, que se publica en Cell, «muestran lo que realmente ocurre en el interior del organismo cuando hacemos ejercicio», resume uno de los autores del trabajo, Guanghui Liu, profesor en el Instituto de Zoología de la Academia de Ciencias china. «Al principio, se produce un caos interno: consumimos rápidamente ciertos nutrientes. Pero con el tiempo, el cuerpo se adapta y empieza a producir una molécula llamada betaína que ayuda a reequilibrar muchos órganos. Es como si el cuerpo descubriera cómo mantenerse en mejor forma cuanto más nos movemos».

Las mediciones fisiológicas, realizadas en muestras de sangre y heces de los jóvenes, todos varones, revelaron una abundancia en la producción de betaína, sobre todo en los riñones. «Cuando comenzamos el estudio, no esperábamos que la betaína aumentara de forma tan marcada con el ejercicio. Sabíamos que era una molécula natural, presente en algunos alimentos, y que estaba relacionada con el metabolismo celular. Pero su papel como mediador clave de los efectos beneficiosos del ejercicio era desconocido», comentan los autores del estudio.

Al observar con más detalle a la molécula, averiguaron que se une a la proteína TBK1, asociada a la regulación de procesos relacionados con la inflamación y el metabolismo. «Nuestro estudio muestra que la betaína actúa directamente sobre esta diana molecular, inhibiéndola, lo que podría explicar parte de sus efectos protectores a nivel sistémico».

Efecto regenerador en los ratones

El siguiente paso fue administrar a ratones envejecidos agua con betaína; así constataron mejorías generales en la salud metabólica y la funcionalidad. En concreto, los científicos detallan una disminución en la inflamación de varios órganos, el progreso en la función muscular, y signos de protección en el hígado y el cerebro frente al envejecimiento y al daño asociado a enfermedades. Así concluyen que la betaína parece actuar como «un mediador de los efectos regeneradores y protectores que normalmente asociamos al ejercicio físico».

La investigación se suma a otros intentos por encontrar una píldora que emule los beneficiosos de la actividad física, y que han puestos su foco en otros compuestos -la fosfolipasa específica de glicosilfosfatidilinositol es uno reciente- y que aún no han obtenido resultados concluyentes.

No obstante, estos investigadores apuntan que lo interesante de la betaína es que actúa de forma más global, afectando vías centrales como la de TBK1, lo cual podría explicar sus beneficios a múltiples niveles.

En cualquier caso, su objetivo último no es desarrollar una pastilla del ejercicio, pues no creen que un único compuesto pueda sustituir todos los beneficios que acompañan al movimiento. En lugar de eso, buscan la identificación de moléculas naturales que actúan como mediadoras del ejercicio, lo que ocurre con la betaína, para poder desarrollar terapias para personas que no pueden hacer ejercicio por edad o enfermedad.

No es la única estrategia en la que trabajan estos científicos para frenar los efectos asociados al envejecimiento. Otra de línea de trabajo, también liderada por el grupo de Izpisúa y de la Academia de Ciencias China, indaga en una potencial terapia celular que podría contribuir en el rejuvenecimiento del organismo.

La terapia en estudio consistiría en el empleo de células mesenquimales resistentes a la senescencia (SRC, por sus siglas en inglés), desarrolladas en el laboratorio a partir de células madre mesenquimales humanas; estas células normalmente tienen una vida útil limitada en cultivo, envejecen rápidamente, lo cual lastra su uso terapéutico. Para contrarrestarlo, los investigadores introdujeron «una serie de modificaciones que actúan sobre vías clave relacionadas con el envejecimiento celular, por ejemplo, regulando la expresión de genes implicados en el ciclo celular, la inflamación y el estrés oxidativo. El resultado son células que mantienen su capacidad regenerativa durante más tiempo y no entran en senescencia de forma prematura». El tratamiento se desarrolla en el laboratorio a partir de células que se cultivan y modifican para luego infundirlas en los animales. En un estudio, publicado también este mes en Cell, observaron el efecto sistémico de la infusión celular en macacos viejos.

Como apunta una de las autoras principales del trabajo, Jing Qu, profesora en la Academia de Ciencias China, «el estudio demuestra que ese tipo especial de célula madre diseñada en laboratorio puede ayudar a retrasar el envejecimiento en monos. Es una de las demostraciones más claras de que este tipo de tratamiento podría funcionar realmente en el futuro -y de forma segura-, abriendo la puerta a utilizar algún día terapias similares en humanos«.

En concreto, detallan mejoras significativas en varios parámetros relacionados con el envejecimiento. Por ejemplo, los animales tratados mostraron una mejor función renal, reducción de la inflamación sistémica, mejor capacidad locomotora y mayor densidad ósea. También observaron mejoras en biomarcadores moleculares, como una menor expresión de genes proinflamatorios y signos de un entorno tisular más regenerativo. Para estos científicos, todo ello sugiere que las SRC pueden modular el envejecimiento de forma amplia y sistémica.

La terapia celular supone un enfoque diferente al de los senolíticos, con los que también se busca retrasar en la medida de lo posible el envejecimiento. Mientras que las moléculas senolíticas se centran en eliminar células envejecidas que ya están causando daño, esta terapia celular se adelanta al proceso, al tratar de evitar que las células lleguen a ese estado disfuncional, preservando su función durante más tiempo. «En lugar de limpiar después del daño, intentamos prevenirlo o revertirlo de manera más amplia, restaurando el entorno regenerativo del organismo», explican sus artífices. «Además, al tratarse de una terapia celular, las SRC pueden actuar como una especie de fábrica que libera señales beneficiosas en muchos tejidos a la vez«.

Una de las grandes esperanzas derivadas es que pudiera servir para enfermedades específicamente relacionadas con la edad, como el alzhéimer. Al respecto, comentan que «a medida que entendemos mejor cómo estas células actúan a distancia y qué factores liberan, podríamos adaptarlas para modular procesos concretos implicados en enfermedades como el alzhéimer, la fibrosis pulmonar o la insuficiencia renal. Aunque aún estamos en fases experimentales, el hecho de que estas células tengan efectos sistémicos abre la puerta a utilizarlas como plataformas terapéuticas para múltiples patologías relacionadas con el envejecimiento».

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