Un estudio de ‘Nature Medicine’ halla que caminar esta cantidad se asocia a un menor depósito de la proteína tau y a una ralentización del deterioro cognitivo en personas mayores Leer Un estudio de ‘Nature Medicine’ halla que caminar esta cantidad se asocia a un menor depósito de la proteína tau y a una ralentización del deterioro cognitivo en personas mayores Leer
La prescripción de ejercicio cada vez tiene más respaldo en la literatura científica. Una actividad física diaria es un escudo para nuestro organismo ante agresiones presentes y futuras. La cifra de los 10.000 pasos al día para mantenerse activos y sanos se ha convertido en un mantra que la ciencia intenta verificar. Por ello, el número varía en función de la población, sus condiciones y la edad.
La inactividad física es un factor de riesgo para la aparición de la enfermedad de Alzheimer. Ahora, por primera vez, un trabajo de un equipo internacional pone de manifiesto la relación entre los diferentes niveles de actividad física y los biomarcadores clave de la neurodegeneración, y sugiere un objetivo de ejercicio más alcanzable para las personas mayores con el fin de ayudar a ralentizar la progresión de la enfermedad.
Por un lado, los resultados indican que una actividad limitada, lo que podría ser caminar entre 3.000 y 5.000 pasos al día, se asociaba con un deterioro más lento. Por otro lado, los mayores beneficios se obtenían con un rango de pasos mayor, entre 5.000 y 7.500 pasos. Esto último se debe a un menor depósito de la proteína tau. Estas conclusiones del equipo del centro Mass General Brigham (Boston) se publican en la revista Nature Medicine.
Para llegar a estos datos, el equipo internacional ha estudiado durante 14 años a casi 300 personas con alzhéimer preclínico -sin síntomas, pero con acumulación en el cerebro de proteínas tau y beta amiloide-, para saber si el ejercicio físico puede influir también en su progresión.
La novedad de esta investigación reside en la cuantificación de los efectos de la actividad física sobre los biomarcadores de esta enfermedad y la relación dosis-respuesta en los seres humanos. Hasta ahora, pocos estudios han utilizado medidas objetivas de la actividad para evaluar los efectos sobre las proteínas amiloide y tau, biomarcadores de alzhéimer, y ninguno lo había hecho a largo plazo.
El equipo liderado por los investigadores Wai-Ying Wendy Yau y Jasmeer Chhatwal analizó los datos de 294 adultos mayores sin deterioro cognitivo (de entre 50 y 90 años) incluidos en el Estudio sobre el Envejecimiento Cerebral de Harvard, incluyendo la actividad física medida con podómetros, imágenes longitudinales de PET de amiloide y tau, y evaluaciones cognitivas anuales durante un máximo de 14 años.
Los autores descubrieron que una mayor actividad física se asociaba con un deterioro cognitivo relacionado con el amiloide más lento, lo que indica un posible efecto protector de la actividad física. Además, hallaron que este beneficio se asociaba con una ralentización de la acumulación de proteína tau (se agrupa formando ovillos neurofibrilares y se deposita en las neuronas, interrumpiendo su función y provocando su muerte), más que con cambios en la patología amiloide.
El hacinamiento de tau y la cognición se estabilizaron con un nivel de actividad moderado de entre 5.001 y 7.500 pasos al día. Y el dato más alentador fue que incluso una actividad más modesta, entre 3.001 y 5.000, se asociara con una notable ralentización de la acumulación de tau y del deterioro cognitivo.
Para Eloy Rodríguez Rodríguez, «las evidencias que se van acumulando deberían guiar las políticas de salud pública hacia la promoción del ejercicio físico en la población general y, especialmente, en poblaciones de alto riesgo, usando como herramienta de prevención«. El jefe del Servicio de Neurología del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla-IDIVAL expone, como recoge SMC, que se trata de un estudio muy interesante, «metodológicamente bien hecho y que se suma a un creciente cuerpo de evidencia que apunta al efecto protector frente a la enfermedad de Alzheimer del ejercicio aeróbico, en este caso, moderado«.
A juicio de este neurólogo, lo más interesante es la aportación de un largo plazo de observación y «lo bien estudiados que están los sujetos de la cohorte, permitiendo discernir que el mecanismo subyacente es la menor acumulación de proteína tau«.
Desde el Instituto de Investigación sobre la Demencia del Reino Unido, Tara Spires-Jones, manifiesta que «los datos suponen un importante avance, ya que indican que las personas que ya presentan una patología temprana de la enfermedad de Alzheimer en el cerebro pueden beneficiarse de realizar incluso una actividad moderada«. Sin embargo, la también directora del Centro para el Descubrimiento de las Ciencias del Cerebro de la Universidad de Edimburgo apunta a SMC que «este tipo de estudio no puede descartar por completo la causalidad inversa…». Y por ello, es tajante: «el ejercicio no es una garantía para prevenir o ralentizar la demencia«.
Charles Marshall se manifiesta en la misma línea: «No podemos estar seguros de que sea la actividad física durante este periodo de la vida lo que marca la diferencia, o si quienes son más activos ahora lo han sido durante décadas y los beneficios se acumulan a mucho más largo plazo», como recoge SMC. En cualquier caso, el profesor de Neurología Clínica de la Universidad Queen Mary de Londres sí que valora las pruebas sólidas de la investigación y cómo refrenda que «la actividad física regular es buena para el cerebro, además de todos los demás beneficios físicos que aporta».
Hace unos meses, The Lancet Public Health publicaba un trabajo que argumentaba que con tan solo 7.000 pasos ya se alcanzan mejorías muy significativas en la salud. De hecho, la investigación señalaba que, hasta una movilidad más modesta, como caminar 4.000 pasos diarios, se relaciona con mejor salud en comparación con moverse muy poco (unos 2.000 pasos al día).
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