La brutal agresión a un médico de familia: «Si esto pasara en cualquier fábrica, Riesgos Laborales actuaría»

El facultativo cántabro pide «sentencias ejemplarizantes» tras haber perdido un 50% la visión de un ojo, sufrir secuelas psíquicas y tener que mudarse a otra comunidad autónoma Leer El facultativo cántabro pide «sentencias ejemplarizantes» tras haber perdido un 50% la visión de un ojo, sufrir secuelas psíquicas y tener que mudarse a otra comunidad autónoma Leer  

Roberto estuvo once meses de baja. La última vez que pisó el Centro de Salud de Los Castros (Cantabria), donde trabajaba como médico adjunto, fue el día de la agresión: el 5 de mayo de 2021. Tenía 36 años. Un joven de 20 años entró al centro de salud y arremetió, primero, contra el celador, exigiendo que le atendieran. Roberto, el médico protagonista de esta historia, acudió en ayuda del compañero. «Quería calmar al joven y explicarle que le atenderíamos». No le dio tiempo a decirle nada, «ocurrió todo muy deprisa». De un cabezazo, el chico tiró a Roberto al suelo y le remató con nueve puñetazos. «La agresión fue salvaje», calificó el auto judicial. Su cara quedó destrozada y no veía nada del ojo derecho.

Ha llovido desde entonces. Roberto es el nombre ficticio del médico agredido, que no quiere identificarse y de ahí que en la foto que ilustra esta información oculte su cara. Lleva cerca de dos años trabajando en otro centro de salud de otra comunidad autónoma. Tuvo que abandonar Cantabria. «Puse tierra de por medio». Desde el minuto cero de la agresión recibió tratamiento psiquiátrico y psicológico y sigue con él. «Hemos intentado rebajarlo, pero no puedo», confiesa. Del ojo derecho ha perdido el 50% de visión, con un campo visual reducido.

Su diagnóstico: estrés postraumático cronificado. «Tomo ansiolíticos diarios, como base del tratamiento, y antidepresivos». Ha reducido su jornada de Médico de Familia, porque, asegura, que no aguanta la jornada completa. «Los días que tengo que trabajar empiezo con colon irritable. Cuando llevo una hora en la consulta me urge ir al baño cada poco tiempo con vómitos y diarrea, que no los para nada». Roberto no cree que vaya superar lo que le «rompió la vida», pero sí cuenta que va aprendiendo a convivir con ello. Han pasado casi cuatro años.

«Una vez sales del shock -que tardas tiempo- y vuelves a pisar la calle, te das cuenta de que presentas una rotura de vida, porque aquellas barreras que creías inquebrantables se han roto todas y de golpe: eres otra persona. No vuelves a ser tú, por mucho que lo intentes. Es de las primeras cosas que me recomendó el psiquiatra: cuando asumas que quien eras ha desaparecido y, ahora, eres otra persona, antes vas a salir de este bache. Aprendes a vivir de una manera diferente, de una forma distinta», señala el facultativo.

Su llegada a la Medicina fue vocacional. Sin referentes en su familia, «quería ser médico desde que tuve uso de razón». Asegura que escogió ser «médico de familia por vocación pura y dura. Me encantaba lo que hacía. Me encantaba tratar con personas y tratar familias, porque te das cuenta que muchas de las patologías tienen un componente familiar y lo que hacía me hacía feliz. Hasta que pasó esto. Entonces, te planteas hasta qué punto estoy seguro a la hora de ejercer mi profesión«.

Roberto toma distancias con sus pacientes y también con sus colegas. «Al final, voy al trabajo de la forma más aséptica posible», dice. En el centro de salud donde ejerce solo una compañera conoce su historia. Con los pacientes en consulta, mantiene una distancia prudencial: «la mesa y un metro más, como durante la covid».

«Cuando me acerco al paciente y le exploro, asumo que me pueden agredir. Lo paso mal, pero lo hago», asegura. «No creo que pueda superar esto, podré vivir con ello», reitera. ¿Qué se puede hacer para evitar estas agresiones? Roberto pide «sentencias ejemplarizantes» y denuncia que «salga gratis agredir a un médico».

«Si esto pasara en cualquier fábrica, seguro que Prevención de Riesgos Laborales actuaría y obligaría a hacer cambios. En nuestra empresa (el Sistema Nacional de Salud) no ha habido cambios. A los domicilios, para atender a los pacientes, sigue yendo un médico solo. Y es que, al final, si sale tan barato, porque el paciente o quien pase por ahí no va a calmar su ira contra el médico que tiene delante».

En este punto de la conversación, cuando ya hemos hablado media hora, Roberto explica que la justicia todavía no ha puesto fecha a la celebración del juicio por su agresión, que su agresor campa a sus anchas, que ha protagonizado otros delitos, de los que se ha enterado por su abogado, y que ni la Administración (ni la de justicia, ni la sanitaria, ni ninguna otra) se ha puesto en contacto con él.

¿Protocolo de protección a las víctimas? Roberto sabe de lo que habla, porque ha participado en el seguimiento de mujeres víctimas de violencia de género y echa en falta una protección así en su caso.

Y es que a las pocas semanas de que fuera agredido, las lunas de sus coches aparecieron rotas en el garaje del edificio donde vivía en Cantabria. Ocurrió cuando la juez confirmó el auto de libertad de su presunto agresor. Los hechos se denunciaron, pero nunca se pudo identificar al que cometió el vandalismo de romper las lunas de los coches de Roberto, sin llevarse nada de lo que había en el interior de los vehículos.

«Mi presunto agresor ha estado implicado -o está- en cuatro delitos. Pero, cuando ha quebrantado la ley, a mi no me han avisado de nada, aunque fuera, simplemente, para ponerme a cubierto. No por otra cosa. Así que el sistema de protección de víctimas no responde. He trabajado en protección a mujeres maltratadas y conozco bien el protocolo que se sigue en esos casos. Así que, puedo decir, que del protocolo del maltrato a una mujer, al que se sigue en otros casos va un abismo. A mi no se me ha notificado nada, nunca más».

¿Es esto violencia institucional? Roberto no le pone nombre, pero asegura que vive con angustia la espera a que se celebre el juicio. «Parece que no solo el romper la vida de una persona sale gratis, también tenerla paralizada durante tantos años es gratis. Entiendo que haya temas más importantes que el mío, pero esperar tanto tiempo para que se resuelva mi tema… porque sé que es una mochila con la que voy a cargar siempre, pero a la que quiero poner punto y final. No te imaginas la ansiedad que es vivir todos los días sin saber cuándo se va a resolver esto. Y a nadie le importa», afirma.

 Salud // elmundo

Más Noticias