Juan Dávila: «El éxito no puede ser que te llame todo dios para sacar algo de ti»

Lo dejó todo: su puesto fijo de policía por una vocación, la de actor. La vida no quiso durante más de una década. Penurias. Pero sí que encontrara un hueco gigante como cómico y fuera capaz de hacerse fuerte en un lugar en el que muchos se sienten incómodos: en lo políticamente incorrecto. Así es Juan Dávila. Un kamikaze sin filtro ni guion que fluye. Cruza todas las líneas rojas… Y le sale bien. Lo cuenta todo en el documental «La ruta del pecado», que ha hecho Garajonay Producciones. Merece la pena. Es una historia de éxito, pero sobre todo de resiliencia.

¿Qué hace un hombre como tú de policía?

Tenía un par de colegas que me dijeron que me metiera ahí porque había dinero, tiempo y me podía pedir una excedencia. No sabía lo que era. Cuando me enteré de que me podía ir y que me tenían que coger, me pareció perfecto, porque podía irme para hacer teatro, que era lo que me gustaba.

¿Sigue siendo su vocación la de actor?

Mi vocación no sé cuál es ahora mismo, pero creo que estoy en el camino. Muchas veces tienes la idea de actor con sus premios, algo que parte muy del ego, que el mundo te reconozca y ahora me he dado cuenta con este espectáculo que uno es el último. Con lo que ayudas, desde el lugar del actor, que ha trascendido al ego, se equilibra el tema y voy por ahí y no querer ir por la calle y que me reconozcan.

Con los años que ha costado llegar hasta aquí habrá tenido que hablar muy en serio con el ego.

He tenido que ir a terapia durante muchas horas. Ha habido mucho trabajo personal para callarlo, pero sin matarlo del todo porque hay una parte de él que tiene que salir al escenario.

Ahora que ha triunfado, ¿se le descontrola?

A lo mejor parece raro, pero ahora está más controlado que antes, porque al final tiene que ver con la actitud de que ahora mismo soy como un aporte de valor a la gente, a la sociedad y ahí el ego se difumina.

 

¿Qué es el éxito?

A veces tengo muchas funciones y no me ayuda pensar en el dinero ni la fama, sino en esa gente que lleva siete meses con las entradas, porque ha estado viendo vídeos, tienen enfermedades, ansiedad, depresión y me escriben para decirme que están deseando que saque vídeos porque les ayuda. El éxito no puede ser que te llame todo dios para sacar algo de ti, que eso pasa.

¿Cómo se lleva ese cambio de que no intereses a hacerlo mucho?

La gente ahora me ve como una piñata de billetes que la zarandeas y salen y es verdad. Parece que las cosas que he ido haciendo a la gente le ha ido gustando y ahí me han puesto ellos. Nadie más. No me han cogido en una serie de Netflix, sino que ha sido la gente con los vídeos.

¿Hay líneas rojas en el humor?

Como yo hago humor con la gente, para mí la línea roja es que quien sea objeto del humor no se ofenda.

 

Si hay alguien capaz de atravesar umbrales impensables ese es Juan Dávila.

Ha sido el humor negro llevado a su máximo apogeo sin que la persona que está siendo objeto se sienta ofendida. Por lo que sea la gente me lo permite. Creo que está relacionado con que también me sueltan puyitas y las acepto. La gente viene a reírse de su enfermedad, de su historia, de su problema y a darle visibilidad.

¿En qué momento se dio cuenta de que ahí estaba una de las claves?

Cuando vinieron cinco ciegos al espectáculo y nada más salir le pregunté sin eran los cinco ciegos y uno me dijo que una veía medio por un ojo… y al salir me dijeron que por primera vez les habían tratado con normalidad y no con condescendencia ni con pena.

Y vienen las críticas…

La gente que se queja de mis vídeos es de fuera y dice cómo puede decir eso a una discapacitada, este tío es un animal y la persona en cuestión está tranquila en su casa sintiendo que la han tratado con normalidad.

¿Es una época compleja para este tipo de humor?

Sí, hay impacto y si te pilla vulnerable te puede afectar, pero para eso te tienes que trabajar por dentro. He visto puñaladas, peleas, violencia de género, y pienso ¿esto es lo más fuerte que me pueden insultar? Tampoco somos tan importantes.

 

¿Cómo surge hacer esta película documental?

Conozco a Alberto Utrera, que es el director, desde la compañía de improvisación. Hace diez o doce años. Ha visto la evolución y pensó que esta historia había que contarla porque se va a sentir identificada mucha gente. Y es verdad que el público se pensaba que había dejado la policía hacía cinco meses y que lo había petado en TikTok y listo. Y no, hay mucho curro detrás. Hablamos con productoras, cadenas y a nadie le interesaba y al final le interesó a Garajonay Producciones. Yo quería que la gente viera que hay mucho trabajo detrás, porque ahora no tenemos tolerancia a la frustración y era muy importante que se viera que esto es un camino de vida doblegando a la frustración y seguir, seguir y seguir.

Ahora que demonizamos las redes sociales, en su caso ha sido tabla de salvación.

Sí, todo lo que muestro es tal y como es. No hay filtro. Estos vídeos son de gente que es así y no tienen miedo a sacar su esencia. Y cada uno tenemos una esencia muy loca. Se sienten libres y se aplaude.

Años de dificultades y en cuánto le cambió la vida.

Once años de dificultades y en un mes me cambió la vida, pero llevaba una década trabajando en ello sin ver color. En enero del 23 estaba en El Arlequín, que eran 300 butacas y acabamos el año en Bilbao con 12.000.

Ha hecho historia en el humor, como llenar Vistalegre. ¿Se plantea otro tipo de desafíos?

Jamás me he planteado hacer algo porque nunca lo ha hecho nadie. No es algo que me mueva. Hicimos plazas grandes, pero prefiero la intimidad del espectáculo.

 

Los nervios de salir y no saber si eso va a funcionar…

Es un espectáculo sin texto. Hay algo de inconsciencia. Hay veces que justo antes de salir pienso, dios si es que no tengo nada y esa sensación de vacío es fuerte. No es eso de tener un bloque de siete chistes.

Cuánto hay de eso en verdad

Es todo el rato ir surfeando esa ola. Y la gente también se da cuenta de que no sé ni por dónde voy. Ahí es cuando más inconsciente tengo que ser. Para salir delante de doce mil personas que llevan siete meses con las entradas y …

¿Todos los días sale bien?

Hay un mínimo con el que la gente sale contenta. Ahora como se den tres o cuatro situaciones improvisadas que no tiran ese show no ha tirado, eso sí si se dan tres o cuatro que tiran eso es pura magia.

¿Cómo gestiona los nervios?

He ido haciendo de todo. Antes hacia un entrenamiento que mezclaba físico con meditación. Ahora hago un trabajo que es más para estar presente, porque el espectáculo es presencia, relajado. En improvisación cuando se llega a la excelencia es cuando sales sabiendo que no tienes nada, pero estás tranquilo. Intentar encontrar ese punto.

¿Ha merecido la pena la espera?

No preocuparte por el fin de mes ya es mucho. Pero ni ayer era tan malo ni hoy soy tan bueno.

 Dejó la Policía para buscarse la vida como actor; once años duros para hacer historia como cómico, lo cuenta en el documental «La ruta del pecado»   

Lo dejó todo: su puesto fijo de policía por una vocación, la de actor. La vida no quiso durante más de una década. Penurias. Pero sí que encontrara un hueco gigante como cómico y fuera capaz de hacerse fuerte en un lugar en el que muchos se sienten incómodos: en lo políticamente incorrecto. Así es Juan Dávila. Un kamikaze sin filtro ni guion que fluye. Cruza todas las líneas rojas… Y le sale bien. Lo cuenta todo en el documental «La ruta del pecado», que ha hecho Garajonay Producciones. Merece la pena. Es una historia de éxito, pero sobre todo de resiliencia.

¿Qué hace un hombre como tú de policía?

Tenía un par de colegas que me dijeron que me metiera ahí porque había dinero, tiempo y me podía pedir una excedencia. No sabía lo que era. Cuando me enteré de que me podía ir y que me tenían que coger, me pareció perfecto, porque podía irme para hacer teatro, que era lo que me gustaba.

¿Sigue siendo su vocación la de actor?

Mi vocación no sé cuál es ahora mismo, pero creo que estoy en el camino. Muchas veces tienes la idea de actor con sus premios, algo que parte muy del ego, que el mundo te reconozca y ahora me he dado cuenta con este espectáculo que uno es el último. Con lo que ayudas, desde el lugar del actor, que ha trascendido al ego, se equilibra el tema y voy por ahí y no querer ir por la calle y que me reconozcan.

Con los años que ha costado llegar hasta aquí habrá tenido que hablar muy en serio con el ego.

He tenido que ir a terapia durante muchas horas. Ha habido mucho trabajo personal para callarlo, pero sin matarlo del todo porque hay una parte de él que tiene que salir al escenario.

Ahora que ha triunfado, ¿se le descontrola?

A lo mejor parece raro, pero ahora está más controlado que antes, porque al final tiene que ver con la actitud de que ahora mismo soy como un aporte de valor a la gente, a la sociedad y ahí el ego se difumina.

¿Qué es el éxito?

A veces tengo muchas funciones y no me ayuda pensar en el dinero ni la fama, sino en esa gente que lleva siete meses con las entradas, porque ha estado viendo vídeos, tienen enfermedades, ansiedad, depresión y me escriben para decirme que están deseando que saque vídeos porque les ayuda. El éxito no puede ser que te llame todo dios para sacar algo de ti, que eso pasa.

¿Cómo se lleva ese cambio de que no intereses a hacerlo mucho?

La gente ahora me ve como una piñata de billetes que la zarandeas y salen y es verdad. Parece que las cosas que he ido haciendo a la gente le ha ido gustando y ahí me han puesto ellos. Nadie más. No me han cogido en una serie de Netflix, sino que ha sido la gente con los vídeos.

¿Hay líneas rojas en el humor?

Como yo hago humor con la gente, para mí la línea roja es que quien sea objeto del humor no se ofenda.

Si hay alguien capaz de atravesar umbrales impensables ese es Juan Dávila.

Ha sido el humor negro llevado a su máximo apogeo sin que la persona que está siendo objeto se sienta ofendida. Por lo que sea la gente me lo permite. Creo que está relacionado con que también me sueltan puyitas y las acepto. La gente viene a reírse de su enfermedad, de su historia, de su problema y a darle visibilidad.

¿En qué momento se dio cuenta de que ahí estaba una de las claves?

Cuando vinieron cinco ciegos al espectáculo y nada más salir le pregunté sin eran los cinco ciegos y uno me dijo que una veía medio por un ojo… y al salir me dijeron que por primera vez les habían tratado con normalidad y no con condescendencia ni con pena.

Y vienen las críticas…

La gente que se queja de mis vídeos es de fuera y dice cómo puede decir eso a una discapacitada, este tío es un animal y la persona en cuestión está tranquila en su casa sintiendo que la han tratado con normalidad.

¿Es una época compleja para este tipo de humor?

Sí, hay impacto y si te pilla vulnerable te puede afectar, pero para eso te tienes que trabajar por dentro. He visto puñaladas, peleas, violencia de género, y pienso ¿esto es lo más fuerte que me pueden insultar? Tampoco somos tan importantes.

¿Cómo surge hacer esta película documental?

Conozco a Alberto Utrera, que es el director, desde la compañía de improvisación. Hace diez o doce años. Ha visto la evolución y pensó que esta historia había que contarla porque se va a sentir identificada mucha gente. Y es verdad que el público se pensaba que había dejado la policía hacía cinco meses y que lo había petado en TikTok y listo. Y no, hay mucho curro detrás. Hablamos con productoras, cadenas y a nadie le interesaba y al final le interesó a Garajonay Producciones. Yo quería que la gente viera que hay mucho trabajo detrás, porque ahora no tenemos tolerancia a la frustración y era muy importante que se viera que esto es un camino de vida doblegando a la frustración y seguir, seguir y seguir.

Ahora que demonizamos las redes sociales, en su caso ha sido tabla de salvación.

Sí, todo lo que muestro es tal y como es. No hay filtro. Estos vídeos son de gente que es así y no tienen miedo a sacar su esencia. Y cada uno tenemos una esencia muy loca. Se sienten libres y se aplaude.

Años de dificultades y en cuánto le cambió la vida.

Once años de dificultades y en un mes me cambió la vida, pero llevaba una década trabajando en ello sin ver color. En enero del 23 estaba en El Arlequín, que eran 300 butacas y acabamos el año en Bilbao con 12.000.

Ha hecho historia en el humor, como llenar Vistalegre. ¿Se plantea otro tipo de desafíos?

Jamás me he planteado hacer algo porque nunca lo ha hecho nadie. No es algo que me mueva. Hicimos plazas grandes, pero prefiero la intimidad del espectáculo.

Los nervios de salir y no saber si eso va a funcionar…

Es un espectáculo sin texto. Hay algo de inconsciencia. Hay veces que justo antes de salir pienso, dios si es que no tengo nada y esa sensación de vacío es fuerte. No es eso de tener un bloque de siete chistes.

Cuánto hay de eso en verdad

Es todo el rato ir surfeando esa ola. Y la gente también se da cuenta de que no sé ni por dónde voy. Ahí es cuando más inconsciente tengo que ser. Para salir delante de doce mil personas que llevan siete meses con las entradas y …

¿Todos los días sale bien?

Hay un mínimo con el que la gente sale contenta. Ahora como se den tres o cuatro situaciones improvisadas que no tiran ese show no ha tirado, eso sí si se dan tres o cuatro que tiran eso es pura magia.

¿Cómo gestiona los nervios?

He ido haciendo de todo. Antes hacia un entrenamiento que mezclaba físico con meditación. Ahora hago un trabajo que es más para estar presente, porque el espectáculo es presencia, relajado. En improvisación cuando se llega a la excelencia es cuando sales sabiendo que no tienes nada, pero estás tranquilo. Intentar encontrar ese punto.

¿Ha merecido la pena la espera?

No preocuparte por el fin de mes ya es mucho. Pero ni ayer era tan malo ni hoy soy tan bueno.

 Programación TV en La Razón

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