Sin duda, Álex de la Iglesia es un gurú de nuestra cultura. El director, productor, guionista, historietista y expresidente de la Academia de Cine, no para de crear, y ahora tiene hasta tres proyectos estrenándose, entre los que se cuenta «1992», serie de Netflix que nos recuerda que ese año España fue el centro del mundo con la Exposición Universal de Sevilla, y aún así la liamos. Hablamos con él de eso y de muchísimas cosas más.
Fernando Valdivielso y Marian Álvarez están muy agradecidos por hacer «1992».
La verdad es que yo sí que estoy agradecido porque son increíbles. Los dos son maravillosos, se han entendido muy bien entre ellos, esas cosas típicas que se dicen en los rodajes. Fernando no se ha podido portar mejor. Había situaciones, por como son las historias de acción, y a ella la hice correr como una desalmada y todo lo contrario, eran todo facilidades.
Cuando hablo con la gente de «1992» muchos contestan «es Álex de la Iglesia», ¿le gusta?
Sí y no. Por un lado, muchísimo, porque me da la sensación de que para bien o para mal, tengo una manera de trabajar y una manera de contar las historias que resulta reconocible y eso es un orgullo. Pero por otro lado no, porque hago un esfuerzo denodado y constante por contar otra historia, por contar otra cosa, por ofrecer diferentes puntos de vista, en fin, por ser diferente. Luego, cuando la veo, digo ‘jo, ya me ha pasado de nuevo’. Es como una maldición. Eso que otros llaman estilo, a mí me parece que es parte de una enfermedad: no puedo salir de ese catarro que significa ser yo mismo. Estoy muy orgulloso de que eso guste a un determinado tipo de gente, y entiendo que a otros no; no se puede gustar a todos. Lo que creo que transmito, que es muy real, es que me apasiona mi curro, me apasiona rodar.
¿Por qué eligió ese momento de nuestra historia?
Igual porque no fui. Recuerdo que era la apertura de España al mundo. Tras la muerte de Franco, de pronto nos encontramos con que somos otros, y decimos queremos enseñar al mundo la nueva España. Y cuando eso ocurre a mí me genera una angustia… A ver si va a estar todo bien, a ver si lo vamos a hacer bien; con las olimpiadas lo mismo. Estar con el nudo en la garganta viendo la televisión y cuando de pronto ocurre lo de barco y tal y dices, o Dios mío, hay un complot. Alguien está intentando hundir esto. Y luego cuando ya ocurre lo del pabellón ya dije bueno está clarísimo que aquí hay alguien que quiere hundirnos otra vez. Y eso se me quedó. Y luego, ya desde un punto de vista más general, sí que es cierto que responde a un tipo de emociones que son muy útiles para la narrativa. Cuando te llevas al espectador a un lugar, si es desconocido tienes que explicarle de qué va. Y aquí no, aquí todo el mundo sabe lo que es 1992, que supuso esa mezcla de cariño y desapego, de algo confuso, tenebroso, y al mismo tiempo optimista, que es lo que estoy contando con el muñeco. O sea, el muñeco es maravilloso y de pronto no; de pronto puede ser un monstruo con ansias de venganza. Por último está el terror clásico: no deja ser una historia de terror como el fantasma de la ópera, que tiene la cara destrozada, como los crímenes del Museo de Cera, con la cara destrozada, como el jorobado de Notre Dame, subiéndose a lo alto para mirar desde allí a los que se acercan. Tiene esos elementos así góticos que a mí me resultan muy atractivos para contar algo que no tiene nada de gótico, que es cómo somos.
¿Tuvo un click y se encontró un Curro en los chinos?
No sabes lo que nos costó, ya no quedaban. Había curros por ahí perdidos y mandábamos a gente a buscarlos a chinos y a donde fuera. Tiene algo de fósil, de hueso de dinosaurio.
¿Va a esperar a hacer una serie sobre la pandemia otros 32 años, en 2052?
Fue miedo todo y luego también fue un momento de absoluta salida de guion. No creí que eso pudiera pasar, o sea, paralizar al mundo entero. Y también historias demenciales, conspiranoias, todo mundo encerrado en casa pensando locuras de lo que estaba pasando. Gente negando lo evidente, pegándose por comida, diciendo de pronto que falta papel higiénico y todo el mundo saliendo a la calle… Acabo de estar en Tokio cuando ves a la gene que sigue llevando mascarilla, te entra un sudor frío.
¿Cómo ve esa tendencia actual de una vez que expiran los derechos coger elementos como Mickey Mouse y hacer una película de terror?
Es algo constante también en mi personalidad. Soy una persona que el mundo de la infancia lo tiene muy presente. El tema del muñeco, salía en «Mi gran noche». El tema de la máscara, salía en Balada. Refugiarte tras una máscara para salir a la calle. Es algo que forma parte intrínseca de nuestra personalidad actual. Cada vez necesitamos de una máscara sonriente. Facebook es eso todo el rato, Instagram es eso todo el rato; Twitter… Son aspectos de nuestra vida. Son lugares en los que de pronto, pues, te quitas la máscara o te la pones. Forma parte del día a día. Y eso nos afecta mucho porque no es de ahora, es algo que lleva siglos. El carnaval no es más que ese momento de poder ocultar nuestra personalidad y ser otro.
Disfruta con Twitter.
Disfruto con esa imagen constante de que las redes solamente generan problemas, que no deja de ser también ficticia, como los que dicen que solamente tienen ventajas. Creo que es un medio de comunicación como no ha habido nunca en la historia de la humanidad. Es la primera vez que todo el mundo tiene la oportunidad de expresar su opinión y ser leído por cualquiera. Eso no lo podemos negar. No estoy de acuerdo con esa visión fatalista de Twitter, ni de Instagram. Mucha gente lo utiliza como la voz de lo que quiera contar. Pero lo importante es que las cosas salen. Tenemos que encontrar los filtros para adecuar toda esa información, Pero es buenísimo, creo yo. Es como negar el correo electrónico. ¿Alguien ha negado la ventaja del correo electrónico? También lleva spam y te encuentras con anuncios de locuras que te llenan el buzón, pero nadie se ha quejado de eso. Yo me he enterado de cosas por Twitter antes que por ningún noticiario.
Cree que la opinión del todo el mundo debe ser escuchada
Absolutamente. Hasta ahora hemos vivido en un mundo entre comillas, más amable porque no conocíamos la opinión de todo el mundo, ahora sí, ahora sí, y nos tenemos que enfrentar a ello y no tenemos que evitarlo, tenemos que aceptarlo.
¿Qué restos hay de haber estudiado Filosofía en su vida y en su obra?
Pocos, porque tampoco creas que era muy bueno. Saqué un aprobado justo, pero desde luego me ayudó a tener una visión crítica. La Filosofía es fantástica porque de pronto te das cuenta de que todo nuestro mundo está basado en la opinión de una gente. Y esos son los que han construido, incluso la ciencia, eso que parece tan serio, también es un pensamiento en evolución. Entonces, eso te da, por un lado, la necesidad de tener tu propia opinión acerca de las cosas, porque conviven autores con una opinión absolutamente contradictoria y opuesta. Y eso te hace decidir dónde estás con respecto a cualquier tema. Y más aún, descubres esa frase manida de que en los clásicos está todo, y es que en los clásicos está todo. Y conocerlos y entenderlos, te abre muchas puertas a la hora de entender lo que te pasa actualmente.
¿Hay algún Alfredo Landa en la generación actual de actores?
Alfredo Landa es la persona a la que más he admirado en mi vida. Lamentablemente no era recíproco en cuanto al cine. Esa imagen de que esto es fácil…, ni somos todos amigos ni es fácil. No me estoy quejando, pero sí que es un hecho que muchas veces no consigues lo que quieres. De hecho, hacer una película es aceptar que no vas a tener las cosas que tú querías, los juguetes con los que querías jugar, no vas a tener el Scalextric. Entonces, va a haber un momento en el que tienes que encontrar los elementos para que eso funcione, para que eso siga siendo atractivo. Y ahí está, creo yo, el valor de dirigir.: es sacar de lo que tienes algo aceptable. Como si abres la nevera y dices, hey, vamos a hacer pizza. No hay harina, ¿qué hacemos?
¿Porqué hizo serie y no película de 1992?
Necesitaba explicar un montón de cosas. Nació como serie, y pensábamos, bueno, vamos primero a establecer un mundo, a presentar unos personajes, luego tenemos que presentar a los malos, pero no cabría en una película.
Ramón Campos quiere hacer una serie de Don Quijote con Pepe Sacristán y Javier Gutiérrez, ¿se atrevería?
Es quizá la historia más complicada, porque ha sido problemática siempre. No te digo que sea gafe, pero ha sido complicado el Quijote de Wells, ha sido complicado el Quijote de Terry Guillian. Todos han tenido un punto, digamos, de dificultad, no sé por qué. Es la gran historia, es la historia que nos define, es la historia que define al hombre por encima de cualquier otra. Es la primera novela, es un texto de una envergadura gigante. A mí me flipa el Quijote. Pero le tengo tanto respeto que no creo que pudiera hacerlo, pero desde luego «El día de la bestia» es un Quijote.
Con varios proyectos nuevos en cartel, hablamos con él de la serie de Netflix, «1992», y de futuros trabajos
Sin duda, Álex de la Iglesia es un gurú de nuestra cultura. El director, productor, guionista, historietista y expresidente de la Academia de Cine, no para de crear, y ahora tiene hasta tres proyectos estrenándose, entre los que se cuenta «1992», serie de Netflix que nos recuerda que ese año España fue el centro del mundo con la Exposición Universal de Sevilla, y aún así la liamos. Hablamos con él de eso y de muchísimas cosas más.
Fernando Valdivielso y Marian Álvarez están muy agradecidos por hacer «1992».
La verdad es que yo sí que estoy agradecido porque son increíbles. Los dos son maravillosos, se han entendido muy bien entre ellos, esas cosas típicas que se dicen en los rodajes. Fernando no se ha podido portar mejor. Había situaciones, por como son las historias de acción, y a ella la hice correr como una desalmada y todo lo contrario, eran todo facilidades.
Cuando hablo con la gente de «1992» muchos contestan «es Álex de la Iglesia», ¿le gusta?
Sí y no. Por un lado, muchísimo, porque me da la sensación de que para bien o para mal, tengo una manera de trabajar y una manera de contar las historias que resulta reconocible y eso es un orgullo. Pero por otro lado no, porque hago un esfuerzo denodado y constante por contar otra historia, por contar otra cosa, por ofrecer diferentes puntos de vista, en fin, por ser diferente. Luego, cuando la veo, digo ‘jo, ya me ha pasado de nuevo’. Es como una maldición. Eso que otros llaman estilo, a mí me parece que es parte de una enfermedad: no puedo salir de ese catarro que significa ser yo mismo. Estoy muy orgulloso de que eso guste a un determinado tipo de gente, y entiendo que a otros no; no se puede gustar a todos. Lo que creo que transmito, que es muy real, es que me apasiona mi curro, me apasiona rodar.
¿Por qué eligió ese momento de nuestra historia?
Igual porque no fui. Recuerdo que era la apertura de España al mundo. Tras la muerte de Franco, de pronto nos encontramos con que somos otros, y decimos queremos enseñar al mundo la nueva España. Y cuando eso ocurre a mí me genera una angustia… A ver si va a estar todo bien, a ver si lo vamos a hacer bien; con las olimpiadas lo mismo. Estar con el nudo en la garganta viendo la televisión y cuando de pronto ocurre lo de barco y tal y dices, o Dios mío, hay un complot. Alguien está intentando hundir esto. Y luego cuando ya ocurre lo del pabellón ya dije bueno está clarísimo que aquí hay alguien que quiere hundirnos otra vez. Y eso se me quedó. Y luego, ya desde un punto de vista más general, sí que es cierto que responde a un tipo de emociones que son muy útiles para la narrativa. Cuando te llevas al espectador a un lugar, si es desconocido tienes que explicarle de qué va. Y aquí no, aquí todo el mundo sabe lo que es 1992, que supuso esa mezcla de cariño y desapego, de algo confuso, tenebroso, y al mismo tiempo optimista, que es lo que estoy contando con el muñeco. O sea, el muñeco es maravilloso y de pronto no; de pronto puede ser un monstruo con ansias de venganza. Por último está el terror clásico: no deja ser una historia de terror como el fantasma de la ópera, que tiene la cara destrozada, como los crímenes del Museo de Cera, con la cara destrozada, como el jorobado de Notre Dame, subiéndose a lo alto para mirar desde allí a los que se acercan. Tiene esos elementos así góticos que a mí me resultan muy atractivos para contar algo que no tiene nada de gótico, que es cómo somos.
¿Tuvo un click y se encontró un Curro en los chinos?
No sabes lo que nos costó, ya no quedaban. Había curros por ahí perdidos y mandábamos a gente a buscarlos a chinos y a donde fuera. Tiene algo de fósil, de hueso de dinosaurio.
¿Va a esperar a hacer una serie sobre la pandemia otros 32 años, en 2052?
Fue miedo todo y luego también fue un momento de absoluta salida de guion. No creí que eso pudiera pasar, o sea, paralizar al mundo entero. Y también historias demenciales, conspiranoias, todo mundo encerrado en casa pensando locuras de lo que estaba pasando. Gente negando lo evidente, pegándose por comida, diciendo de pronto que falta papel higiénico y todo el mundo saliendo a la calle… Acabo de estar en Tokio cuando ves a la gene que sigue llevando mascarilla, te entra un sudor frío.
¿Cómo ve esa tendencia actual de una vez que expiran los derechos coger elementos como Mickey Mouse y hacer una película de terror?
Es algo constante también en mi personalidad. Soy una persona que el mundo de la infancia lo tiene muy presente. El tema del muñeco, salía en «Mi gran noche». El tema de la máscara, salía en Balada. Refugiarte tras una máscara para salir a la calle. Es algo que forma parte intrínseca de nuestra personalidad actual. Cada vez necesitamos de una máscara sonriente. Facebook es eso todo el rato, Instagram es eso todo el rato; Twitter… Son aspectos de nuestra vida. Son lugares en los que de pronto, pues, te quitas la máscara o te la pones. Forma parte del día a día. Y eso nos afecta mucho porque no es de ahora, es algo que lleva siglos. El carnaval no es más que ese momento de poder ocultar nuestra personalidad y ser otro.
Disfruta con Twitter.
Disfruto con esa imagen constante de que las redes solamente generan problemas, que no deja de ser también ficticia, como los que dicen que solamente tienen ventajas. Creo que es un medio de comunicación como no ha habido nunca en la historia de la humanidad. Es la primera vez que todo el mundo tiene la oportunidad de expresar su opinión y ser leído por cualquiera. Eso no lo podemos negar. No estoy de acuerdo con esa visión fatalista de Twitter, ni de Instagram. Mucha gente lo utiliza como la voz de lo que quiera contar. Pero lo importante es que las cosas salen. Tenemos que encontrar los filtros para adecuar toda esa información, Pero es buenísimo, creo yo. Es como negar el correo electrónico. ¿Alguien ha negado la ventaja del correo electrónico? También lleva spam y te encuentras con anuncios de locuras que te llenan el buzón, pero nadie se ha quejado de eso. Yo me he enterado de cosas por Twitter antes que por ningún noticiario.
Cree que la opinión del todo el mundo debe ser escuchada
Absolutamente. Hasta ahora hemos vivido en un mundo entre comillas, más amable porque no conocíamos la opinión de todo el mundo, ahora sí, ahora sí, y nos tenemos que enfrentar a ello y no tenemos que evitarlo, tenemos que aceptarlo.
¿Qué restos hay de haber estudiado Filosofía en su vida y en su obra?
Pocos, porque tampoco creas que era muy bueno. Saqué un aprobado justo, pero desde luego me ayudó a tener una visión crítica. La Filosofía es fantástica porque de pronto te das cuenta de que todo nuestro mundo está basado en la opinión de una gente. Y esos son los que han construido, incluso la ciencia, eso que parece tan serio, también es un pensamiento en evolución. Entonces, eso te da, por un lado, la necesidad de tener tu propia opinión acerca de las cosas, porque conviven autores con una opinión absolutamente contradictoria y opuesta. Y eso te hace decidir dónde estás con respecto a cualquier tema. Y más aún, descubres esa frase manida de que en los clásicos está todo, y es que en los clásicos está todo. Y conocerlos y entenderlos, te abre muchas puertas a la hora de entender lo que te pasa actualmente.
¿Hay algún Alfredo Landa en la generación actual de actores?
Alfredo Landa es la persona a la que más he admirado en mi vida. Lamentablemente no era recíproco en cuanto al cine. Esa imagen de que esto es fácil…, ni somos todos amigos ni es fácil. No me estoy quejando, pero sí que es un hecho que muchas veces no consigues lo que quieres. De hecho, hacer una película es aceptar que no vas a tener las cosas que tú querías, los juguetes con los que querías jugar, no vas a tener el Scalextric. Entonces, va a haber un momento en el que tienes que encontrar los elementos para que eso funcione, para que eso siga siendo atractivo. Y ahí está, creo yo, el valor de dirigir.: es sacar de lo que tienes algo aceptable. Como si abres la nevera y dices, hey, vamos a hacer pizza. No hay harina, ¿qué hacemos?
¿Porqué hizo serie y no película de 1992?
Necesitaba explicar un montón de cosas. Nació como serie, y pensábamos, bueno, vamos primero a establecer un mundo, a presentar unos personajes, luego tenemos que presentar a los malos, pero no cabría en una película.
Ramón Campos quiere hacer una serie de Don Quijote con Pepe Sacristán y Javier Gutiérrez, ¿se atrevería?
Es quizá la historia más complicada, porque ha sido problemática siempre. No te digo que sea gafe, pero ha sido complicado el Quijote de Wells, ha sido complicado el Quijote de Terry Guillian. Todos han tenido un punto, digamos, de dificultad, no sé por qué. Es la gran historia, es la historia que nos define, es la historia que define al hombre por encima de cualquier otra. Es la primera novela, es un texto de una envergadura gigante. A mí me flipa el Quijote. Pero le tengo tanto respeto que no creo que pudiera hacerlo, pero desde luego «El día de la bestia» es un Quijote.
Programación TV en La Razón